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H. G. Wells: Cuentos (1894-1921)

La figura de H.G. Wells como padre fundador de la ciencia-ficción moderna es compleja y llena de matices. Introdujo en el romance científico una imaginación retorcida, gótica, inspirada en Mary Shelley o Edgar Allan Poe, junto a un don para la anticipación tecnológica que superó con mucho a Julio Verne.

Formalizó temas como el viaje en el tiempo, la guerra interplanetaria y las ciudades totalitarias del futuro; sus marcianos de La guerra de los mundos fueron los primeros extraterrestres incomprensibles para la raza humana, monstruosos al tiempo que verosímiles desde el punto de vista biológico. Sin igual en el género como narrador, fue también uno de los pioneros de la ciencia-ficción política, con incursiones en la especulación utópica y la sátira filosófica. La última parte de su carrera la pasó como profeta y sociólogo para quien el futuro era, en sus propias palabras, “la forma de las cosas por venir” (The Shape of Things to Come) más que un simple escenario para aventuras de corte fantástico.

Los inicios de Wells fueron muy humildes. Sus padres se conocieron siendo sirvientes, él jardinero y ella doncella, en una mansión de la comarca. A base de sacrificios habían conseguido abrir una pequeña tienda de menaje doméstico que les daba justo para vivir. Cuando nació el pequeño Herbert, tercer vástago de la familia, la necesidad de aumentar los ingresos se hizo más acuciante por lo que su padre retomó su antigua actividad de jugador de cricket profesional y su madre volvió a la mansión como miembro del servicio.

Los primeros años de escuela de Wells transcurrieron en una institución privada que parecía sacada de David Copperfield. Dirigida por un incompetente conserje ascendido a maestro, la estricta disciplina y la pedagogía sin sentido eran la norma. El propio Wells afirmaría: “No recuerdo que me enseñaran nada en la escuela (…) crecíamos embotados”.

A los ocho años, a raíz de una fractura en la pierna, se ve obligado a guardar reposo y es entonces cuando descubre un placer que nunca más le abandonará: la lectura. Entra después a trabajar como ayudante de caja en un almacén de tejidos, pero aquel empleo no le interesaba lo más mínimo y acaban despidiéndole. Se emplea entonces como asistente de un pariente que dirige una escuela, tarea que, al permitirle disponer de más tiempo para leer, le satisface mucho más.

Los caminos que llevan a la formación de un escritor que influirá de un modo tan intenso en la cultura popular son a veces retorcidos e imprevisibles. La escuela en la que trabajaba Wells quiebra por falta de alumnos, así que consigue un nuevo empleo como interno en un almacén de paños, del que sale espantado decidido a cambiar de vida. A la espera de encontrar un nuevo camino, vive una temporada con su madre en la mansión donde ella trabaja. Allí tiene acceso a la magnífica biblioteca de los dueños, donde se empapa de los clásicos; y encuentra por casualidad un telescopio en mal estado que reconstruye y que marcará para siempre su futuro: gracias a él descubre las estrellas y los planetas, que desde entonces formarán parte de su literatura.

La necesidad económica lo obliga a colocarse de nuevo como aprendiz en una botica, pero al tiempo se matricula en una escuela nocturna y se entrega con pasión a aprender los conocimientos científicos del momento: la astronomía, la geología, la física, la biología,… Su pasión da frutos y consigue una beca para continuar sus estudios en la Escuela Normal de Londres. Allí atendió a un curso de biología impartido por el amigo y colega de Charles DarwinT.H. Huxley (abuelo de otro novelista clave de la ciencia ficción, Aldous Huxley), quien fue una gran influencia en su trabajo.

Los años de Wells en la universidad pasaron sin pena ni gloria, pero suspendió sus exámenes finales en 1887. A pesar de todo, en unos cuantos años se había casado con Isabel (una pariente lejana de la que se separa pronto), convertido en profesor de ciencias de una escuela de Londres, obtenido el título de Bachelor of Science (título de grado anglosajón que se consigue tras tres años de estudio en materias científicas) y publicado un libro de texto de biología con notable éxito.

