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Crítica: «Onward» (Dan Scanlon, 2020)

Dan Scanlon reitera en esta película algo que los seguidores de Pixar llevamos años reconociendo: los sentimientos familiares.  Por dentro y por fuera, las películas de esta productora ‒incluida Onward‒ se avienen al compás de las emociones, y cuando toca lanzar un mensaje, siempre es el mismo: sea por vía genética o por simple elección, la familia es lo que nos distingue y lo que muchas veces nos salva. De ahí que la grandeza de sus personajes se mida con el espacio que ocupan en su grupo más íntimo.

Por supuesto, el tema familiar, por sí solo, no explica el estatus de Pixar. Su prestigio no se ha construido cruzando los dedos, o apelando a la lágrima fácil, sino reuniendo a creadores con inmenso talento y visión. Para todos y cada uno de nosotros, Pixar es más que un simple sello. Es una garantía.

Dentro del catálogo de la compañía, Onward no figurará en lo más alto. Sin embargo, hay en esta película mucho oficio, mucha inventiva y una clara voluntad de divertir y conmover al público. Tres factores que debemos agradecer a Scanlon, capaz de impulsar un producto de nivel medio con energía y buenas intenciones.

Que no sea una obra maestra no debe hacernos olvidar los méritos del film. Para empezar, Onward nos sitúa en un escenario original: un mundo poblado por criaturas mitológicas ‒elfos, centauros, unicornios, cíclopes, hadas…‒, pero carente de magia. En realidad, esta ha sido sustituida por la tecnología que ya conocemos, convirtiendo el panorama en algo muy similar a una típica ciudad contemporánea.

Los protagonistas son dos elfos adolescentes, moldeados a partir de los actores que les brindan su voz, Tom Holland y Chris Pratt. El día en que el menor de ellos cumple 16 años, ambos reciben un regalo póstumo de su padre. Se trata de una vara mágica, con un hechizo que les permitirá resucitar al difunto por un día. A última hora, el sortilegio no funciona del todo, y eso les obliga a emprender una frenética aventura.

En Onward, la paleta de colores inspira cierta nostalgia de los ochenta ‒tonos muy contrastados, azul púrpura, rojo carmesí…‒. Se trata de una década que también aflora a través de algún que otro guiño cinéfilo y de algunos detalles más sutiles. En realidad, esa sensación de pisar territorio conocido nos asalta a lo largo de toda la película, cuyo defecto, en todo caso, sería el de reciclar materiales de segunda mano.

No obstante, hay elementos muy defendibles. Por ejemplo, de dentro del guión nos llegan, camufladas entre sonrisas, notas muy dramáticas, con un punto de autenticidad. Este sentimentalismo genuino, bien manejado en todas las producciones Pixar, también funciona en Onward, sobre todo en su tramo final.

Sin embargo, si hay un acierto que me cueste poco destacar, quizá sea ese mundo alternativo donde sucede la historia, a medio camino entre la Tierra Media de Tolkien y la típica urbanización norteamericana de clase media.

Sinopsis

Ambientado en un mundo de fantasía suburbana, dos hermanos elfos adolescentes, Ian y Barley Lightfood, se embarcan en una aventura en la que se proponen descubrir si existe aún algo de magia en el mundo que les permita pasar un último día con su padre, que falleció cuando ellos eran aún muy pequeños como para poder recordarlo.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Reservados todos los derechos.

Copyright de imágenes y sinopsis © Pixar Animation Studios, Walt Disney Pictures. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de la sección cultural de 'The Objective'. Escribió de forma habitual en 'La Lectura', revista cultural de 'El Mundo'. Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador de las páginas de cultura del diario 'ABC' y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Ha trabajado en el sector editorial y es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.