Supongo que es casi imposible cuantificar la cantidad de adaptaciones a todo tipo de medios que con el curso de las décadas han ido apareciendo de las narraciones y poemas de Edgar Allan Poe desde que éstas fueron escritas en el siglo XIX. Más de ciento cincuenta años tras su muerte, sigue siendo uno de los autores americanos más queridos e influyentes, aun cuando su obra de ficción y poesía es relativamente modesta (murió a los 40 años, en 1849).
Estas adaptaciones han tomado multitud de formas y aproximaciones. Algunas veces son entretenidas e ingeniosas, otras se desvían tanto del original que caen en el ridículo más absoluto. Otros adaptadores abordan los poemas y relatos de Poe desde el respeto para pasarlos luego por un tamiz muy personal y dejar su propia huella en ellos. Es el caso de Richard Corben (1940-2020).
Corben empezó en el mundo del cómic underground en los años setenta y sobre su trayectoria ya he escrito en otros artículos, por lo que a ellos me remito para no repetirme. Sí que recordaré aquí, no obstante, su exitosa asociación con la editorial Warren, cuya principal cabecera, Creepy, publicó muchas historietas de terror firmadas por él, incluyendo algunas adaptaciones de escritos de Poe, como “El cuervo” (Creepy nº 67, 1974), “El retrato ovalado” (Creepy nº 69, 1975) o “Sombra” (Creepy nº 70, 1975). Fueron aquellos unos años en los que la relación de Corben con Poe se había forjado sobre todo a través de las adaptaciones cinematográficas llevadas a cabo por Roger Corman. Como en muchos de los cuentos del genial escritor, se detecta en estas historietas una obsesión por el terror místico y la decadencia física y mental, así como por la muerte y el tránsito hacia ella.
Las versiones gráficas de Corben consiguieron superar el desafío que supone visualizar lo que literariamente no era sino una repulsión intangible, imprecisa y macabra, poniendo especial énfasis en la construcción de atmósferas agobiantes a través del tratamiento de la luz, una cuidadosa planificación del ritmo y la atención por el detalle
Eran además los tiempos en los que el artista aplicaba aquella elaborada técnica de coloreado para la que sólo él tenía la paciencia y el talento necesarios y que le hizo justificadamente famoso.
Con la excepción de “El retrato ovalado”, las historietas mencionadas están realizadas con una gama de colores muy amplia, con azules, rojos y amarillos muy vivos pero también gamas sutiles y combinaciones inquietantes. Ningún otro cómic de la época ofrecía esa riqueza cromática. Por desgracia, era una técnica imposible de reproducir mecánicamente –Corben trabajaba directamente sobre los fotolitos de la imprenta, hoy desaparecidos– con lo cual cualquier reedición actual pasará indefectiblemente por el escaneo de antiguas páginas ya publicadas, una solución a todas luces insatisfactoria. Aquellos que en su día compraron los cómics originales con estos relatos, harían bien en no desprenderse de ellos.
En 1984, Corben realizó un especial para Pacific Cómics adaptando La caída de la Casa Usher y después, con algunos altibajos e interrupciones en su carrera, entraría en el siglo XXI sin haber perdido las ganas por continuar dibujando, pero ahora teniendo a su disposición un mercado editorial más amplio, flexible y respetuoso con los autores. Se hace un sitio en el lucrativo cómic mainstream, encargándose de dibujar con su particular estilo personajes tan populares como John Constantine en Hellblazer, Hulk o Powerman en Cage. No es tanto que Corben se “vendiera” al sistema y se doblegara a los rentables superhéroes como que la industria mainstream había aprendido a expandir su sensibilidad artística para dar cabida a autores de gran talento, aun cuando su estilo no se ajustara a los cánones más tradiciones del género.
