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Crítica: «Mad Max: Furia en la carretera» (George Miller, 2015)

Con esa astucia narrativa que se filtra a través de la arena y los gases de combustión, George Miller retorna al páramo donde ideó la mítica saga que viene a completarse con esta sensacional película: un rally feroz, anclado en las fantasías apocalípticas de los ochenta.

Los espectadores que crecimos en aquella década, pasamos una parte de nuestra vida en el coche de Max. Por eso mismo, antes de que acaben los créditos de esta cuarta entrega, vuelvo hacia atrás. Al origen.

Mad Max – Salvajes de autopista (1979) se rodó sin grandes aspiraciones. Era una violenta película de moteros, endurecida a conciencia, con un estilo narrativo muy directo. Pese a sus méritos, es la cinta que peor ha envejecido de la franquicia. Ocurre todo lo contrario con su secuela, Mad Max 2, el guerrero de la carretera (1981), un western futurista, donde todas las cosas que tienen que suceder, suceden.

Animado por el mainstream del momento, el film de 1981 reúne en su imaginario tribus bárbaras, quimeras punk, samurais de nuevo cuño y freaks culturistas. En definitiva, todo lo que un lector de Métal Hurlant o de 2000 AD podía desear en una película. Tan frenética como un episodio lisérgico del Coyote y el Correcaminos, Mad Max 2 dejó una huella profunda en la psique de aquella generación, e inauguró un subgénero, la aventura postapocalíptica, en el que también se encuadran engendros imperdonables, producidos principalmente desde Italia.

Si no hubiésemos visto más de una vez este magnífico largometraje, es posible que nos hubiera gustado más la tercera entrega, Mad Max, más allá de la cúpula del trueno (1985), una versión descafeinada y pop de la misma mitología.

Han pasado los años, y Miller ha regresado a esa tierra baldía donde los vehículos parecen salir de la Edad del Bronce. Mel Gibson, el protagonista de la trilogía original, es sustituido por Tom Hardy en la piel de «Mad» Max Rockatansky.

El héroe viene acompañado en esta oportunidad por una sombría valquiria, Furiosa, a la que da vida con carisma y mucha convicción Charlize Theron.

Ambos se enfrentan a un villano enloquecido, el rey Immortan Joe, al que interpreta, tras una espesa capa de látex, ese impecable actor que es Hugh Keays-Byrne (quien, por cierto, fue también el malvado líder de los motoristas en el film de 1979).

Alrededor de Immortan Joe pulula una delirante sociedad guerrera, a medio camino entre una horda vikinga, un impi zulú y una pandilla de skinheads drogados. Para no adelantar más detalles, digamos que Max y Furiosa protegen algo que pertenecía a Immortan Joe. Cuando éste suelta a sus perros de la guerra para recuperar esa propiedad, se inicia una persecución que abarca toda la película, sin un solo momento de respiro, en un desenfreno que extereoriza todos los peligros de una carrera a muerte en medio del desierto.

Libre de experimentar con las posibilidades de una cacería humana en un entorno hostil, Miller recupera los ingredientes de Mad Max 2, y gracias a un presupuesto generoso y bien aprovechado, entra y sale del carril rápido para hilvanar secuencias que se fijan en nuestra retina, alternando las peleas y los atropellos de impresionante coreografía con las acrobacias dignas de un montaje del Circo del Sol.

¿Violencia? Por supuesto que la hay. ¿Escenografías de cómic? Tantas como puedan desear. ¿Testosterona? Obviamente…, aunque en esta oportunidad Miller procura añadir varias amazonas al conjunto, de forma que el peso de la masculinidad no sea tan obvio.

Aunque el guión podría resumirse en un párrafo sin que nos perdiéramos demasiados detalles, lo cierto es que la habilidad de George Miller como narrador, sumada al talento de los actores, logra que asistamos a este espectáculo colorista y febril casi sin pestañear.

Echo de menos algún momento de mayor reposo, como sucedía en la segunda entrega, pero ese es un reparo sin importancia cuando uno admira el trabajo de los especialistas o el diseño de producción. Al final, uno abandona la sala estableciendo comparaciones incómodas con las carreras de coches a las que nos ha acostumbrado la saga Fast and Furious.

Si tenemos en cuenta que el primer anuncio de rodaje se comunicó en 2001, queda claro que este proyecto ha pasado por un infierno de cancelaciones. Sin embargo, lo cierto es que el resultado final –extravagante, atrevido, vertiginoso– hace que lo olvidemos de inmediato.

