Me gusta imaginar un universo paralelo en el que es posible recomendar películas tan llenas de defectos como En tiempo de brujas. Y es que, aunque parezca desconcertante, los films mediocres pero simpáticos merecen –hoy más que nunca– ser tenidos en consideración.
Otra historia de terror, centrada esta vez en los años de la Peste Negra, viene a acumularse en las prolíficas filmografías de Nicolas Cage y Ron Perlman. Ambos se enfundan la cota de malla, y en su papel de cruzados con buen corazón y con muchos pecados en la mochila, protagonizan este cuento de espada y brujería, entrecosido a base de retales. El orden no importa: esquema de videojuego, un buen puñado de tópicos medievales, y lo más sugerente, diablos y otras bestias espeluznantes diseñadas al estilo de Sam Raimi y Rob Tapert (Para el caso, lo mismo vale recordar Posesión infernal que Xena, la princesa guerrera).
En tiempo de brujas no es, desde luego, una clase magistral sobre el arte del guión. Abundan en ella los diálogos imposibles, la escalada de tensión es predecible y el fulminante desarrollo dramático de los personajes provoca –no sé si de forma involuntaria– más de una sonrisa. Y sin embargo, mientras ruedan los créditos finales, uno tiene la impresión de que este es el tipo de película que vale la pena disfrutar junto a un grupo de amigos que –ay– no aspiren a ser críticos de cine. Es como si el director Dominic Sena hiciera bueno el aserto: «Nada se merece, todo se acepta».
Cuentan que el guión de En tiempo de brujas ganó el Premio Nicholl Fellowship, otorgado por la Academia de las Artes y la Ciencias Cinematográficas. No lo niego: es posible que, sobre el papel, esta peripecia sobrenatural con un matiz gótico tuviese otro empaque. En todo caso, parece que la aportación de Sena ha desdibujado los supuestos méritos del guionista.
Como en muchos tebeos apaisados o en la serie Z, aquí no hay brillantez formal ni profundidad psicológica, sino una historia que no se toma en serio a sí misma, y que precisamente por ello, despierta cierto grado de complicidad. Sí, hay que aguzar la vista para ver más allá, pero no lo duden, los clichés de los que se nutre la cinta tienen algunas posibilidades en la gran pantalla.
En cierta ocasión, el escritor Martin Amis habló de esos buenos libros malos, llenos de un inusitado entusiasmo, que nos divierten a pesar de todo. Viendo En tiempo de brujas, uno recuerda los videoclubs de los ochenta, y piensa en los buenos momentos regalados por fantasías que ya empezamos a olvidar: El torreón, El chico de oro, las mil y una imitaciones de Conan el bárbaro…
¿Se acordaría el mundo de Nicolas Cage de no ser por su disposición a aceptar cualquier proyecto? Por fortuna, en su frenética sucesión de papeles se muestra tan animoso que uno aprende a temer que Nic quiera volver a los tiempos de Leaving Las Vegas.
Sinopsis
Nicolas Cage y Ron Perlman protagonizan esta aventura de acción sobrenatural acerca de un heroico cruzado y su amigo más cercano que regresa a casa tras décadas de feroz lucha, sólo para encontrar que el mundo ha sido destruido por la peste.
Los religiosos de mayor rango, convencidos de que una joven acusada de ser una bruja es responsable de la devastación, encargan a los dos la misión de llevar a la extraña joven a un monasterio remoto donde los monjes realizarán un antiguo ritual para liberar a la tierra de su maldición. Se embarcan en un viaje terrible, lleno de acción, que pondrá a prueba su fuerza y coraje a medida que descubren el oscuro secreto de la joven y se encuentran luchando contra una fuerza terriblemente poderosa que determinará el destino del mundo.
Los años de guerra brutal en nombre de Dios han despojado a Behmen (Cage) de todo gusto por el derramamiento de sangre y de su lealtad a la Iglesia. Esperando con ansia una jubilación tranquila, Behmen y su camarada de armas Felson (Perlman) se quedan totalmente perplejos al encontrar una patria desierta, sin saber que Europa ha sido diezmada por la peste bubónica.