En 1894, se casa otra vez, esta vez con una antigua alumna, Amy Catherine Rollins, una mujer que parece que trajo algo de estabilidad a su por otra parte caótica vida. Las continuas infidelidades de Wells no destruyeron su relación, aunque apuntan a su creencia de que las reglas y moral convencionales no se le aplicaban a él –algo que también permea sus novelas‒. Empieza a colaborar en diversas revistas y periódicos. Algunos de aquellos artículos ya eran ciencia especulativa; “The Man of the Year Million” (publicado en el Pall Mall Gazette en 1893) extrapolaba el darwinismo a la larga escala temporal de su título, imaginando cómo los humanos podrían evolucionar. Pero aquellos tiempos de esfuerzo y penurias harán mella en su salud. Cuando le diagnostican tuberculosis, abandona la enseñanza y se centra en sus artículos periodísticos.

H.G. Wells tomó el relevo de Poe en lo que se refiere a experimentar con marcos narrativos muy diferentes. El nacimiento de nuevas revistas y periódicos necesitados de escritores que llenaran sus páginas le proporcionó la vía perfecta para llevar a cabo esas exploraciones. Primero fueron una especie de ensayos periodísticos, de los cuales el más atrevido era el arriba comentado “The Man of the Year Million” (1893); pero pronto comenzó a adaptar las ideas de esos ensayos en la forma de relatos de ficción, tanto novelas como cuentos cortos.

Wells publicó 63 relatos cortos, la mayor parte de ellos pertenecientes al género de ciencia ficción y fantástico, en los que toca los más diversos temas, desde escenarios de guerra futurista (tanques, terrorismo biológico), catástrofes cósmicas, fenómenos paranormales, el hallazgo de especies animales en teoría extintas y pueblos perdidos en las montañas… La mayor parte de ellos fueron escritos en la primera parte de su carrera, al tiempo que iban apareciendo sus novelas más famosas. Tras la Primera Guerra Mundial, se dedicó sobre todo a la novela realista, el periodismo y el ensayo, todo ello teñido ya de un gris pesimismo.

En España, su obra corta no ha sido recopilada de forma sistemática y aparece o bien incompleta en algún libro con varios relatos o bien dispersa en diferentes antologías del género. Comento aquí los dos volúmenes que Ediciones Orbis publicó en 1987 en su colección Biblioteca de Ciencia Ficción (nº 99 y 100) y que, a su vez, eran una selección de la completa recopilación inglesa The Short Stories of H.G. Wells (1927). Los relatos más destacados de esta antología son:

El bacilo robado (1894)

Un desequilibrado anarquista se hace con una probeta con virus del cólera con la intención de verterlo en el depósito de agua de la ciudad. Wells ya pensó en el terrorismo biológico en el siglo XIX.

La isla del Aepyornis (1894)

Un explorador acaba naufragando en una isla desierta con el huevo milagrosamente conservado de una especie de ave gigante prehistórica. El huevo eclosiona y a medida que el animal crece y desarrolla sus instintos poco amistosos, el hombre se ve en la tesitura de morir o acabar con el último representante de una especie que se creía extinta.

El señor de las dinamos (1894)

Un operario negro, ignorante y maltratado por su brutal patrón inglés, decide adoptar como su dios la dinamo eléctrica en cuyo mantenimiento trabaja. Inspirado por el zumbido de su ídolo, da rienda suelta a sus más tenebrosos instintos. Una sátira social en clave de humor negro.

Los argonautas del aire (1895)

Un pequeño homenaje a los pioneros –y mártires‒ de la ciencia. Dos excéntricos socios se enfrentan a una sociedad escéptica ante su sueño de construir una máquina voladora. Para ello pondrán en jaque no sólo sus fortunas y prestigio, sino también su vida.

