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«Colonel Sun» (1968): James Bond según Kingsley Amis

Esto de leer las novelas de James Bond escritas por los sucesores de Ian Fleming va a ser más divertido de lo que me esperaba.

Tomemos el caso de la primera, Coronel Sun (1968), firmada por el prestigioso autor británico Kingsley Amis bajo el pseudónimo Robert Markham.

Imaginad que entráis en una novela de James Bond donde todo se corresponde al original (carácter del personaje, ingredientes prototípicos, rasgos de estilo), pero además el escritor al cargo escribe MEJOR que el propio creador de James Bond. Pues así es: Kingsley Amis imita a Ian Fleming y lo supera en su propio terreno, en belleza de la prosa y concisión narrativa. Nunca se le ocurrirá, por ejemplo, comparar el ataque submarino de una mantarraya con el «avance» de una mesa de ping pong…

Sólo por eso, por gozar de esa deslumbrante sensación de descubrimiento durante las primeras páginas ‒¡de revisitar un universo mejor expresado de lo que recordabas!‒, merece la pena asomarse a Coronel Sun. Es digno de elogio el esfuerzo y respeto que Amis, pese a ser un cultor de la «alta literatura», invirtió en ejecutar esta continuación literaria del legado de Fleming. Al parecer, además, este autor era aún más reaccionario en su ideario político, así que Bond no se ablanda un ápice en su concepto cruel del mundo. Es como si Enrique Vila-Matas se descuelga con una novela de El Coyote, ¡y le salen bien las escenas de tiros!

El arranque además resulta modélico: Coronel Sun se abre con una deliciosa partida de golf entre un ocioso Bond y su colega Bill Tanner, el Jefe de Gabinete del Servicio Secreto británico ‒personaje que Fleming nunca llegó a explorar en demasía, por lo que se agradece el mayor rol dramático que juega en esta premisa‒ y culmina con el secuestro del jefe de Bond, el entrañable M.

El espejismo y las expectativas duran tres capítulos: a partir de ahí, toda la ridícula historia se viene abajo, y nos importa un pimiento el periplo que lleva a Bond hasta Grecia y una de sus volcánicas islas, para enfrentarse a un militar chino que pretende cargarle a M el mochuelo de un atentado contra un cónclave de altos mandos soviéticos (???). Como si para acusar al líder de Inteligencia del bando enemigo de cometer una acción de guerra necesitaras secuestrarlo y depositarlo físicamente en el meollo de dicha acción…

El problema principal es, pues, una trama demasiado absurda ‒incluso para Fleming‒ y que no está a la altura del «mundo en sus manos» que uno espera siempre de los adversarios de Bond. Amis no acierta en su loable pero pedestre planteamiento de intentar calentar la Guerra Fría vigente entonces entre los aliados y la URSS. Pareciera contagiado de la falta de visión del propio Fleming en sus últimas aportaciones a la saga.

Sí da el do de pecho en detalles no menores de la tradición Bond: la tortura a la que el Coronel Sun somete a 007 se las trae, por ejemplo, sumándose a los momentos más sádicos sufridos por el apolíneo agente semisecreto (¿qué le pasaría a su tímpano tan brutalmente perforado?, me pregunto). También abundan los métodos expeditivos y estallidos de acción concentrada.

Pero el «plan magistral» del malvado de turno no se sostiene y los peones en danza no destilan carisma ni magnetismo. Tiene gracia que Ariadne Alexandrou, la heroína de la novela y nueva amante/aliada de Bond, sea una acérrima comunista y que no renuncie a su credo por amor, pero apenas sale de la bidimensionalidad habitual en el elenco de secundarios. El villano en sí concita cierto interés, su manejo reptiliano de las emociones hace que su sangre fría destaque como mayor característica temible de su naturaleza, pero no deja de ser un lugar común poco disimulado que incide una vez más en el tratamiento tradicionalmente racista del «peligro amarillo» en el pulp británico.

Puestos a ser tan sumisos a la tradición Bond y tan poco ambiciosos con la trama, un poco de humor lo hubiera salpimentado más. Siguiendo el modelo de Perico León, aquel jugador peruano que, tras perder un partido de fútbol con la URSS, declaró que el CCCP impreso en las camisetas soviéticas significaba «CuCurruCucú Paloma», a esta propuesta también le hubiera sentado bien un poquito más de locura.

Porque formalmente, la verdad, Coronel Sun es un abordaje impecable.

Y ahora a zambullirme en la etapa «cutre» y «decadente» de 007 a manos del escritor John Gardner… ¡el vituperado James Bond de los 80!

Aquí también me aguardan unas cuantas sorpresas…

Copyright del artículo © Hernán Migoya. Reservados todos los derechos.

Hernán Migoya

Hernán Migoya es novelista, guionista de cómics, periodista y director de cine. Posee una de las carreras más originales y corrosivas del panorama artístico español. Ha obtenido el Premio al Mejor Guión del Salón Internacional del Cómic de Barcelona, y su obra ha sido editada en Estados Unidos, Francia y Alemania. Asimismo, ha colaborado con numerosos medios de la prensa española, como "El Mundo", "Rock de Lux", "Primera Línea", etc. Vive autoexiliado en Perú.
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