Mientras buscan alimentos y suministros en el Palacio en Marburgo, los dos caballeros son aprehendidos y llamados ante el Cardenal local (Christopher Lee) para explicar su regreso no programado desde Oriente. El Cardenal moribundo les amenaza con pena de prisión por desertar, a menos que acepten llevar a cabo una peligrosa misión. En el calabozo del Cardenal se encuentran a una joven (Claire Foy) acusada de ser una bruja que trae la peste. Sólo podrán ser redimidos si deciden acompañar a la joven a una abadía distante donde será juzgada.
El brutal maltrato al que es sometida la joven en prisión y la impotencia de ella ante las acusaciones de los funcionarios de la Iglesia conmueven a Behman. Convencido de que ella es simplemente un conveniente chivo expiatorio y temiendo que será condenada sin un juicio justo, decide escoltarla en el traicionero viaje.
Además de su leal compañero Felson, estará acompañado por un estafador viajero que conoce muy bien la región (Stephen Graham), un joven ansioso que aspira ser nombrado caballero (Robert Sheehan), un caballero amargado que ha perdido a toda su familia en manos de la peste (Ulrich Thomsen) y un sacerdote ingenuo (Stephen Campbell Moore).
La ruta es larga y ardua, y aún más difícil por la cada vez más inquietante serie de eventos que lleva al grupo a través de un territorio sin explorar, a través de gargantas agrestes y profundas y de bosques infestados de lobos. Uno a uno, sus compañeros de viaje se topan con la mala suerte, y el asediado cruzado se encuentra junto a su adversario más aterrador.
En la película colaboraron expertos en armas de la época y uno de los coordinadores de especialistas más importantes del mundo para llevar a cabo las escenas de batallas, que van desde el épico asedio de los cruzados a una ciudadela turca, pasando por un enfrentamiento en las trincheras y una confrontación sorprendente en el gran scriptorium (biblioteca) de una abadía románica. Los intérpretes afrontaron caídas precarias desde 60 metros o más para desarrollar complejas escenas con grupos de caballos y acrobacias cuidadosamente coreografiadas, todo esto al servicio del ambicioso alcance de la historia.
Después de largos meses de entrenamiento físico, difíciles condiciones de rodaje y una programación agotadora, Nicolas Cage, quien protagoniza la película en el papel de Behman, está emocionado por la hábil mezcla de estudio de los personajes y de suspense de la película terminada. “La película es complicada y hermosa”, dice. “Dominic Sena hizo un excelente trabajo al concebir y fotografiar una película tan original y apasionante como esta. Cuando la película llega al clímax, te sientes tan sorprendido como los personajes por lo que está ocurriendo. Creo que es muy entretenida”.
Los cineastas buscaron emplazamientos en distintos lugares de Europa para encontrar un castillo históricamente exacto para servir como residencia del Cardenal de Marburg. Su esfuerzo fue recompensado cuando descubrieron el castillo de Kreuzenstein, idealmente situado en una colina a unos 20 kilómetros al noreste de Viena. Construido sobre cimientos que se remontan a por lo menos el año 1115, el castillo de Kreuzenstein está rodeado por torres que permiten vistas panorámicas de los alrededores. Una fortaleza construida para proteger a sus habitantes de los invasores, tiene paredes altas y gruesas, un puente levadizo y una entrada de hierro forjado que evoca un tipo de vida que ha quedado muy atrás.
Tom Struthers, coordinador de especialistas, preparó a los actores de manera intensiva para capacitarlos para la acción física y la lucha contra enemigos que no se pueden ver desde las trincheras y de pueblos arrasados por la peste, además de un encuentro brutal con los lobos en el bosque de Wormwood. Incluso Struthers, quien ha coordinado a especialistas en grandes películas de acción que incluyen a: Salvando al soldado Ryan, The Dark Knight y Terminator Salvation, encontró que las condiciones de trabajo eran difíciles. “Fue un rodaje muy, muy difícil”, dice. “Fue muy peligroso en muchos aspectos. Estábamos utilizando emplazamientos que nos obligaron a ser muy cuidadosos todo el tiempo. En un momento dado, estuvimos en un desfiladero a una altura de unos 50 o 60 metros, rodando una escena que requería caballos, una carreta, los actores y todo el equipo. Todos tuvieron que hacer un gran esfuerzo para que saliera bien».
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