Con todo y en cuanto puede tras asentarse en las editoriales más importantes, Corben regresa a su primer amor: el terror más clásico. Para DC, en su sello Vértigo, realiza La casa en el confín de la tierra (2003), adaptación del texto de William Hope Hodgson; y en Marvel, lleva a la viñeta textos de Edgar Allan Poe y H.P. Lovecraft compilados en sendas miniseries bajo el título genérico de La guarida del horror (2006 y 2008).
En 2010 convenció a Dark Horse para publicar una colaboración suya con su viejo amigo y guionista Jan Strnad, Ragemoor, una miniserie que pretendía ser un pastiche de Poe. Pero Corben no quedó totalmente satisfecho con el resultado y decidió que si quería adaptar al escritor tal y como él tenía en mente debería ocuparse tanto del texto como del arte. Así que, escogiendo en primer lugar “El durmiente”, empezó a realizar historietas de ocho páginas inspiradas por algunos de sus poemas e historias favoritas, confiando en interesar a algún editor. Y así fue.
A partir de 2012, Dark Horse Presents, el título genérico de esa editorial destinado a presentar nuevas series o dar cabida a trabajos cortos de autores de la casa, empezó a publicar esas historias. Ello le permitió a Corben generar ingresos económicos suficientes en tanto abordaba un proyecto algo más ambicioso, a saber, adaptar las narraciones largas de terror de Poe utilizando un formato más extenso, el del comic-book (ya fuera un número único o una miniserie de dos episodios), revisitando «La caída de la Casa Usher» y dando su particular visión de «La máscara de la muerte roja» o «Los crímenes de la calle Morgue». Finalmente, en 2014, todas esas adaptaciones fueron compiladas en un volumen único, Los Espíritus de los Muertos, que comento ahora aquí.
Tomemos para empezar la historieta más extensa de esta recopilación que, además, es uno de los cuentos más conocidos de Poe: «La caída de la Casa Usher». Aquí, Corben combina en la misma historieta dos relatos de Poe, la que le da título y «El retrato ovalado”, lo cual resulta no ser un acierto desde el punto de vista narrativo al tratar de abarcar demasiado y desviar la atención del tema principal. Por otra parte y además de tomarse otras libertades, hace muy explícito el incesto entre los hermanos Usher. Estas desviaciones probablemente molestarán a muchos aficionados a Poe y, con razón –al menos en este caso–, podrán afirmar que las aportaciones del dibujante no sólo no mejoran el material original, sino que incluso desvirtúan su espíritu.
Y es que existen dos maneras de comentar este cómic. Una de ellas sería la de analizar la fidelidad de Corben respecto a los textos originales, en qué medida respeta el alma de la obra de Poe, qué se deja por el camino y qué aporta de su propia cosecha. Comoquiera que no soy un erudito de la obra del escritor americano, no me siento cualificado para realizar tal análisis; análisis que, por otra parte, es en parte inútil por cuanto un cómic debería ser disfrutable y valorable en sí mismo y por lectores desconocedores de la obra de referencia. Y esto me lleva a la segunda forma de leer Los Espíritus de los Muertos: como obra autónoma que no necesita de la lectura previa de la de Poe y asumiendo que el lirismo y el ritmo de los textos originales van a perderse en mayor o menor medida. Al fin y al cabo, hablamos de dos medios diferentes, con lenguajes que, aunque comparten ciertos recursos y herramientas narrativas, son diferentes.
Los Espíritus de los Muertos comprende adaptaciones de relatos muy conocidos de Poe, cuentos que gracias a su originalidad y atmósfera han seguido cautivando a nuevas generaciones de lectores. Es el caso de “El barril de amontillado”, la ya mencionada “La caída de la Casa Usher”, “El cuervo” o “Los asesinatos de la calle Morgue”. Éstas son también las mejores adaptaciones de Corben –con las salvedades antes descritas si lo que se desea es compararlas con el material original–. En segundo lugar, toma varios poemas y se inspira en ellos, en los paisajes emocionales que describen, para crear de cero una historia. Aquí los resultados son más irregulares. “La ciudad en el mar” es muy interesante, pero otros como “Solo”, “El durmiente” o “La cita” se quedan en logros menores.
