Por muchos motivos, la franquicia Kingsman me recuerda el humor extremo que caracterizaba a varios de los Bond alternativos que surgieron en los sesenta, en particular Derek Flint (James Coburn), el protagonista de Flint, agente secreto (1966).
Sin embargo, mientras que Flint era una parodia ‒y no hablemos ya del Matt Helm encarnado por Dean Martin‒, Kingsman nos ofrece, bajo su moderno envoltorio de comedia, todo aquello que empieza a ser habitual en el subgénero de agentes secretos: combates coreografiados hasta lo imposible, idealización del lujo, persecuciones dignas de un dibujo animado, conspiraciones delirantes y supervillanos que siempre acaban abriendo la puerta equivocada.
En Kingsman: Servicio secreto (2015), Taron Egerton brilló especialmente como Eggsy Unwin, ese chaval de barrio que se transforma en un sofisticadísimo agente bajo la doble tutela de dos integrantes de una organización secreta: Harry Hart (Colin Firth) ‒un gentleman que viene a ser un pigmalión y una figura paterna para Eggsy‒ y el experto táctico Merlín (Mark Strong).
Con oportunas variantes, la misma fórmula se repite en la divertida Kingsman: El círculo de oro (2017), en la que reaparecen los protagonistas de la cinta anterior, en un reparto reforzado con esteroides, donde la villana es Julianne Moore y los aliados de los Kingsman son sus homólogos americanos, los Statesman, encabezados por Jeff Bridges, Halle Berry, Channing Tatum y Pedro Pascal. Sumemos a ello la presencia fugaz de Michael Gambon, Bruce Greenwood, Emily Watson y un Elton John desatado, y nos haremos una idea de la evolución estelar que toma la saga.
Matthew Vaughn tiene claro que esta secuela debe reiterar todo aquello que funcionó en la primera entrega, y sigue esa regla a conciencia. Hay momentos en los que la cámara parece manejada por un maníaco, sobre todo en esas peleas que desafían la ley de la gravedad ‒o cualquier asomo de lógica‒ y se convierten en un espectáculo de pirotecnia física. Por otro lado, la trama no pretende ser realista ni por un segundo, y a su manera, nos remite a entregas tan desmadradas de la saga Bond como Moonraker (1979).
La sátira y el humor negro que ya estaban presentes en el Kingsman original vuelven a encajar en el argumento de su secuela, pero esta vez, los mejores momentos cómicos se deben a la malvada Poppy Adams (una magnífica Julianne Moore), esa narcotraficante implacable que habla con la ternura propia de una señora cursi de los años cincuenta.
Es posible que falte aquí la frescura del film de 2015, y falta asimismo esa dinámica a lo My Fair Lady entre Firth y Egerton, pero a cambio, tenemos el dinamismo extremo de unas frenéticas secuencias de acción, un eficaz puñado de secundarios y un guión que, si uno acepta el juego propuesto por Vaughan, funciona con mucha simpatía y con una ligereza más que razonable.
Sinopsis
Cuando se estrenó Kingsman: Servicio secreto del director Matthew Vaughn a principios del 2015, pasaron varias cosas. Primero, supuso la presentación de Kingsmen, un servicio de inteligencia británico independiente y auto financiado dedicado a velar por la seguridad del mundo y, gracias a su tapadera de los mejores sastres londinenses, parecían recién salidos del escaparate de una boutique para caballeros de la mismísima Savile Row. Fue entonces cuando conocimos a Harry Hart o “Galahad”, un impecable gentleman y agente secreto interpretado por Colin Firth con carisma, encanto y un paraguas de lo más letal; acompañado de Merlin (Mark Strong), el gurú tecnológico de la agencia, un escocés muy quisquilloso; Chester King o “Arthur” (Michael Caine), un líder con un lado oscuro; Roxy (Sophie Cookson), una joven recluta que rebosa ambición y, por último, pero no por ello menos importante, de Eggsy (Taron Egerton), un chaval barriobajero reclutado por el propio Harry, su protegido, quien se convertiría finalmente en un auténtico Kingsman, a pesar de ser un diamante en bruto.
Segundo, resultó ser una cinta de acción enormemente ingeniosa y atrevida que subvirtió los parámetros establecidos por miles de películas de espías previas y todo ello gracias al cóctel explosivo, divertido e inesperado preparado por los guionistas Vaughn y Jane Goldman. Dicha combinación rompió todas las reglas aportando elementos nunca vistos en una cinta popular, desde una secuencia de acción en una iglesia que nos dejó boquiabiertos a otra en la que estallan multitud de cabezas al compás de “Pompa y Circunstancia” de Edward Elgar.