El extraño caso de los ojos de Davidson (1895)

Un experimento científico sale mal y reemplaza la visión ordinaria del protagonista por otra que percibe el punto opuesto del planeta. Muchas de las historias más famosas de Wells, como este cuento, El país de los ciegos –que comentamos un poco más abajo‒ o El hombre invisible (1897) se centraban en aberraciones visuales donde los protagonistas podían ver lo que era invisible para otros. El descubrimiento de otros mundos a menudo tiene lugar con instrumentos ópticos, como el telescopio de Marte al comienzo de La guerra de los mundos (1898) o los microscopios en otras historias.

La historia de Plattner (1896)

Otro relato de anomalías sensoriales. Debido a un accidente en el laboratorio de una escuela, el protagonista se encuentra suspendido entre lo que parecen dos dimensiones: la de los muertos y la de los vivos, pudiendo percibir ambas de forma superpuesta.

La historia del difunto Mr. Elvesham (1896). Puro terror psicológico: un joven, engañado por un viejo intelectual al que admira, intercambia las mentes con él para verse atrapado en un decrépito cuerpo del que no puede escapar.

En el abismo (1896)

Un original cuento en el que un oceanógrafo desciende a las profundidades abisales en el interior de una especie de batiscafo ideado por Wells. Allí encuentra una misteriosa especie humanoide inteligente que lo toma como un enviado de los dioses, de la misma forma que nosotros hemos reverenciado todo lo que llegaba del cielo (incluidos los OVNIS).

Los atacantes del mar (1896)

Otro relato de desconocidas especies que moran en las profundidades del océano, probablemente producto del interés que tenía Wells por la biología. Unos calamares gigantes aparecen en las costas inglesas acabando con la vida de incautos pescadores y bañistas. Un precursor, ligero pero terrorífico, de películas como Tiburón o Piraña.

El hombre que podía hacer milagros (1898)

¿Qué pasaría si mezclamos el poder de realizar cualquier deseo, la exaltación religiosa y unas buenas intenciones mal orientadas? ¿El fin del mundo quizás…?

La esfera de cristal (1899)

El objeto del título proporciona a su dueño, el propietario de una tienda de chatarra en Londres, acceso visual a Marte, con sus extrañas casas y marcianos voladores. Esta historia resume la forma en que Wells imaginaba sus cuentos: trazando una clara distinción entre la oscura existencia de la clase media-baja del tendero (con su despreciable mujer y sus desagradecidos hijos) y el exótico mundo de fantasía que abre la esfera.

Este contraste es central en la ficción de Wells. Como él dijo en su autobiografía: “me había dado cuenta de que cuanto más imposible fuera la historia que quería contar, más ordinario debía ser el marco en el que se desarrollaba”. En La esfera de cristal, la esfera es, de hecho, la propia ciencia-ficción, aquello que nos da acceso a un mundo fantástico y extraterrestre.

La estrella (1898)

Un cuerpo celeste desconocido se interna en el Sistema Solar y Wells nos narra cómo los científicos avisan a la despreocupada raza humana del desastre que se avecina sin que nadie le de importancia a la inminente calamidad. La tierra sufre un cataclismo apocalíptico que el escritor nos cuenta con detalle. Un aterrador relato pionero de tantas y tantas películas de catástrofes que últimamente hacen furor.

El nuevo acelerador (1901)

La invención de una droga que acelera espectacularmente las funciones biológicas hace que su usuario tenga la sensación de que el tiempo se detiene.

Los acorazados terrestres (1903)

La existencia de los tanques se predijo mucho antes de que hicieran su decisiva contribución a la victoria aliada en los últimos años de la Primera Guerra Mundial. Como H.G. Wells los imaginó en este cuento de 1903, los tanques deberían parecer barcos fuera del agua, avanzando a fuerza de vapor entre la batalla.

En un entorno asombrosamente parecido al del frente occidental de la Primera Guerra Mundial –que estallaría catorce años después‒, grandes vehículos blindados sobre orugas y con fusileros que disparan desde su interior con avanzadas miras de precisión, sortean trincheras e irregularidades del terreno sembrando la destrucción.

