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«Drácula», de Bram Stoker, ilustrado por Fernando Vicente

Viene a cuento recordar que Drácula es un personaje excepcional, tanto por la profundidad de su caracterización como por sus implicaciones. No es que veamos a través de su mirada las claves del escalofrío romántico: también comprendemos el terror clásico en sí mismo. Esa capacidad de persuasión del vampiro –su carisma– nace de la inventiva y el rigor narrativo de Bram Stoker, un novelista que agotó su trascendencia literaria en esta figura, como si supiera de antemano que, a la hora de garantizarse un porvenir, solo necesitaba obtener éxito con esta obra.

¿Acaso lo pretendió realmente? Stoker concedió mucha más dignidad a su Drácula que a cualquiera de sus demás invenciones, olvidables y poco inspiradas. Desde que salió a la venta aquella legendaria primera edición de la novela (Archibald Constable and Company, 26 de mayo de 1897), la historia del Conde vampiro se ha ajustado como un guante a la fantasía de nuestro tiempo. ¿Razones? Para empezar es una historia fascinante, en la que el protagonista adecenta su propio disfraz con toques muy modernos.

El suspense, el terror y la aventura se proyectan a través de un relato epistolar, habitado por personalidades inolvidables. Tanto el aristócrata inmortal como su enemigo, el sabio Abraham Van Helsing, son invenciones difícilmente mejorables, cuya repercusión no creo que haga falta explicar. Por otro lado, Stoker alcanza un ritmo y una frescura en su narración que, pese a la precariedad de su restante bibliografía, le garantizan un lugar entre los grandes de la novela.

La densidad de temas que recorre el libro ha generado multitud de ensayos y de tesis, muy pertinentes para recorrer esa cartografía de la Inglaterra victoriana que se encierra en las páginas de la obra. Pasen y acomódense: tras leer Drácula, uno puede explorar los orígenes literarios del vampirismo o dejarse llevar por especulaciones médicas acerca del vampirismo, ese mal inequívocamente literario.

Con el tiempo, la amplitud de esos abordajes también ha dado lugar a un sinnúmero de equivocos, que obligar a desmentir ciertos mitos y errores muy extendidos: por ejemplo, determinadas referencias esotéricas que suelen citarse a propósito de Stoker, o la supuesta intervención de Arminius Vambery en la creación de su novela.

Quizá Drácula estaba predestinado a la fama. Tan predispuesto a ella como otros míticos representantes de la Inglaterra victoriana y eduardiana (Pienso ahora en Sherlock Holmes, pero es casi inevitable citar los vínculos del vampiro con la figura de Jack el Destripador).

A estas alturas, reviste un mérito extraordinario lanzar una edición de Drácula que merezca interés. Son tantas las versiones y los formatos a disposición del lector que, de forma equivocada, pensábamos que era difícil imprimir de nuevo el libro con algún valor añadido. Sin embargo, la editorial Reino de Cordelia ha logrado esa hazaña. De hecho, su versión del texto de Stoker es una auténtica joya.

Para empezar, recurre a la traducción de Juan Antonio Molina Foix –la predilecta de muchos de nosotros–, y además, está enriquecida por las magníficas ilustraciones de ese gran artista que es Fernando Vicente.

El sofisticado trabajo del ilustrador requiere un párrafo aparte. En sus creaciones redescubrimos la esencia del mito –el temblor romántico, el goticismo, la sensualidad, el misterio…–. Por si ello no bastase, como si fueran un guiño pop, algunas láminas incluyen citas de lo más sugestivo (por ejemplo, en la que ocupa la página 447, uno de los personajes adquiere los rasgos de William Hartnell, conocido por ser el primer avatar del Doctor Who, desde 1963 a 1966).

En definitiva, un libro tan atractivo como indispensable.

Sinopsis

Considerada por Oscar Wilde la novela fantástica más importante de la literatura, Drácula, la obra maestra de Bram Stoker, ha sido llevada al cine continuamente desde 1922, pero jamás había tenido fortuna con los ilustradores. No había un dibujante canónico de Drácula, no existía una edición ilustrada clásica de este gran libro de terror que todavía hoy conmociona a miles de lectores en todo el mundo.

Fernando Vicente ha decidido llenar ese vacío y, asumiendo el reto de poner cara al rey de los vampiros, ha realizado la versión más ambiciosa de todas las existentes hasta el momento.

