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Los libros de James Bond, de peor a mejor

Al fin me he leído seguidos los catorce libros de James Bond escritos por Ian Fleming, en su lengua original, aunque hace años que conservo la edición de RBA.

A quien le pueda servir de pequeña guía, os ofrezco mi valoración de cada uno de ellos. Lo mejor del Bond de Fleming es su hedonismo frívolo, su violencia explícita y su audacia sexual, toda una bofetada para la puritana ficción de la época: no conozco en el escapismo anglosajón de los años 50 nada semejante, salvo el retorcido sexo trepa de James Jones en sus exploitations antimilitaristas o el monumentalismo ruso al servicio de la anatomía masculina en el que se embarcaba con entusiasmo una erotizadísima Ayn Rand.

¿Lo peor? Pues lo más obvio: su nacionalismo, su sexismo y su racismo. Si Bond fuera un fenómeno literario español, no habría problema. En la Transición se le hubiera tachado de franquista ‒porque lo más imperdonable de todo para la sociedad de entonces hubiera sido su patriotismo‒ y hoy sería otro bebé ahogado como toda nuestra literatura de evasión, otro fenómeno olvidado al que referirse de vez en cuando con risita desdeñosa bajo el comentario “qué caspa”. Pero como pertenece al imperio USA/UK, se erige como el héroe cinematográfico más exitoso y longevo del mundo (con permiso de Godzilla).

Los españoles vemos felices sus películas con nuestros hijos después de firmar algún manifiesto anticapitalista y, cuando algo del personaje molesta, las megacorporaciones lo modifican y lo siguen explotando: si es un sociópata como en las novelas, en la gran pantalla se le hace menos violento; si liga demasiado, que ligue menos; si es demasiado blanco, que sea negro; si es demasiado hetero, que sea mujer. Eso sí, siempre al Servicio de Su Majestad y del sistema… Ésa es la última frontera infranqueable, imagino.

Aquí va mi clasificación de peor a mejor:

14. Sólo se vive dos veces (1964)

Si ya la película me parece la más zarrapastrosa de Bond ‒nunca vi a un Connery tan fondón, angustiado y apático‒, ¡el libro sí le va a la zaga! Es todavía peor, pero al parecer Fleming ya estaba castigado por su cáncer y un poco de vuelta de todo. Básicamente, esta novela se podría resumir como un catálogo de los prostíbulos japoneses que el autor debió de recorrer durante la promoción internacional de alguna de sus obras, visitados y descritos ahora por 007. Para más inri, se ponía aquí colofón al villano más interesante de la saga, Blofeld, y vaya colofón de pacotilla: el “genio del mal” reaparece como dueño de un castillo donde cultiva un jardín de plantas venenosas de las que él mismo se protege… ¡caminando por su propiedad en una armadura medieval! A veces uno cree estar leyendo una aventura de Anacleto. Pero con Anacleto la lectura hubiera sido mucho más amena…

13. El espía que me amó (1962)

Hastiado de su personaje, hacia la catastrófica etapa final de la saga, Fleming cambió de punto de vista y de tono para explicar la historia de una chica trotamundos en apuros. El resultado es una mezcla de novela romántica y porno. Eso ciertamente le confiere a priori su interés al conjunto, pero si normalmente el autor le dedicaba dos meses a cada novela, a ésta le debió de dedicar dos semanas, con suerte. El hombre se aburría y se nota, pero a pesar de la brutalidad de algunas observaciones, incluye apuntes interesantes sobre su propio despertar sexual en los cines de Londres.

12. El hombre de la pistola de oro (1965)

Pudo ser una estupenda novela, pero creo que Fleming ni siquiera la terminó. Es probable que lo hiciera Kingsley Amis, su sustituto en la saga. No está mal, se puede leer sin haber de soportar grandes altibajos de contenido, pero en el descorche ya no hay gas. Cuando crees estar llegando a las puertas de una gran epopeya, se desinfla y acaba de golpe.

11. Octopussy and The Living Daylights (1966)

Su libro póstumo es un segundo compilatorio de relatos publicados por revistas varias. «Alta tensión» nos transmite al asesino frío de siempre, pero un poco fatigado ya; «Octopussy» nos cuenta la irónica y melancólica despedida de un diplomático corrupto; «Propiedad de una dama» supone una estupenda crónica de cómo es la gente bonita que acude a una subasta en Sotheby’s, momento que 007 aprovecha para tratar de localizar a un espía soviético infiltrado; y en «007 en Nueva York» ‒cuento yo diría que inédito en España‒, Bond viaja a la gran manzana para rajar de los yanquis, curiosidad sociológica que siempre tiene su interés.

