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‘Desconocidos’. Actualidad del melodrama

Hubo un tiempo en que ciertas películas se clasificaban por el número de pañuelos que hacían falta para secar los llantos suscitados por un melodrama. También algunas espectadoras evitaban ir al cine con los ojos maquillados de Rimmel pues el llanto lo licuaba y ennegrecía rostros y –otra vez– pañuelos. El recurso era bastante sencillo. Bastaba presentar a un personaje virtuoso injustamente sometido a castigos insoportables, pruebas del martirologio que acompaña al bien. Estas víctimas de la maldad formaron una población que Víctor Hugo denominó como los miserables. Apelaban a la bondad del espectador que, solidarizándose con estos héroes y, especialmente, heroínas de la miseria, sacaba fácilmente el pañuelo del bolsillo. La identificación podía afectar a plateas enteras. Hubo sufridoras profesionales en el cine como Lilian Gish, Libertad Lamarque y María Schell.

Lo que va de ayer a hoy puede observarse en el filme de Andrew Haigh Desconocidos, basado en una novela de Taichi Yamada y con el  actor Andrew Scott de protagonista. Aunque sutilizado por un psicologismo inteligente, el vínculo entre el muchacho que sufre por una desgracia fortuita de su infancia, la muerte de sus padres en un accidente de tráfico, el melodrama se hace presente y los primeros planos de la admirable prestación de Scott recorridos por mínimos chispazos de lágrimas, son una rúbrica del género. Si somos buenos, podemos solidarizarnos con él.

No queda anclada la historia en esa triste encrucijada. El muchacho, no casualmente llamado Adam, vive un duelo inconsolable y, en fantasías y sueños, vuelve con sus padres para reiterar escenas infantiles o actualizarlos acerca de su vida. Lo más notable es la aprobación de su homosexualidad, que parece vivir felizmente junto a un comprensivo y apasionado vecino. Hay que desatar un nudo y es la separación de los padres cuando el duelo haya cumplido su ciclo. No detallo la crisis de la despedida pero adelanto que el final es feliz, tan feliz como la pareja de los chicos avecindados en plan de tarjeta postal.

¿Es válido el melodrama que apela a nuestros pañuelos? Así resuelto, desde luego que sí. Sobre todo porque despliega ante los actores una buena selección de estímulos para lucirse. Los grandes melodramas de la áurea época del cine, las décadas de 1930 a 1950, eran un marco eficaz para notables muestras del histrionismo del gran gesto, los primeros planos y las modulaciones de la conmoción vocal. Eran dechados del arte teatral hasta tal punto que, como en este filme, la intensidad del juego actoral se torna verdad psicológica. Haigh lo sabe y por eso teatraliza el entorno, pues el cuento sucede mayormente en pequeños ámbitos cerrados que evocan tablados escénicos. El melodrama inglés y, sobre todo, el francés, contaba con repartos ilustres de histriones teatrales. Se podrá decir que esta raza de personajes y personeros no es cinematográfica pero, cumplida con alta calidad de materiales, se torna legítima. Sí, Adam sufre pero es bueno y capaz de amar hasta entre sábanas y almohadas. La vida lo premia con un excelente vecino y, tras compartir sus penurias, también compartimos su gratificación amorosa.

Copyright del artículo © Blas Matamoro. Blas Matamoro.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")