Menudo regalazo me ha hecho mi editor Jaume Bonfill: nada menos que una desconocidísima novela satírica sobre la España de los 70 por el autor de El corazón del ángel. Apropiación cultural de la que me encanta porque nos pone en el punto de mira de ojos foráneos…
Toro! Toro! Toro! (1975), del neoyorquino William Hjortsberg, es una parodia del mundo del toreo y los rasgos de carácter españoles, nuestra brutalidad cotidiana que tanta desconfianza genera en Europa, nuestra ternura ingenua, nuestra marrullería y nuestra convivencia real y simbólica con los ritos de muerte. Empezando por el título, una jaculatoria que hace abierta mofa de la contraseña de guerra japonesa en el ataque a Pearl Harbor y que bautizara el filme bélico Tora! Tora! Tora!.
«Hemingway reescrito por Woody Allen y con los Hermanos Marx de protagonistas», proclama la portada. O sea, que Hjortsberg no entra al trapo de la épica tauromáquica como el varonil Ernest.
La premisa:
«‒¿Recuerdas la conversación que mantuvimos hace dos años en la feria de San Isidro sobre por qué las corridas de toros eran inaceptables para los norteamericanos? Coincidimos en que el motivo no era la violencia: a los yanquis les encanta la violencia. Mira el boxeo. Mira el fútbol americano. Es el deporte más violento del mundo. Mueren o quedan tullidos más jóvenes cada año en ese campo de juego que en el ruedo. Las estadísticas lo demuestran: es más seguro ser torero que un quarterback. Y aun así, los estadounidenses aman el fútbol americano y detestan las corridas. ¿Por qué? Por el toro. El toro sufre y es asesinado. Los yanquis son muy sensibles con los animales. Han creado salones de belleza para sus perros. Y hay asociaciones que te impiden maltratar a tu caballo.
‒Claro. En los Estados Unidos preferiría ser un caniche que un negro».
Lo cierto es que la trama es salvaje y hoy tal vez impublicable, o tal vez no ‒porque al fin y al cabo, nadie lee nada anterior a 1980 o ya todo estaría prohibido‒, pero desde luego resulta imposible difundir por aquí algunos de sus contenidos. A mí me recuerda el registro jocoso y desmitificador de los westerns picarescos de Burt Kennedy o el díptico de novelas sureñas del Tío Sagamore por Charles Williams. Y también resulta interesante comprobar cómo el sustrato puritano del último imperio colonial por excelencia calaba ya en la mentalidad de los pueblos culturalmente sometidos como el nuestro, hasta que la moral del Tío Sam ha acabado formando parte intrínseca de nuestra moral, ¡y a veces especialmente en la ciudadanía que se considera antiimperialista…!
El argumento es propio de una película paródica de los últimos 60: un par de empresarios sin escrúpulos (compatriotas del autor) acuerdan organizar una corrida de proporciones nunca antes vistas, enfrentando al mejor matador del momento (de nombre ¡Paco Machismo!) con un rinoceronte salvaje. Sin embargo, para hacer frente al rinoceronte, el Sr. Machismo requerirá de la ayuda imprescindible de Esmeralda Fabada (sic), una gitana que sueña con vestir el traje de luces y que verá en ese espectáculo la oportunidad de ser aceptada dentro del sexista mundo del toreo.
Alrededor pululan personajes de la catadura más bufa: «El Chicote», un diestro nada diestro, fracasado profesionalmente por su cobardía, a quien las cornadas del hambre obligan a emplearse en un matadero, donde sacrifica reses con su estoque; Mercy Malone, una cantante pop irlandesa, fan ardiente de los toreros… y de los toros; doña Carlota Madrigal, la madre de un mito del capote muerto en plaza, dispuesta a asesinar a lo giallo a todas las devotas fans que ensucian de lápiz de labios la estatua funeraria de su hijo; Lucky Sam Wu, un falangista chino que ha inventado un toro mecánico para evitar más muertes del noble ganado de lidia; y El Camión, un morlaco bien bravo dispuesto a matar a todo humano que se le ponga por delante para vengar a sus hermanos de raza…
El tono es ‒ya lo habréis adivinado‒ absolutamente irreverente, y va desde la comicidad obvia (el diestro que se rellena la bragueta del traje de luces con gurruños de pañuelos; la equivalencia plástica entre las procesiones de Semana Santa y las ceremonias del Ku Klux Klan) a gags bobos pero divertidos (Paco Machismo estudiando antes de la corrida el comportamiento de los rinocerontes en un cine donde proyectan una peli de Tarzán y aliviado al comprobar ¡que solamente tienen un cuerno!; el aterrado Chicote acudiendo, por falta de presupuesto, en un coche funerario a la que en efecto será su última corrida…), pasando por numerosas descripciones y diálogos de humor absurdo que francamente me hacen mucha gracia, como la comparación de los uniformes toreros con las galas churriguerescas de los cantantes de country; o ese momento digno de la factoría ZAZ en el que avisan a Carlos Machismo de que el rinoceronte que va a enfrentar es una bestia «antediluviana» y él responde: «No me preocupan sus ideas políticas, sólo quiero saber si embestirá de frente».
Dos detalles que me enternecen:
1. La asunción del punto de vista subjetivo de El Camión como un personaje más, tal y como hacía la novela Tiburón de Peter Benchley (publicada un año antes), desde la misma óptica de una criatura sedienta de sangre.
2. Las conclusiones que se derivan de la experiencia de El Camión con los homo sapiens: «El Camión sabía que la próxima vez que se encontrara con un ser de dos patas, ignoraría su ondeante reclamo y apuntaría al cuerpo». Y este maravilloso pasaje: «El Camión levantó la cabeza y contempló con ojos entrecerrados y miopes a los espectadores aullando en las gradas por encima de él. Una manada de ‘dos patas’ que se alzaba hasta el cielo. Quería aniquilarlos a todos».
Y mata a unos cuantos, sin hacer discriminación alguna…
Hjorstsberg es conciso hasta cuando es burdo: literariamente impecable. Como prosista satírico, estoquea los tics atávicos del catolicismo ibérico y da la puntilla en la paradoja del pundonor cañí cuando hace que el padre de un torero asesinado se jacte así al averiguar que su hijo murió mientras vestía de mujer: «There’s more honor in dying as a maricón than as a coward».
Lo que menos me ha gustado del libro es su texto de contraportada, donde el redactor yanqui de turno parece recrearse en denigrar el escenario de la historia, despreciando toda la complicidad y evidente cariño que el escritor alberga para el país parodiado: «…(unos personajes) que se mueven en la divina miseria y el basural de la sucia España» (¡¡!!).
Esa cínica visión del plumilla de redacción no se corresponde con la del autor, pero sí con la de dos de sus personajes, los estafadores estadounidenses, cuando con un montón de millones en los bolsillos se despiden de un raterillo en Madrid: «Tenéis aquí un pequeño gran país y no permitáis que nadie os diga lo contrario». Esa frase parece contener todo el cruel cachondeo y la humillación paternalista perpetrados por un tardofranquismo todavía vigente y sangrante.
Medio siglo después, los ropajes han cambiado, sí, pero la esencia atávica de unos y otros…
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