10. Dr. No (1958)

Habiendo vivido siete años en Perú, las historias con guano siempre me seducen. Esta novela está bastante bien, pero hay algo que no me cuadra: tal vez su villano, al que no se le acaba de sacar todo el jugo. Hay elementos pulp magníficos e insólitos en el Bond cinematográfico (el ataque de un calamar gigante) y, en general, es una aventura divertida y satisfactoria.

9. Casino Royale (1953)

La primera aventura de Bond y el esqueleto de todo lo que estaba por venir. El personaje literario se revela mucho más cruel y gélido que el de la gran pantalla. Los pasajes en el casino están bien y la historia de amor tampoco está mal, pero sin duda el punto más alto lo alcanza la pormenorizada escena de tortura sobre (o mejor dicho: bajo) los testículos de Bond. Toda una patada en los huevos a la inocua literatura de aeropuerto. Además, dio pie a la mejor película del agente 007, encarnado por un Daniel Craig en estado de gracia como arma letal del servicio secreto, aunque luego demostrara en los subsiguientes filmes que tiene cero glamour y que no sabe flirtear, rasgo de carácter imperdonable en Bond. Verlo hace poco junto a la gran Monica Bellucci era como contemplar a un minero galés asustado pensando para sí: “¡Tierra, trágame!”.

8. Vive y deja morir (1954)

El Harlem que se monta Fleming es de lo más pintoresco, imposible y surrealista, y no sería de extrañar que en un futuro próximo acabe siendo la primera de las novelas prohibidas de la saga fundacional. El ritmo de la historia es intrépido, el vudú como elemento exótico funciona y Solitaire es un personaje seductor. Y sus notas sádicas nos cogen por sorpresa, como el modo casi cómico en el que Felix Leiter (el recurrente y sosísimo agente de la CIA que ayuda a Bond en muchas de sus misiones) pierde el brazo «a fauces» de un tiburón.

7. Diamantes para la eternidad (1956)

Para la fanaticada de Bond es una de sus peores novelas, pero siempre ocupará un lugar de preferencia en mi corazón, porque creo que es la única donde Fleming logró crear un personaje femenino tridimensional y con alma: Tiffany Case, una mujer muy vulnerable y cínica con los hombres, que sí caerá en los brazos de Bond pero tendrá la suficiente inteligencia para darle la patada a tiempo. Me encanta Tiffany y creo que, por una vez, el despiadado emocional que habitaba en Fleming logró transmitir empatía y ternura en su construcción de esta ladrona semiarrepentida.

6. Sólo para tus ojos (1960)

Los cuentos de Bond tampoco suelen ser muy apreciados por los fans, pero a mí los de este primer compilatorio me encantan. Hay desde misiones breves emocionantes y bien planteadas («Panorama para matar», «Máximo riesgo», la propia «Sólo para tus ojos»), disquisiciones intimistas, casi chestertonianas sobre el poliamor («Quantum of Solace») y hasta una curtida peripecia donde el agente ayuda a una muchacha a deshacerse de su marido maltratador. Además, incluye la cita más definitoria sobre Ernest Hemingway que he leído en ficción alguna: “Bond pensó: ‘A este tipo le encanta hacer ver que es un héroe de Hemingway. No me voy a llevar bien con él’”. Y no, no se lleva bien con él y con razón…

Fleming sabía ver a través de los disfraces de “tipo duro”.

5. Goldfinger (1959)

Seguramente la más colorista aventura «prototípica» de Bond y seguramente su mejor villano. Pese a todo, hay algo que no me acaba de convencer. Que Bond se dedique a «reconvertir» lesbianas resulta ridículo y patético, pero no raro en el pulp de hace seis décadas, como tampoco lo es el racismo en la construcción de villanos “internacionales”… Aun así, nunca he leído nada tan repulsivamente denigrante como las frases que se dedica en esta novela a los coreanos. Por su parte, el «plan maestro» de la trama no funciona ni en el plano pulp: resulta mucho más amena la competición de golf entre los dos antagonistas principales. De hecho, creo que es y será la única vez que una partida de golf me ha parecido EMOCIONANTE.

