La tragedia clásica abunda en historias conflictivas de familia. En tales casos, su medio ambiente es cerrado y sirve para intensificar los desgarrados vínculos entre los personajes. A través de los siglos, sus mitos han perdurado gracias a traducciones a lenguas y épocas distintas. Lo trágico, lo ineluctable, la obediencia al sino y el dibujo violento de los caracteres, perduran en el tiempo y se reiteran sin agitarse, con la impasible impavidez que es propia de lo trágico. Respecto al filme de Sean Durkin, director y libretista, El clan de hierro, la crítica más sagaz como la de Javier Ocaña, ha señalado estas notas.
La tragedia familiar es traída a los Estados Unidos de nuestros días. Una moral puritana extrema recoge el eco de otras historias familiares que ilustran una maldición y la cumplen buscando en la épica lo que sólo hallarán en la catástrofe. Un padre severo fija el destino de sus hijos a partir de su profesión de deportista en los rings de la lucha libre. Se obsesiona por el campeonato mundial que nunca obtuvo y educa a sus hijos para que lo alcancen. Su faena es terrible pues se trata de muscularse y proveerse de pases, puñetazos, empujones y apretones en que la vida de los luchadores corre peligro. El público se enardece ante este espectáculo cruel y a veces sangriento, siempre al borde del homicidio. Es, en verdad, un baile violento entre la vida y la muerte.
Este juego nada tiene de lúdico y mucho de ético. Es, en verdad, una moral de relación con el otro como alguien o, mejor dicho, algo a destruir de modo despiadado. La belleza propuesta es la de una musculatura escultórica que se ejercita para la aniquilación del prójimo, una fiesta ciudadana en son de guerra.
El apólogo que presenta Durkin parece ser que el aplastamiento del otro legitima también la autodestrucción, que viene a resultar una suerte de cumplimiento con aquella maldición convertida en fatalidad. Esta gente religiosa cree en Dios y acepta sus designios. El resultado es siniestro: suicidio, droga, autolesión, descalificación, la final soledad del más notorio entre los elegidos cuya sumisión a la corporeidad brutal desdeña todos los otros goces de la vida, el sexo, el arte, la amistad y algo intangible como el amor, personificado en la pétrea indiferencia de la madre que sientie privada vergüenza por la destrucción de sus hijos.
Un final blanduzco y feliz menoscaba la dura faena de Durkin y sus eficaces comediantes, llevados a la alta prueba de mostrarse como cuerpos superdotados y hábiles en los entreveros de la lucha libre. La libertad es el triunfo sobre los demás, un proyecto sin límites. La victoria decisiva no es la de los humanos sino la ananké divina que celebra los funerales de sus víctimas como una ceremonia de homenaje. Durkin muestra cómo seguimos siendo fieles a nuestros ancestros trágicos y, a la vez, muestra a una sociedad que sintetiza el encuentro despiadado entre la competencia y la lucha por la vida, justamente, porque proclama la vigencia de la vida como una lucha a muerte. Ir contra nosotros mismos bajo el precepto de ir contra los demás.
Sinopsis
Basada en la vida de los inseparables hermanos Von Erich, que hicieron historia en el competitivo mundo de la lucha libre profesional a principios de la década de los 80. A través de la tragedia y el triunfo, bajo la sombra de su dominante padre y entrenador, los hermanos buscan la inmortalidad en el escenario más importante del deporte.
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