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«El loto azul» (1936), de Hergé

Los cigarros del faraón había finalizado con Tintín como huésped del maharajah de Rawajputalah. Allí recibe la visita de un mensajero chino que, antes de que pueda hablar, es atacado misteriosamente con una flecha impregnada de un veneno que le vuelve loco. Sólo tiene tiempo de pronunciar las palabras Shanghai y Mitsuhirato antes de sumirse en la demencia. Parece un caso ligado al de traficantes de droga que Tintín había investigado en Los cigarros del faraón, así que el joven marcha a Shanghai para buscar al japonés Mitsuhirato, pero no tarda en convertirse en víctima de varios ataques…

El loto azul supone la continuación de los viajes de Tintín desde Europa hacia el Lejano Oriente, retomando la línea argumental expuesta en Los cigarros del faraón. Pero a diferencia de éste último, en el que Hergé sólo parcialmente consiguió ocultar la improvisación con la que iba trabajando, El loto azul es el primer álbum verdaderamente maduro e íntegramente planificado. La sucesión algo desordenada de gags apoyados en múltiples elementos de la literatura popular de las entregas anteriores, deja paso a una trama bien enfocada en la que Tintín se centra en la persecución de unos traficantes de droga sin caer en desvíos innecesarios. Ello no significa que la historia no contenga variedad de situaciones, multitud de personajes y subtramas, como los tejemanejes políticos de Mitsuhirato o la búsqueda del antídoto del veneno de la locura, pero todos esos elementos aparecen bien imbricados en el argumento principal.

La narración se halla bien construida, presenta adecuadamente a los personajes e introduce una conspiración política internacional de altos vuelos en la que los japoneses manipulan a la opinión pública de su país para justificar una invasión a China. Mitsuhirato es el agente secreto nipón en Shanghai encargado de coordinar el engaño y para ello soborna a unos agentes americanos que se encargan de los sabotajes que encenderán la chispa de la guerra. No son los únicos occidentales que quedan mal en la aventura. En aquellos años, parte de Shanghai formaba una suerte de territorio independiente dirigido por las potencias occidentales.

En años posteriores se acusaría a Hergé de hombre de ideas derechistas y carácter conformista, incluso colaboracionista, durante la ocupación nazi de su Bélgica natal. Ciertamente, no fue un luchador de la resistencia, pero tampoco un simpatizante. Como cualquier barrendero, camionero o tendero, se amoldó a las circunstancias y continuó trabajando donde pudo. El loto azul, sin embargo, ya había dejado claro años antes que sus ideas eran más humanistas que partidistas y que sus opiniones eran mucho menos maniqueas de lo que se suele retratar.

En este álbum, Hergé adoptó una postura claramente contraria al militarismo japonés y su injerencia en China. La historia aporta una visión realista de las tensiones que entonces marcaban las relaciones entre China y Japón, hasta el punto de reconstruir las principales etapas del plan mediante el cual el país nipón se había apoderado dos años antes de la provincia china de Manchuria. Asimismo, se muestra claramente crítico con la actitud condescendiente de los europeos residentes en Shanghai. Ello se puede ver en dos personajes: el corrupto jefe de policía Dawson y el racista Gibbons.

El posicionamiento político de Hergé, abogando por la defensa de China y denunciando el imperialismo japonés, le distanció de la prensa europea de la época, más proclive a justificar las acciones japonesas. Dada la popularidad de Tintín ya entonces, este enfoque provocó una protesta oficial del gobierno japonés ante la redacción del diario Vingtième Siècle, en cuyo suplemento juvenil se serializaba la serie. La hipocresía de las autoridades niponas acabaría poniéndose de manifiesto un año después de la publicación de El loto azul, cuando el ejército japonés atacó Shanghai y, en diciembre de 1941, ocupó también la concesión internacional.

En cambio, los líderes chinos agradecieron el compromiso de Hergé y la mujer de Chiang Kai-Chek lo invitó a China, algo que el autor no pudo hacer hasta 1973 –y no a la China continental y comunista, sino a la isla de Formosa o Taiwán, donde se refugió la facción nacionalista tras la guerra civil–. Hergé, además, introdujo otras referencias a la actualidad de la época, como las alusiones a la Liga de las Naciones ante la que comparece el diplomático japonés o el personaje del cónsul que es descubierto en el fumadero de opio y que remeda un sonoro escándalo de la época.

