Hubo un tiempo, décadas hace, en que los españoles iban al espacio exterior cada dos por tres. Cohetes, extraterrestres, escafandras y razas ignotas eran moneda corriente en las calles de Madrid, Valencia o cualquier otra urbe de la Piel de Toro. A poco más de peseta salían los viajes que con frecuencia semanal se desplazaban a los más remotos rincones del cosmos, antes de que fantasías foráneas acabaran con nuestras particulares líneas aéreas galácticas. Del kiosco al cielo fue su lema.
Una de las más afamadas bases espaciales era dirigida desde el Levante español por don Pascual Enguídanos, más conocido en el siglo como George H. White. Viajero incansable, sus exploraciones de lugares y tiempo futuros son recordadas incluso hoy. Los Aznar, incómodo apellido, le acompañaron en su periplo más conocido, mas no fueron los únicos: años más tarde se unía a ellos Fredy Barton el Audaz, que visita hoy esta casa. Era el año de gracia de 1959.
Fredy, junto a su novia y un señor con bigote calvo y regordete, visitó galaxias diversas, siempre a la contra de los seres que con por allí topaba: robots humanos, cabezones de orejas puntiagudas, marcianos malas pulgas o amazonas diversas, habitantes de raigambre literaria, que es la que desde los bolsilibros originales inspirase esta crónica en viñetas.
Cartógrafo y fotógrafo de la expedición fue don Fernando Cabedo, veterano en estas lides, minucioso, detallista, clasicote, de estética muy británica. Una excelente incursión hispana en los espacios siderales, tal vez no muy original en su gordoniano planteamiento, pero en toda caso más que digna de recuerdo y encomio: hace tanto ya que de los kioscos ibéricos no parte viaje alguno más allá de la estratosfera…
Copyright del artículo © Pedro Porcel. Tras publicarlo previamente en El Desván del Abuelito, lo edito ahora en este nuevo desván de la revista Cualia. Reservados todos los derechos.