4. Operación Trueno (1961)

Ahora sí, ahora entramos en territorio absolutamente gozoso y sólido de aventuras desenfadadas. En este Thunderball, supuestamente basado en un guion cinematográfico previo ‒de ahí quizá lo trepidante‒, debuta Blofeld, el más verosímil y pérfido de todos los antagonistas de Bond, rompiendo fuego con el robo de un avión de las fuerzas aliadas que transporta dos bombas nucleares.

La novela se disfruta de principio a fin, se agradece el esfuerzo por otorgar de profundidad al malo de la función, y el clímax del conflicto, una batalla submarina entre hombres rana a arponazo limpio, es una gozada. Por cierto, cuando vi la adaptación cinematográfica de Terence Young tuve una epifanía: estoy seguro de que fue la principal influencia de Steven Spielberg al rodar Indiana Jones y el templo maldito, filme que me impactó tanto en la niñez que nunca lo he vuelto a ver para no alterar mi fascinación primera. Pues la capacidad de fascinación que desata la colorida coreografía de Operación Trueno a ratos es muy similar, casi de primas hermanas.

3. Desde Rusia con amor (1957)

Albergo mucho afecto hacia esta novela porque fue la primera protagonizada por James Bond que leí de niño. Y su extraña estructura también la hace única. La morosa y dedicada elaboración del complot contra Bond y la minuciosa descripción de la amenaza que presenta su rival, aún más psicópata que el propio Bond, ayudan a insuflar la trama de grandes expectativas y nada desdeñables pasajes de violencia implacable. El presidente John F. Kennedy la nombró una de sus diez novelas favoritas de todos los tiempos, lo cual confirma que al tipo le iba el sadomaso.

2. Al servicio secreto de Su Majestad (1963)

Esta es de las aventuras más descaradas y definitorias de la saga, y también de las mejor llevadas en su desfachatez: Bond, que casi nunca asume ninguna falsa identidad en el ejercicio de su trabajo como espía (maravillosa paradoja en la que, creo, radica realmente su éxito mundial), se mete en un balneario suizo poblado de chicas bienhumoradas a las que Blofeld aplica un supuesto tratamiento homeopático que en realidad las hace portadoras de un virus con el que contagiar Occidente. La trama se devela deliciosa de principio a fin e incluye una persecución en esquís reminiscente del universo fílmico de 007 que, fácilmente, podría ser considerada la mejor escena de acción de todas las escritas por Fleming. Te deja sin aliento, literalmente.

Ah, sí, y Bond ‒a quien se le otorga sangre escocesa como guiño a Connery‒ se casa, pero la condesa que conquista su corazón no tiene ni de lejos el carisma y magnetismo de Diana Rigg.

1. Moonraker (1955)

Me ha cautivado lo modélico de su estructura en esta nueva lectura. Para empezar, la premisa es tan ingeniosa como perfecta para el universo 007: M, el entrañable jefe de Bond, lo envía a un club a vigilar al patriota y filántropo Hugo Drax, para confirmar ¡si hace trampas jugando a las cartas! Porque claro, si se revela un tramposo en los naipes, ¿cómo va a ser lo que dice ser, un caballero altruista como mandan los cánones de la tradición británica? (En esa tradición oficial no entran los corsarios, por supuesto). Y, obviamente, termina siendo mucho más de lo que aparenta.

Aunque ni Drax iguala la personalidad de Goldfinger ni la agente Gala Brand la de Tiffany Case, la trama combina a la perfección el sentido de la maravilla y el suspenso de la incredulidad. Pocas veces sentirá uno con tanta intensidad que lo que Fleming cuenta «podría suceder». Y el desenlace también está a la altura, tal vez el más emocionante y convincente de toda la serie original.

Aquí tenéis con acceso gratuito y legal ‒en Canadá los libros de Bond son ya de dominio público‒ la totalidad de estas obras en inglés, excepto Thunderball y Octopussy.

Y ahora, a por las que firmaron sus sucesores

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Hernán Migoya

Hernán Migoya es novelista, guionista de cómics, periodista y director de cine. Posee una de las carreras más originales y corrosivas del panorama artístico español. Ha obtenido el Premio al Mejor Guión del Salón Internacional del Cómic de Barcelona, y su obra ha sido editada en Estados Unidos, Francia y Alemania. Asimismo, ha colaborado con numerosos medios de la prensa española, como "El Mundo", "Rock de Lux", "Primera Línea", etc. Vive autoexiliado en Perú.
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