El objetivo del juvenil reportero en El loto azul se antoja tan generoso como desproporcionado: desmantelar el tráfico de opio que tanto daño hace a un país tan legendario como China, hacerlo sin saber prácticamente nada de la cultura y sociedad locales y, además, casi en solitario. Tintín se rebela contra la injusticia y la intolerancia y toma partido contra los japoneses. Incluso –aunque se justifica por la necesidad de pasar desapercibido– adopta la vestimenta china durante buena parte de la aventura.

Para muchos lectores, El loto azul constituye la aventura más angustiosa de Tintín, porque en la inmensidad geográfica de China, el país más poblado del mundo, Tintín se encuentra completamente solo. Y la soledad no es más que una de las amenazas que debe combatir para cumplir su autoimpuesta misión; también debe enfrentarse a atentados, traiciones en todos los bandos, conspiraciones, la locura y los desastres naturales. Pese a todo y con la única ayuda de la sociedad secreta de los Hijos del Dragón y el joven Chang –que aparece ya muy avanzada la historia–, Tintín supera todos los obstáculos y frustra las maquinaciones de sus numerosos enemigos. No era fácil, pero Hergé consigue hacerlo parecer verosímil, al menos dentro de los parámetros propios del cómic de aventuras.

Acción e investigación están bien equilibradas y desarrolladas, fruto no ya de la improvisación semanal de un autor novel, sino de la planificación meditada. El toque humorístico vuelve a estar protagonizado por Hernández y Fernández, de nuevo a la búsqueda de Tintín.

Hasta este momento, Hergé no había profundizado realmente en los países por los que hacía viajar a su personaje. Desde luego, no había estado en Rusia, Estados Unidos, el Congo o la India y su representación de esos lugares se había apoyado tanto en una somera documentación elaborada por occidentales como en los prejuicios y estereotipos extendidos entre la clase media europea. Entonces, tras anunciar en el Petit Vingtième que la siguiente aventura de Tintín transcurriría en China, Hergé recibió una carta del padre Gosset, capellán de la universidad de Lovaina que tutelaba varios estudiantes chinos residentes allí. En ella se le animaba a documentarse sobre la verdadera cultura china, argumentando que una representación errónea de la misma podría ofender a aquellos muchachos y, por extensión, a todo el pueblo chino.

Hergé decidió seguir el consejo del religioso. Se le presentaba la oportunidad de elevar el realismo de sus historietas hasta un nivel nunca visto en el cómic. Así, conoció a un joven chino de 27 años, Chang Chong-Jen, que se hallaba en Bruselas estudiando Bellas Artes. Ambos congeniaron inmediatamente y Chang abrió la mente de Hergé a todo un increíble y fascinante mundo, el de la cultura china. Inspirado y educado por Chang en diversas entrevistas, el autor se zambullirá en una exhaustiva labor de documentación, llenando las viñetas de detalles –todos los letreros en chino que adornan las calles, por ejemplo, son perfectamente legibles y abundan en mensajes políticos antijaponeses–. En este sentido, El loto azul supondrá un antes y un después para la serie, porque a partir de este momento, Hergé comprenderá que la minuciosa documentación era un factor decisivo a la hora de dotar de realismo y profundidad a las aventuras de su personaje y ofrecer de paso a los lectores una imagen verídica de países todavía entonces fuera del alcance de casi todos los europeos.

Pero Chang se convirtió en algo más que una simple fuente de información para Hergé. Ambos se hicieron muy buenos amigos y Hergé lo introdujo en la propia historia de Tintín en la forma de un joven cuya familia fue asesinada durante la guerra de los Bóxer en 1900. Tintín y él forjarán una gran amistad, como Hergé y Chang. Además, el Chang ficticio se convertirá para Tintín, como lo fue el real para Hergé, en fuente de información y vehículo para desterrar estereotipos y leyendas negras. Su amistad supuso para Hergé no sólo la apertura de todo un modo nuevo de abordar la ficción, sino la asunción de una responsabilidad, la de documentarla adecuadamente, lo que a su vez le llevó a desarrollar una mayor cercanía e interés hacia los países y gentes con los que Tintín entraba en contacto.