El conocido autor de cómics Brendan McCarthy firma el guión junto a Miller y se encarga de buena parte de los diseños. Me parece una elección inmejorable: en los setenta, McCarthy colaboró en las páginas de la revista 2000 AD. Ahí se encargó del Juez Dredd, que viene a ser el antecedente directo del primer Mad Max. Algo después, en 1983, inspirándose en la segunda cinta de la saga, escribió junto a Peter Milligan Freakwave, un tebeo de ambiente apocalíptico que seguramente leyeron los creadores de Waterworld. Como ven, el encuentro de McCarthy con Miller no es, ni mucho menos, una casualidad.

Rodada en imponentes escenarios naturales de Namibia y del outback australiano, y mostrando su preferencia por los trucajes tradicionales –toda una alegría para los alérgicos al cine digital–, la película se beneficia asimismo de un trabajo fotográfico excepcional, que debemos al veterano John Seale, el operador de Único testigo (1985), Rain Man (1988), Gorilas en la niebla (1988) y El paciente inglés (1996).

Sinopsis

Del director George Miller, creador del género postapocalíptico y autor intelectual de la legendaria franquicia Mad Max, llega Mad Max: Furia en la carretera, retorno al mundo del guerrero de la carretera, Max Rockatansky.

Perseguido por su turbio pasado, Mad Max cree que la mejor forma de sobrevivir es deambular en solitario. Sin embargo, se ve arrastrado por un grupo que huye a través del páramo en un camión de guerra conducido por la Emperatriz Furiosa. Escapan de una ciudadela tiranizada por Immortan Joe, a quien le han robado algo irreemplazable. Enfurecido, el Señor de la Guerra moviliza a todos sus hombres para perseguir con ellos a los rebeldes en una Guerra de la carretera sin compasión.

En Mad Max: Furia en la carretera, el director/guionista/productor George Miller da rienda suelta a un mundo sin rumbo a través de una Guerra de la carretera con una fuerza arrebatadora como solo él sabe hacer.

Miller siempre se había imaginado una película que fuese una persecución sin descanso de principio a fin: «Concibo las películas de acción como una especie de música visual, y Furia en la carretera está de alguna forma a medio camino entre un concierto de rock duro y una ópera. Quiero que el público salte de sus butacas y se sumerja en una persecución intensa y sin descanso y, por el camino, conozca a los personajes y los sucesos que dieron lugar a esta historia».

El productor Doug Mitchell, colaborador de Miller desde hace 35 años, afirma que la década de esfuerzos que ha costado llevar a la pantalla Mad Max: Furia en la carretera ha sido en sí misma una carrera estimulante: «George es increíblemente creativo, pero esa creatividad va acompañada de cierto pragmatismo. Un proyecto de esta magnitud solo puede hacerse realidad gracias a esa combinación de elementos, que posee de forma intuitiva. Hemos tenido que superar momentos muy complicados y otros súper divertidos hasta llegar a donde estamos pero, para mí, ha sido un privilegio maravilloso acompañarle en un viaje tan fantástico».

En el caso de Miller, el camino se remonta incluso más: A finales de los 70, recién acabada la carrera de Medicina, dejó salir a relucir su pasión por las primeras películas de acción y persecuciones del cine y se dispuso a definir él mismo el lenguaje visual puro de las mismas. A partir de sus experiencias como médico de emergencias, concibió la historia de una figura solitaria en un mundo desolado tras el hundimiento de la sociedad tal como la conocemos, y aterrorizado por bandas de carretera formadas por trastornados.

Miller indica: «Siempre me ha fascinado cómo evolucionan las sociedades, que a veces puede ser algo increíblemente inspirador y otras, perturbador. Cuando desnudas la complejidad del mundo actual puedes entrar en uno muy básico y sobrio, y contar historias que son básicamente alegorías».

Con un presupuesto muy limitado, Miller logró reunir toda una cohorte de motos y coches súper potentes, fichar a un desconocido Mel Gibson directamente de la escuela de interpretación, y lanzarse a las desoladas carreteras de las afueras de Melbourne (Australia) para grabar la salvaje energía de un conjunto cataclísmico de actuaciones en directo, realizadas por personas al volante de vehículos reales, corriendo a velocidad real.

