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Johnny Eck y la magia

Había nacido sin la parte inferior de su cuerpo y sin embargo destacó como acróbata. Más tarde como actor. Inolvidable en Freaks, de Tod Browning (1932), una de las películas más impresionantes de la historia del cine.

Rajah Raboid, un antiguo mentalista, concibió con él una versión increíble de la mujer serrada, del hombre serrado en este caso. El tronco, sosteniéndose sobre las manos, perseguía a sus propias piernas.

Hace poco, conversaba sobre él en un restaurante. Entre paredes, tapizadas con las fotografías de grandes artistas. Entre ellos, evoqué a Johnny Eck, (1911 – 1991). Me producía admiración recordar sus inicios en el mundo del espectáculo a los doce años de edad. Imaginaba a un niño fascinado por la magia, al que el destino parece condenar a interpretar siempre el mismo personaje, sujeto a sus limitaciones físicas reales.

Es verdad que entró a formar parte de la compañía de magia de John McAslan, tras ofrecerse como voluntario durante una actuación de este mago ambulante en el salón parroquial de su pueblo. Pero estaba abocado a ser lo que se conocía entonces por un “fenómeno”, a mostrar descarnadamente su rareza, la inusual desviación de la naturaleza que marcaba su existencia. De hecho, era conocido con los apelativos del “mediochico” o el «Rey de los Monstruos».

Se trata de uno de esos casos que muestran claramente que el mundo de los adultos se define por su incapacidad de hacer magia.

El niño Eck lo supo desde el principio. Supo que sin magia jamás podría llegar a ser una persona normal; es decir, una persona que siendo diferente lograra desarrollar todas sus potencialidades. Estaba convencido que para ello necesitaba traspasar el espejo, hacer acrobacias entre el sueño y la realidad, aliarse con el genio de la lámpara, partir del principio de que lo imposible es posible desde otro punto de vista. Y naturalmente, llevarlo a cabo.

Y lo hizo. Eck conjuró las miradas de los le veían como un monstruo, presentándose ante ellos convertido en un magnífico músico, en un excelente actor, en un delicado artista, en un intencionado fotógrafo y en un asombroso ilusionista, capaz de intervenir en la creación de un número de leyenda.

Fue el 25 de febrero de 1937. En el teatro Keith en Portland, Maine. El mago Rajah Raboid solicitó cuatro voluntarios entre el público para llevar a cabo una demostración de hipnotismo. Al terminar, despidió a dos de ellos, pero retuvo a los otros dos. A uno de cuales volvió a hipnotizar con un pase rápido, mientras sus ayudantes sacaban a escena la caja con que se hace la famosa ilusión de la Mujer serrada. Pero esta vez el mago anunció que no haría la experiencia con una mujer, sino con un hombre.

Los ayudantes depositaron al voluntario en estado hipnótico en el interior de la caja.  El otro voluntario comenzó a gritar: “¡Esa caja tiene truco!» El mago le detuvo con un ademán imperativo y ordenó a sus ayudantes que desmontaran la caja. Nada extraño encontraron en ella.

De nuevo depositaron el cuerpo inerte del voluntario y Raboid empezó a serrar sus piernas, a la vista de todos. Cuando los dientes de la sierra atravesaron por completo el cuerpo, el hombre despertó.

La sorpresa fue mayúscula porque, en ese instante, la mitad superior se incorporó sobre sus manos. Estaba totalmente separada de la mitad inferior de su cuerpo. Tuvo un primer momento de turbación. Casi en voz baja, musitó: “Mis piernas… ¿Dónde, dónde están?».

Ayudándose con las manos bajó al tablado: “¡Quiero mis piernas! – gritaba”.

En ese instante, las piernas, desprovistas de cuerpo, saltaron desde la caja al escenario y echaron a correr. La otra mitad les persiguió, apoyándose en las manos. Se movía velozmente y logró alcanzar sus extremidades inferiores. Los ayudantes levantaron el torso y lo encajaron en ellas. El hombre balbució un último deseo:

–Yo quiero…

–¿El qué?

–Quiero…

–¿Qué quieres?

–¡Quiero mi abrigo!

Y atravesando a todo correr el patio de butacas, abandonó el teatro.

La impresionante ilusión era posible porque un hombre sin piernas es mágico, cuando piensa como un mago. Y aún resulta más mágico si tiene un hermano gemelo –Robert– que nació entero. Pero dejo a mis lectores una última incógnita que completa el misterio. ¿Por qué los pantalones se movían solos, provocando la alucinación de que la mitad inferior del cuerpo tenía vida propia?

Copyright del artículo © Ramón Mayrata. Reservados todos los derechos.

Copyright de la imagen de «Freaks» © Metro-Goldwyn-Mayer, Excelsior Pictures Corp., Joseph Brenner Associates, Warner Home Video. Reservados todos los derechos.

Copyright de las restantes imágenes © Johnny Eck Museum, Bughouse Tramp, Inc. Reservados todos los derechos.

Ramón Mayrata

Poeta y novelista, ha ejercido también el periodismo escrito y ha trabajado como guionista de radio y de televisión. A los diecinueve años publicó su primer libro de poemas: "Estética de la serpiente" (1972). Un año antes aparecieron sus poemas iniciales en la antología "Espejo del amor y de la muerte", prologada por Vicente Aleixandre (1971). Trabajó como antropólogo en el antiguo Sahara español en pleno proceso de descolonización. Estas experiencias fueron la materia de su primera novela: "El imperio desierto" (Mondadori, 1992). Su amplia bibliografía incluye títulos como "Valle-Inclán y el insólito caso del hombre que tenía rayos x en los ojos", "El mago manco" y Fantasmagoría. Magia, terror. mito y ciencia".
Junto a Juan Tamariz fundó y dirigió la editorial Frackson especializada en libros técnicos de magia. Autor de innumerables artículos en periódicos y revistas, en la actualidad colabora en "El Norte de Castilla".

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