Chang fue el primer amigo verdadero de Tintín (además de Milú, claro) y con quien establece un fuerte lazo emocional. Al final del álbum, ambos tienen que separarse en una emotiva escena; de la misma forma, Hergé y Chang perdieron el contacto durante muchos años tras la guerra civil china, el advenimiento del comunismo y el cierre del país al contacto occidental. Tintín volvería a encontrarse con Chang muchos años después, en la aventura titulada Tintín en el Tíbet, en la que afrontará mil y un peligros para rescatarlo. Como su héroe, Hergé se reencontrará con el auténtico Chang, pero él tendría que esperar bastante más, hasta 1981.

En buena medida, Chang sustituye a Milú como compañero de Tintín. El leal perro sigue ocasionalmente pensando en voz alta y hablando a la gente –que no le entiende–, pero es ya poco más que una presencia superflua. En aventuras posteriores, su protagonismo se vería más y más reducido en favor de otros humanos, como Haddock, Tornasol o cualquiera de los personajes más o menos principales propios de cada episodio.

Además de Chang, entre los personajes principales que acompañan a Tintín en El loto azul es necesario destacar a los villanos. En Tintín en América ya se había presentado a un antagonista especialmente persistente, Bobby Smiles, pero ni tenía una presencia regular a lo largo de todo el álbum ni disfrutaba del atractivo de futuros enemigos. Mitsuhirato es el primer oponente auténtico de Tintín. Jefe de la red japonesa de traficantes de opio ya mencionada en la aventura anterior, Los cigarros del faraón, se pasa toda la historia tratando de engañar primero y asesinar después, a Tintín al tiempo que cumplir la misión conspiradora a favor de su país. Será también el primer personaje que muera en la colección y uno de los sólo dos que se suiciden.

El segundo villano tiene un carisma especial: se trata de Rastapopoulos, el líder máximo del grupo criminal y cuya malvada naturaleza se revela al final de la aventura desmintiendo la impresión de individuo generoso que había transmitido en Los cigarros del faraón. Volverá a ejercer de villano en álbumes posteriores, ganándose justificadamente el título de peor y más recurrente enemigo de Tintín.

En cuanto al dibujo, la propia portada es especialmente llamativa. El dragón, una criatura benigna y poderosa en la mitología china, espanta los espíritus malignos y protege a Tintín, escondido en un jarrón. Es un dibujo inspirado probablemente en la imagen de Anna May Wong, actriz de la película Shanghai Express (1933), posando frente a un dragón rojo sobre fondo negro, combinación de colores que se utilizó para la portada hasta 1946, cuando se cambió por un dragón negro sobre fondo rojo, color que simboliza el misterio. En ese mismo film, dirigido por Von Sternberg y protagonizado por Marlene Dietrich en el papel de Shanghai Lily, se menciona la existencia de un loto azul, color que representa el camino a lo infinito.

El dibujo experimenta una notable mejora respecto a las anteriores entregas, estilizando la línea y mejorando la narrativa. Hergé se centra aquí –y ya nunca abandonará esa meta– en hacer de la narración algo totalmente claro y comprensible, desechando todo lo que suponga un esteticismo o efectismo vacíos. El trabajo de documentación se deja notar especialmente en los objetos y fondos, aunque todavía se percibe cierta austeridad en los mismos. Queda clara la simpatía que sentía el autor por Shanghai, una ciudad que nunca visitó, pero cuya imagen reconstruyó con la ayuda de Chang. Es cierto que no todo es tan realista como puede parecer a simple vista –esos patios con puertas en forma de media luna son más característicos de Beijing que de Shanghai y hay mucho pastiche chinois– pero ello no es tanto descuido de Hergé como deseo de combinar realismo con cierto atractivo visual.

El loto azul que podemos ver hoy es el que data de 1946, cuando se editó la versión en color. El lector atento descubrirá un cambio de estilo gráfico de las primeras páginas al resto del álbum. Esto se debió a que esas planchas en las que Tintín estaba en la India se redibujaron para que casaran mejor con los álbumes más recientes, pero para el resto de la historia, la que transcurre ya en China, se respetó el arte original.

El loto azul constituye la auténtica transición a la madurez de la serie, una etapa en la que se deja atrás la estructura de pequeñas escenas encadenadas de corte temático y gráfico netamente infantil para transformarse en aventuras de argumento elaborado y corte realista.

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Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de viñetas y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".