Las guerras aéreas que ya había descrito Wells en Cuando el durmiente despierta (1899) tuvieron su continuación en esta historia corta en la que el escritor deja muy claro que la ciencia ha dejado atrás al individuo en el campo de batalla. Ya no importa el valor personal, el patriotismo o la brutalidad física y directa; la tecnología ha dado a luz un nuevo tipo de guerra, más fría, menos personal: “Los ingenieros sentían por el enemigo al que estaban venciendo una discreta piedad y un desprecio sin reservas. Consideraban a aquellos hombrones saludables a quienes abatían lo mismo que estos hombrones saludables podrían considerar a ciertos negros: inferiores. Los desdeñaban profundamente por hacer la guerra, por su patriotismo vociferante y por su emocionalidad; y por encima de todo, los desdeñaban por la astucia minúscula y la falta de imaginación, casi animal, que mostraba su método de lucha”.

El país de los ciegos (1904)

Fascinante relato en el que Núñez, un montañero extraviado, encuentra por accidente una comunidad que ha vivido totalmente aislada en un idílico valle en los Andes. Una alteración genética o algún factor medioambiental hizo que los hijos de los primeros colonos, que han vivido sin contacto con el mundo exterior durante generaciones, nacieran ciegos. Sin embargo, han aprendido a desenvolverse a la perfección con sus otros sentidos. Wells nos muestra de forma brillante la impotencia del montañero para hacerles comprender lo que es la vista y su incapacidad, pese a lo que pensaba, en erigirse como líder gracias a su “sentido extra”: “¿Por qué no acudiste cuando te llamé? –dijo el ciego‒ ¿Acaso debes ser conducido como un niño? ¿No puedes oír el camino cuando andas? Núñez río: “Lo puedo ver”, dijo. “No existe la palabra ver –dijo el ciego, después de una pausa‒. Déjate de tonterías y sigue el sonido de mis pies”.

Para ellos, la interpretación del mundo es muy diferente: “El más anciano de los ciegos le explicó (…) cómo el mundo (significando su valle) había sido primeramente una hondonada en las rocas y cómo después llegaron cosas inanimadas sin el don del tacto y llamas y otras criaturas que tenían poco sentido, y después los hombres y al final los ángeles, a los que se podía oír cantar y producir sonidos zumbantes, pero a los que nadie en absoluto podía tocar, lo cual confundió en gran manera a Núñez hasta que pensó en los pájaros”.

La puerta en el muro (1906)

Este relato, además de una alegoría de la felicidad perdida, es una buena muestra de la consistencia de que goza casi toda la obra corta de Wells: partiendo de un escenario contemporáneo y “ordinario”, un instrumento, artefacto, objeto o circunstancia abre de repente una puerta a nuevos y extraños mundos, truco literario que utilizó en otros relatos.

El protagonista, un político de prestigio, cuenta a su amigo de la infancia cómo, de niño, encontró una misteriosa puerta verde que le permitió dejar la triste realidad del Londres del siglo XIX y entrar en “un mundo con una cualidad diferente, una luz más cálida, más penetrante y dulce, con un limpio y apenas perceptible regocijo en el aire”. A lo largo de su vida, siempre sin buscarlo y en el momento menos esperado, esa puerta misteriosa volvió a cruzarse en su camino pero ya nunca más volvió a traspasarla, convenciéndose de que tenía cosas más urgentes que resolver en cada momento (una beca en Oxford, una cita romántica, un nombramiento político) y que siempre podría volver a encontrarla. Cuando se da cuenta de que la felicidad es más importante que las vanas satisfacciones profesionales, es demasiado tarde… Un relato teñido de tristeza en el que nunca llega a quedar claro si lo que cuenta el narrador es cierto o un mero delirio o fantasía.

