Por la carretera que une Santo Domingo de Silos con Lerma se puede observar, desde bien lejos, una antigua iglesia con trazas de fortaleza. Se eleva sobre un cerro, dominando un puñado de casas escarpadas unas sobre otras.
Al llegar arriba, en una placa informativa medio oxidada y descolorida, puede leerse que por allí pasaron celtas, romanos, godos, árabes y cristianos. No es de extrañar: aquella es una posición privilegiada. Desde aquel cerro, primitivo castro celta, se domina toda la llanura circundante.
La iglesia cristiana fue construida en tres fases. Poco queda del originario románico, más allá del originalísimo ábside semicircular, que los expertos fechan en torno al siglo XII. Un caso único en el románico burgalés, con un tambor dividido en tres paños. Aquella debió ser una iglesia poderosa, aunque quién sabe qué archivo custodia la información de sus orígenes.
Para observar la belleza de sus arcos trilobulados, la elegancia de sus columnas de fustes cilíndricos, la atracción hipnótica de sus capiteles de labra vegetal, hay que atravesar la puerta del cementerio construido a los pies de su primitiva portada románica, hoy en día tapiada, de triple arquivolta y curiosa ornamentación.
Y es, precisamente, a los pies de esa portada, donde reposan los restos de Florentino Arnaiz García, que murió un 23 de noviembre de 1973, con 44 años. Florentino, probablemente soltero, que fue enterrado por sus padres Justo y Valeria, que hoy en día reposan junto a él… y quién sabe junto a cuántos castreños más, de siglos y civilizaciones pasadas, que labraron esas tierras rojas. Rojas como los fustes, arcos, columnas y capiteles del último templo allí construido.
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