Una casa se construye con ladrillos y una personalidad imaginaria y ficticia mediante réplicas. En los guiones de ventriloquía siempre estalla una guerra entre el ventrílocuo y el muñeco. ¿Cuál de los dos tiene más posibilidades de sobrevivir? ¿El ventrílocuo con su coraza y su pensamiento políticamente correcto o el muñeco con su bravura y desparpajo? ¿El astuto ventrílocuo o el fiero muñeco?
Tal vez nos muestran la complejidad del ser humano. Al igual que el Quijote y Sancho desdoblan visiones del mundo que podemos hallar en cada uno de nosotros, la réplica del ventrílocuo es un sistema infalible para conjurar los aspectos más oscuros de su personalidad y exteriorizarlos a través del muñeco.
En el caso de Edgar John Bergen el conflicto alcanzó proporciones de una guerra a muerte. Naturalmente consigo mismo, con su propia creación.
Bergen era descendiente de emigrantes suecos. Un niño tímido y triste en cuyas manos cayó un folleto sobre ventriloquía a la edad de 11 años. Desde entonces, aquel solitario vivió en la compañía más temible: la compañía de sí mismo.
Pocos años después, encargó a un tallista la figura en madera de un muchacho irlandés de su edad pero más deslenguado, más audaz y, a la vez, más taimado. ¿Como él quería ser? A aquella cabeza de ojos y boca desmesurados la llamó Charlie McCarthy. Desde entonces, fue su compañero inseparable.
Los dos vestían igual, de frac y con sombrero de copa. Pero el parecido era aparente. En realidad, Charlie pinchaba como un auténtico puercoespín. Nunca mantuvo las distancias, desconocía lo que era comportarse con cortesía, escupía ácido por la boca y no tenía escrúpulos en clavar sus dardos en su propio creador.
Las historias de la ventriloquía dicen que Bergen se hizo popular en los circuitos del vodevil. Pero no es verdad. Quien se hizo popular fue Charlie McCarthy. Era a él a quien contrataban. Claro que los años treinta fueron una época complicada para las gentes del espectáculo.
La irrupción del cine sonoro y de la radio dio un golpe de muerte a los teatros de vodevil. Charlie McCarthy afrontó la situación, se caló un impertinente monóculo y sus comentarios se volvieron todavía más cáusticos, rápidos y apropiados para los circuitos de cabaret y los restaurantes-espectáculo, donde coexistían la crema de la sociedad y la mafia.
Elsa Maxwell, una periodista chismosa especializada en arrancar la piel a la farándula, recomendó a la pareja en el Rainbow Room, un restaurante donde las brumas de las bebidas ocultaron aún más a Edgar detrás de Charlie.
Una noche asistieron al show los productores de una cadena de radio. ¿Un ventrílocuo en la radio? Estuvieron dándole vueltas a la idea. Al otro lado del micrófono no se podía apreciar la habilidad del ventrílocuo. Y tampoco el muñeco es un muñeco. Sólo funciona el guión. De hecho, Charlie era percibido como un ser real.
El Edgar Bergen – Charlie McCarthy Show se mantuvo en antena durante 20 años. Pero los dos nombres del título del programa no se pronunciaban con igual vehemencia.
La mordacidad sin límites de Charlie era la estrella. Llegó a ser el más contundente ofensor de la nación. Si alguien se salvó de sus insultos, Charlie se disculpaba diciendo que no había tenido el disgusto de conocerle.
Desde la camarera que llevaba la botella de agua al estudio al presidente de los Estados Unidos, todos sufrieron el azote del monstruo.
No sabía hacer otra cosa. Por entonces, Edgar Bergen tuvo una hija que encontró su casa usurpada por un muñeco más real que su propio padre. Andando el tiempo, Candice –de apellido Bergen como su padre y no McCarthy como Charly– lograría afirmar su personalidad y se convertiría en una notable actriz, protagonista de películas como Soldado azul, Empezar de nuevo o El viento y el león. Pero en sus primeros años fue la víctima propiciatoria de un hermano mayor de madera, en cuya personalidad no había resquicios para la ternura.
Sus padres se comportaban como si Charlie McCarthy fuera su hermano. Y Charlie era un monstruo, programado para zaherir, burlarse y escarnecer. A través de él, se expresaba el demonio que también habitaba en su padre.
Candice ha relatado algunos detalles de su difícil convivencia con su hermano de madera. El muñeco dormía en el mismo cuarto que la niña. Tenía una camita igual a la suya. Por la noche, le resultaba difícil conciliar el sueño, cuando contemplaba aquel perfil, con la boca abierta sin respiración, muda, con los ojos fijos en el techo, inmóvil como un cadáver.
Por Navidad Candice Bergen comenzó a aparecer en el programa de radio de su padre. La competencia era aún más cruda. En el estudio todos la trataban como la hermana de Charlie. Oyó decir muchas veces que el muñeco valía una fortuna. Estaba asegurado en muchos miles de dólares y su armario estaba mejor surtido y con ropa de más valor. Tenía hasta diez sombreros, camisas almidonadas, zapatos relucientes, trajes de gala y una colección de monóculos. Pero lo que provocaba su admiración y envidia eran los disfraces: Charlie McCarthy se podía disfrazar casi de cualquier cosa. Tenía trajes de faralaes, de vaquero, de jinete, de médico, uniformes militares de las tres armas y de la Legión extranjera, un Macferlán como Sherlock Holmes… La cuenta de la lavandería excedía el sueldo medio de un trabajador.
Un día la niña descubrió que Charlie McCarthy, tenía un sustituto. Alguna vez lo habían utilizado para una sesión de fotos o para doblar al muñeco original en el cine. Pero terminaron olvidándose de él y yacía arrinconado en una maleta. La niña le convirtió en su confidente y en su verdadero hermano. El silencio también es elocuente para un muñeco de ventriloquía.
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