Una raza aterradora (1921)

Un estupendo cuento a mitad de camino entre la ficción y el ensayo antropológico. Wells narra lo que bien pudo haber sido el encuentro entre dos especies de homínidos, el Cromagnon y el Neandertal y las razones y desarrollo del conflicto que enfrenta a ambas, aunque el resultado es inevitable: la biología no es amable y la supervivencia del más apto implica la extinción de la especie más débil –no necesariamente físicamente más frágil‒ por mucho que sean primos cercanos.

La carrera de Wells como escritor fue muy prolífica y al final de la misma se había convertido en uno de los escritores más famosos del planeta. Los estudiosos algunas veces distinguen entre sus obras escritas hasta 1914, principalmente ficción, y las que se publicaron tras la Primera Guerra Mundial y hasta su muerte, en las que cultivaba otros géneros como el ensayo. Otra interpretación del giro evidente de sus últimos y menos conocidos trabajos hacia el fabulismo místico-religioso, podría ser la manifestación de la dialéctica central que estaba presente en su obra desde el principio: la lucha o diálogo entre las perspectivas científica y mística del cosmos. O lo que es lo mismo, la tensión formal y temática entre la “ficción realista” –que también escribió Wells‒ y la “ciencia ficción”, dos formas que se relacionan de forma íntima en su bibliografía.

De hecho, a pesar de que Wells fue un autor inagotable hasta bien entrados los años cuarenta, fue la década de 1895 a 1905 la que vio la producción de casi todas sus obras maestras de la ciencia ficción: La máquina del tiempo (1895), La isla del Dr. Moreau (1896), El hombre invisible (1897), La Guerra de los Mundos (1898), Cuando el durmiente despierta (1899), Anticipaciones (1901), Los primeros hombres en la Luna (1901), El alimento de los dioses (1904) y Una utopía moderna (1905).

Wells desarrolló con rapidez el característico estilo que haría de su nombre sinónimo del romance científico (el término ciencia-ficción no nacería hasta veinte años más tarde). Comenzando por un entorno reconocible y cotidiano, como un laboratorio, un observatorio astronómico o un taller de ingeniería, el relato da de repente un giro hacia lo desconocido, lo extraordinario. Los acontecimientos se van narrando de forma desapasionada, con el estilo de una noticia periodística o un artículo científico, una reacción deliberada contra el sentimentalismo histérico de los primeros relatos góticos. Y, sin embargo, las historias paranormales de Wells no eran menos terroríficas por estar situadas en un contexto supuestamente escéptico y racional.

A menudo se identifica a Wells como un escritor de ciencia-ficción subrayando su utilización de «auténtica» ciencia, sus temas, lenguaje y metodología, en lugar de caer en la seudociencia cultivada por no pocos de sus colegas escritores. La lectura de esta antología de relatos nos revela que esa apreciación, aunque no falsa, sí es inexacta. Sus incursiones en lo gótico y lo sobrenatural desde un punto de vista científico en estos cuentos primerizos, demuestran el conocimiento que el autor tenía del revival gótico de la última etapa victoriana. Las narraciones cortas de Wells ponen de manifiesto el tipo de hibridación que llevaba a cabo en sus temas, introduciendo indiscriminadamente elementos de la tradición gótica, el terror, lo sobrenatural, lo psicológico, lo fantástico y la ficción de aventuras, intercalados con aspectos propios del naturalismo científico.

Puede que desde los ensayos y artículos que escribía para las revistas científicas rechazara a cazafantasmas y mesmeristas, pero tampoco le hizo ascos a la utilización de seudociencia en relatos sobre clarividencia y proyección de dobles astrales, bolas de cristal que dan acceso a otros mundos, intercambio de mentes y dislocaciones espacio-temporales. Esto no es ciencia, pero se introduce de forma oportunista entre las grietas y lagunas de aquélla, tal y como sucedía con buena parte del género gótico de fin de siglo. Esta contradicción fue resumida perfectamente por Joseph Conrad cuando definió a Wells como “un realista de lo Fantástico”.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Este texto apareció previamente en Un universo de ciencia ficción y se publica en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".