Basándose en la excepcional traducción de Juan Antonio Molina Foix, interpreta los sentimientos del monstruo y de sus cazadores y sigue paso a paso la trepidante aventura del relato, descubriendo la pasión amorosa que esconden sus páginas, el poderoso atractivo que emana del mal, los inquietantes paisajes por los que discurre la acción y la terrorífica aura que impregna su lectura.

Los autores

Bram Stoker (Clontarf, Irlanda, 1847- Londres, 1912) estudió Matemáticas en el Trinity College y durante gran parte de su vida fue la mano derecha del actor más popular de su época, Sir Henry Irving, propietario del Lyceum Theatre. Con él viajó en varias ocasiones a Estados Unidos, lugar donde conoció personalmente a Walt Whitman y trabó una estrecha amistad con Mark Twain.

Escribió numerosas novelas, muchas de ellas de misterio, pero ha pasado a la historia de la literatura por Drácula (1897), a la que dedicó siete años para lograr resucitar y dar larga vida al mito del vampiro.

Fernando Vicente (Madrid, 1963) es pintor e ilustrador. Sus primeros trabajos los publicó en la revista Madriz y desde 1999 lo hace asiduamente en el diario El País y en su suplemento cultural, Babelia. Gracias a este trabajo ha ganado tres premios Award of Excellence de la Society for News Design. Además de sus colaboraciones en prensa diaria y revistas, ha realizado portadas de libros y discos y ha ilustrado más de una veintena de libros, tanto dirigidos al público infantil y juvenil como a los adultos. En su faceta como pintor destacan las series AtlasAnatomíasVanitas y Venus.

Del prólogo de Luis Alberto de Cuenca

«La culpa la tuvo el marisco. El autor de Drácula aseguraba a su único hijo, Irving Noel Thornley Stoker (1879- 1961), que la idea de crear al rey de los vampiros le surgió tras cenar un indigesto centollo. Sin menospreciar la influencia de la gastronomía en la vida y en la literatura, lo cierto es que por aquella época el vampirismo ya contaba con notables precedentes. Fragmentos de diarios, cartas y recortes de periódicos son las piezas estructurales utilizadas por Stoker para desarrollar la acción del libro hasta su trepidante final. El resultado deslumbra.

Drácula es mucho más que una estupenda novela de género y que la plasmación definitiva del mito del vampiro en un texto literario. Drácula es un clásico de la literatura inglesa y una de las quince o veinte novelas mejor construidas de la letras universales. No en vano su autor empleó siete años en preparar la que, sin duda, es su obra maestra. Siete años en los que tuvo que robar tiempo al histriónico actor Sir Henry Irving, jefe-vampiro de Stoker, que lo absorbería hasta sus últimos días y que pudo haber sido la mejor inspiración para crear al monstruo literario.

El primer documento existente sobre el proceso creativo de Drácula es un apunte en una nota de un hotel de Filadelfia, fechado en 1890. Bram no escatimó esfuerzos en documentarse para la redacción de la novela: llevó un dietario de la acción para evitar imprecisiones cronológicas en su desarrollo a través de las cartas, diarios y telegramas que van articulando la narración. Visitó Whitby, el lugar donde atracaría en Inglaterra el carguero Deméter con el ataúd del vampiro, y tomó numerosos apuntes para perfilar a los personajes principales, que presentan en su caracterización individual una precisión psicológica admirable. Hasta el último borrador, escrito a máquina, estuvo pensando en el título, y aunque parecía decidido a que fuera El no muerto (The Un-Dead), alguien decidió en el instante final, antes de que la obra comenzase a imprimirse, titularla con el nombre del conde vampiro. Así como el cine se ha ocupado generosamente del conde transilvano, el mundo de la ilustración no ha mostrado tanto interés por el personaje.

Fernando Vicente, uno de nuestros ilustradores más literarios, ha ocupado más de un año de su vida en estudiar gráficamente la obra maestra de Stoker y en realizar unas imágenes tan sustanciosas y arrebatadoras, al menos, como las del cinematógrafo. No cabía esperar mejor compañía para el inolvidable texto de Stoker. Lean ustedes la novela Drácula, de Abraham Stoker, olvídense de los vampiros célebres del cine y atrévanse a ponerle rostro con ayuda de Fernando Vicente al vampiro de sus pesadillas.»

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de la sinopsis © Reino de Cordelia. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.