Tercero, la acogida mundial que recibió la película por parte del público fue espectacular. Espectadores de todo el mundo acudieron en masa a las salas de cine para disfrutar de la emoción de las pelis de espías de antaño junto con un toque actual y desenfadado. Kingsman: Servicio secreto recaudó más de 400 millones de dólares entre los distintos mercados, preparando así el terreno para la secuela. Y así nace Kingsman: El círculo de oro, en la que Eggsy y los espías de Kingsmen formarán equipo con una agencia norteamericana para hacer frente a una villana megalómana e ilusoria que pretende conquistar el mundo. La segunda entrega ha supuesto el mayor reto de su carrera para su director y guionista, Vaughn — un hombre que ha revitalizado con aplomo el género de gánsteres, de superhéroes y de fantasía.
“Planteé la primera entrega para dar lugar a una secuela,” dice Vaughn. En las secuencias finales de Kingsman: Servicio secreto, Eggsy y Roxy unen fuerzas para acabar con la amenaza mundial representada por el villano multimillonario Richmond Valentine (Samuel L. Jackson), convirtiéndose así en auténticos Kingsmen. “Como director disfruté tanto de la primera entrega que me sedujo la idea de repetir. Pero las secuelas son complicadas. Al público le ha gustado la primera, pero si haces lo mismo resulta aburrida y poco original.”
Vaughn se inspiró en ciertas secuelas que considera están a la altura o incluso superan a sus predecesoras, entre ellas El Padrino Parte II y Star Wars: Episodio V – El Imperio contraataca; películas que no podrían calificarse ni de aburridas ni de poco originales. “Las secuelas que a mí me gustan son las que avanzan la historia,” asegura el director. Y la historia principal que deseaba avanzar era la de Eggsy. “Nuestra idea no era hacer una secuela a lo James Bond en la que Eggsy se enfrenta a una amenaza nueva, pero su personaje no evoluciona” dice Jane Goldman, guionista colaboradora de Vaughn en todas las películas del director desde Stardust en 2007. “Comentamos la posibilidad de que emprendiera un viaje.”
Y en ese viaje Eggsy mantiene una relación con la princesa Tilde (Hanna Alström), la princesa sueca a la que rescata al final de Kingsman: Servicio secreto, y que lo recompensa de una forma poca ortodoxa. “En las pelis de espías, suele haber un desfile de mujeres diferente en cada cinta,” explica Goldman. “Con Kingsman queríamos darle una vuelta de tuerca y me gustó esa idea — ¿y si se tratara de algo más que de una relación pasajera? ¿Y si se convirtiera en una relación seria? ¿De qué manera afectaría su papel como espía?”
Cada héroe se mide con su villano, claro está. Y en El círculo de oro, ese conflicto se desata con la puesta en escena de Poppy Adams, una traficante de estupefacientes que, como jefa de la misteriosa organización criminal El círculo de oro, pone en marcha un plan ruin que la colocará en el ojo de mira de Eggsy. Para Vaughn, la línea argumental de la villana era de suma importancia.
“Me desperté una mañana con la trama entera en la cabeza,” recuerda. “Me preocupaba el tema del villano. No es nada fácil crear una línea argumental de un villano que no resulte ridícula, que sea relevante y por su fuera poco, creíble.” En la primera entrega puede que la idea de Valentine de reducir la población mundial para aliviar la carga del medio ambiente mediante la transmisión de una señal que hacía que la gente cediera a impulsos homicidas fuera totalmente insidiosa, pero surgió de buenas intenciones mal encaminadas. “El pensamiento de Valentine tiene sentido puesto que el medio ambiente está en apuros” añade Vaughn. “Os aseguro que la gente debatirá el plan de Poppy. ¿Lleva razón o no? Sus aspiraciones tienen sentido, pero la forma de conseguirlo no es muy bonita que digamos.”
Para encarnar semejante papel tanto Vaughn como Goldman estaban convencidos de la necesidad de presentar al público algo que no habían visto antes, por lo que contactaron con Moore para dar vida a Poppy (vía Colin Firth, con el que había trabajado con anterioridad). “Me encantó la primera, me pareció muy ingeniosa y divertida,” explica Moore. Poppy se aferra a su tierra y sueña con retornar a Estados Unidos, por lo que, aunque se encuentra en el sudeste asiático, decide reformar unas antiguas ruinas e invertir parte de su gran fortuna en la construcción de Poppyland, una especie de guarida del lobo con un aire de parque de atracciones en donde todo recuerda a Norteamérica –desde el salón de belleza, la bolera, o un auditorio, pasando por una magnífica cafetería que hace las veces de su despacho, presidida por una reluciente y siniestra picadora de carne. “Le fascina la cultura pop norteamericana y la echa de menos,” añade Moore. “Cada detalle que forma parte de su mundo satisface sus ansías de volver a casa.”
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