En la primera historia, “Solo”, un hombre comprende la terrible causa de sus sueños macabros. “La ciudad en el mar” cuenta cómo un capitán naufragado llega a una isla poblada por los muertos de los que él mismo es responsable, una idea extraída a partir de un muy breve y nada explícito poema. “La durmiente” es la primera de las historias relacionadas con el amor o versiones retorcidas y macabras del mismo. Poe creía que nada era más hermoso que una mujer bella y nada más trágico que su muerte, un tema que permea buena parte de su obra. A los veintiséis años, el escritor se enamoró y casó con su prima de trece, Virginia, que murió diez años después de tuberculosis. La culpa le agobiaba al creer que no la había cuidado adecuadamente debido a sus apuros económicos. El amor y el tormento que le causó tanto tal sentimiento quedó reflejado en buena parte de su obra.
Así, también es el amor el núcleo de la macabra “La durmiente”, una historia de infidelidades y asesinatos; y de “La cita”, en la que un gondolero veneciano rescata a un bebé y revela un terrible secreto. Cualquiera con fobia a los dentistas y las imágenes de bocas, encías y dientes debería evitar la inquietante “Berenice”. De nuevo en torno al amor malsano, en “Morella”, una mujer muere maldiciendo a su marido y asegurándole que se enamorará de su hijastra. “Sombra” transporta al lector a tiempos antiguos para mostrar que la maldad es eterna.
A las anteriores siguen tres historias más largas que adaptan otras tantas narraciones de Poe. De “La caída de la Casa Usher” ya hablé un poco más arriba. “Los crímenes de la calle Morgue”, la primera ficción de detectives publicada allá por 1841, adolece de simplificación e inclinación hacia la violencia respecto al original: se sacrifica el interesante proceso mental del detective Dupin en aras de inventarse un clímax abiertamente terrorífico que ocupa la mitad de la narración. Y por último, “La máscara de la muerte roja”, un cuento abundante en simbolismos sobre un monarca que se aísla de su sufriente pueblo en una burbuja de lujo y celebraciones sin fin (y en la que se inserta un segmento originalmente perteneciente a “La caída de la Casa Usher”.
“El gusano conquistador” traslada el terror al Lejano Oeste, fusionando los indios, las marionetas y los gusanos carnívoros en un cuento sobre la mortalidad y la moralidad basado en un poema de Poe. “El entierro prematuro” explota ese miedo tan primario a ser enterrados vivos por error. En “El cuervo”, Corben prescinde casi completamente del texto para ofrecer una nueva aproximación muy visual del conocido poema. En “El barril de amontillado”, Montresor lleva a la señora Fortunato a una profunda catacumba para explicarle lo que años atrás le sucedió a su marido misteriosamente desaparecido.
Uno de los aspectos menos acertados de esta antología, a mi modo de ver, es la inclusión de la Arpía Mag, una especie de presentadora de las historias en la tradición de los grotescos anfitriones de los viejos cómics de la EC y, más tarde, el tío Creepy o Vampus de la editorial Warren.
Hay incluso ocasiones en las que ese ambiguo ser –que unas veces parece tener sexo masculino y otras femenino– participa de forma activa en la historia. Es el caso de “Sombra”, cuyo resultado es muy inferior a la adaptación que el propio Corben realizó en los setenta. En otras historias, la Arpía se limita a presentarlas o cerrarlas haciendo uso de la sorna y el sarcasmo. Más allá de su carácter de homenaje a aquellas viejas narraciones, su función sería –siempre lo ha sido en este tipo de personajes– aportar un toque de humor negro a lo que de otra forma sería una compendio de relatos violentos y desesperanzadores. Los tiempos han cambiado, no obstante, y hoy día –y repito, es mi opinión– el efecto de la Arpía es el de diluir innecesariamente el impacto terrorífico de las historias.
