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«Cage», de Brian Azzarello y Richard Corben

Durante un breve periodo, el cine y el cómic descubrieron una mina de oro en la blaxploitation. Aquellos productos variaban de tema y de género, pero su fórmula era idéntica: héroes y rufianes afroamericanos, enfrentándose a los sones de una banda sonora que solía alternar funk y soul.

Aunque la blaxploitation nació y murió en los setenta, Cage demuestra que esa temática es ampliable a nuestros días. Los culpables de esa actualización son dos viejos conocidos de los amantes del cómic, Brian Azzarello y el veterano Richard Corben.

En 2001, ambos formaron un poderoso equipo creativo para lanzar Marvel’s Startling Stories: Banner, una miniserie de cuatro números protagonizada por Doc Samson y Bruce Banner, y la obra que hoy nos ocupa, Marvel Max’s Cage, otra serie limitada de cinco números, dedicada al héroe afro Luke Cage.

Conviene aclarar que por esas fechas Cage, el héroe de alquiler, era simple nostalgia con anhelos pintorescos (Harlem había cambiado mucho, y el uniforme de nuestro héroe era ya una involuntaria caricatura, digna de un relaciones públicas de Studio 54).

Luke Cage es hijo del guionista Archie Goodwin y del dibujante John Romita, Sr., que le dieron vida imaginaria en Luke Cage, Hero for Hire #1 (Los Nuevos Vengadores: Luke Cage, junio de 1972).

La idea era formidable: un tipo de la calle obtiene sus poderes por accidente. Encarcelado sin merecerlo, accede a someterse a un experimento que tiene por fin inmunizarle contra cualquier enfermedad. La prueba tiene un efecto secundario, y es que la piel de Cage se vuelve a prueba de balas. Sus músculos, endurecidos como el cemento, le auguran muchas victorias.

A diferencia de otros superhéroes, Cage alquila sus servicios –con buena intención, claro– a cambio de la módica suma que pueda abonar –si es que puede hacerlo– la víctima de turno. Con el tiempo, incluso formó equipo con Puño de Hierro (Iron Fist) y se hizo llamar Power Man. Para felicidad de los lectores, artistas como George Tuska y John Byrne supieron entender a la perfección la filosofía de este héroe singular.

La ley de la calle

A decir verdad, el guión de Brian Azzarello devuelve al personaje un realismo y una pureza que, en realidad, nunca tuvo. Ahora Cage es un matón tarantinesco: un mercenario callejero de buen fondo, pero decididamente embrutecido si lo comparamos con el Power Man de antaño.

Hablo de pureza porque este Luke Cage sí que recuerda las glorias de la blaxploitation y la vibrante épica del ghetto. Uno puede leer el cómic de Azzarello y sentir que comparte un aire de familia con películas como Cottom Comes (1970), Shaft (1971), Foxy Brown (1974), Sweet Sweetback’s Baadasssss Song (1971), Three the Hard Way (1974)… De hecho, ese macho alfa que es Cage parece heredar los genes de las tres principales estrellas del subgénero: Fred WilliamsonJim Brown y Jim Kelly.

Lo mismo puedo decir de la trama. Por encargo de la madre de Hope Dickens, una chavala tiroteada accidentalmente en una refriega, Cage accede a buscar al culpable. Y empieza por el maleante que lidera una pandilla local, Clifto. Una cosa lleva a la otra, y Cage acaba en los despachos de dos mafiosos, el albino Lonnie Lincoln, alias Lápida, y el gángster ruso-italiano Martillo.

Poco más se puede añadir, salvo un último elogio. La violencia, la mentira y la corrupción adquieren coherencia y estilo gracias al fabuloso trazo de Richard Corben, y su arte transforma este thriller urbano en una pesadilla de atmósfera opresiva, sin adornos poéticos, fascinante en cada una de sus páginas.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de las imágenes © Marvel Comics. Cortesía de Panini Comics. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.