Nico Lathouris, guionista de la película y amigo de Miller desde que iban a la universidad, e intérprete de Grease Rat en la primera película de la saga, nos cuenta: «En Australia tenemos una gran cultura del coche; el coche es prácticamente como un arma. George llevaba tiempo tratando a personas jóvenes que se habían visto implicadas en accidentes de coche tremendos y, en lugar de reflexionar seriamente sobre ello, había una tendencia a alardear de situaciones en las que había habido heridos de gravedad, o incluso muertos. Como médico, creyó que lo único que estaba haciendo era poner tiritas sobre una herida de mucho mayor calado, y esta historia fue su forma de llegar al corazón del problema».

Mad Max – Salvajes de autopista fue el resultado, se estrenó en 1979 y supuso todo un terremoto en esa cultura. Según fue creciendo la leyenda de Mad Max – Salvajes de autopistaMiller fue incrementando su particular marca de acción desenfrenada y creación de un mundo envolvente con las dos películas siguientes: la emblemática Mad Max 2, el guerrero de la carretera y la operística Mad Max, más allá de la cúpula del trueno.

En palabras del propio Miller: «Una de las ideas que guió la primera película de Mad Max, y que también guía Furia en la carretera, es la concepción que Alfred Hitchcock tenía de hacer películas que se pudieran ver en cualquier parte del mundo sin necesidad de subtítulos. Se trata de lograr lo mismo que las grandes canciones: da igual tu estado de ánimo, logran llevarte a un lugar exterior a ti mismo del que sales habiendo vivido una experiencia satisfactoria. Esa era la intención subyacente detrás de todas estas películas».

Los paisajes inhóspitos y devastados, la acción desenfrenada, los diálogos reducidos a su mínima expresión y un reparto caleidoscópico que Miller ideó para la trilogía de Mad Max crearon un género totalmente nuevo y sirvieron de inspiración para las creaciones de artistas de todas las especialidades. Tom Hardy, que interpreta a Max Rockatansky, protagonista de Mad Max: Furia en la carretera, nos declara lo siguiente: «Básicamente, George inventó la atmósfera postapocalíptica que vemos actualmente en tantísimos videojuegos y películas. Ese es el lienzo que él mismo diseñó, y sobre el que aún hoy sigue dibujando con todo lo que tiene a su alcance. Formar parte de esta película es como sentarse con George en su caja de juguetes. Su imaginación es tan extraordinaria que es como si estuvieras dentro de su cabeza, no en una película».

Charlize Theron, que encarna a un personaje nuevo dentro de la saga, la Emperatriz Furiosa, da fe de que, con esta película, Miller ha forjado una visión completamente nueva que destaca por sí misma, incluso a pesar del rico legado que arrastra: «Sin duda, con esta película George ha reimaginado un mundo al que quiere con locura. Todo el mundo puede entrar en él y vivir una experiencia espectacular. La película tiene pequeñas joyas para aquellos que hayan visto las películas anteriores y, a la vez, creo que Miller ha creado algo que tendrá una gran repercusión en una generación nueva que no creció viendo Mad Max. Eso es lo bonito de Furia en la carretera».

Nicholas Hoult, que interpreta al guerrero Nux, y pertenece a dicha generación, asiente: «Lo increíble de George es que puede crear algo gigantesco, y aun así sigue siendo algo realmente íntimo. Se ha puesto tanta atención hasta en las cosas más pequeñas de este mundo mitológico, que hasta el más mínimo detalle te contará todo lo que necesitas saber de los personajes y su entorno».

La misión de sumergir al público actual en el alocado futuro de Miller con Mad Max: Furia en la carretera atravesaría continentes y duraría más de diez años. Influiría en el talento de cientos de artistas para que diseñasen y construyesen un universo realmente postapocalíptico, desde la creación de 3500 storyboard a miles de artilugios y vestuario. Mediante una operación logística sin precedentes, la gigantesca producción se llevó al reparto, equipo técnico y 150 vehículos hechos a mano hasta el desierto de Namibia para montar una Guerra de la carretera en vivo durante 120 días mediante varias unidades.

Hardy asiente: «Si crees que una escena es demasiado bestia, o una explosión demasiado espectacular, te prometo que todo ocurrió de verdad. Lo he visto con mis propios ojos. Todo eran escenas de acción desde que empezaba cada día, hasta que terminaba. Fue una locura increíblemente fantástica, todo cosecha propia de George«.

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Mad Max: Furia en la carretera (2015), de George Miller

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Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.