Hay que mencionar también que la aproximación que aquí realiza Corben al material de Poe es de corte mucho más clásico que lo que había hecho para la mencionada La Guarida del Horror: Edgar Allan Poe, de Marvel. En ésta había ambientaciones y elementos –como la muñeca inflable de “Eulalie” o los gangsters raperos de “Izrafel”– claramente contemporáneos. Aquel tono no fue en realidad idea de Corben. El guionista Richard Margopolous, que había trabajado mucho para la antigua Warren –incluyendo las adaptaciones de Poe dibujadas entonces por Corben– fue quien escribió las historias de esta miniserie.
Aunque el dibujante pudo incorporar alguna sugerencia, el control y dirección del proyecto estaba en manos de Margopolous y el editor Axel Alonso, que quisieron llevar los relatos al mundo moderno para atraer a los lectores más jóvenes. En cambio, en las historias que realizó, ya como autor completo, para Dark Horse, Corben decidió respetar la ambientación decimonónica aun cuando los personajes se expresen y piensen como alguien del siglo XXI.
Poe veía el mundo filtrado a través de la muerte, la soledad, los sueños y pesadillas, la enfermedad y la decadencia, temas sobre los que escribió utilizando una poderosa imaginería de difícil traslación gráfica. Corben recurre a su característico estilo fusión de lo hiperrealista y lo caricaturesco para recrear la atmósfera de esos escritos. El dibujo de Corben nunca ha sido del agrado de todo el mundo. Su forma de interpretar la anatomía humana –especialmente la femenina– o la expresividad facial es inusual, muy deudora de sus raíces underground, pero en cualquier caso ese punto grotesco que insufla a sus viñetas le viene muy bien al género terrorífico y en concreto al ambiente de claustrofobia, pesadilla y declive físico y espiritual que caracteriza a los textos de Poe. El dibujo, aunque no tan elaborado y detallista como el que décadas atrás cultivó el autor, sigue desempeñando bien su función, recuperando el espíritu gótico de los cuentos originales. Sus figuras de anatomías inquietantes caminan por los callejones oscuros y mugrientos de la América del siglo XIX escapando de horrores sin nombre o de las garras de la locura.
Corben sigue siendo un maestro de la iluminación y las texturas (la carne, los tejidos, la piedra, la madera parecen reales) pero el color informático que ahora aplica a sus páginas, a pesar de las inmensas posibilidades de gradación que ofrece, no resulta tan impactante ni expresivo como el de sus viejas historias. Por otra parte y probablemente sabedor de que su fuerte son los primeros planos, abusa de ellos y descuida los generales, donde las figuras están mucho peor resueltas.
Los Espíritus de los Muertos, no siendo uno de los trabajos más destacados de la larga carrera de Corben, tampoco puede calificarse de mediocre. El autor sigue demostrando por qué continúa siendo hoy considerado como un maestro del terror y, especialmente, un gran adaptador al medio gráfico. Es un autor que identifica lo más grotesco, terrorífico y macabro de un relato literario cualquiera y lo magnifica en su adaptación al cómic.
Este volumen es, por tanto, una buena presentación de Corben para aquellos que todavía ignoren su trabajo y para quienes resulte difícil acceder a sus viejos cómics –muchos de ellos descatalogados y complicados de conseguir, al menos a precios razonables–. Su disfrute dependerá en buena medida, primero, de la sintonía que se tenga con las historias de Poe; y segundo, de que el lector asuma el peculiar estilo del dibujante. De hecho, es la traslación artística lo que más interés tiene en esta antología. En mi opinión, ninguna de estas nuevas interpretaciones o revisiones de la obra de Poe superan en impacto y calidad a las que ya realizara en el pasado para la Warren, pero en cualquier caso estamos ante un volumen recomendable para los amantes al género del terror. Son estas, en general, narraciones potentes que, al fin y al cabo, han salido de la colaboración indirecta de dos maestros en sus respectivas disciplinas y que mantienen su capacidad para despertar aprensión, incomodidad y desasosiego en el lector, lo que, al fin y al cabo, es el objetivo del género del terror.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.