El Hollywood clásico, el de verdad, murió en la segunda mitad de la década de los 60. Las causas son muchas, pero hablamos de una época tumultuosa y, si no revolucionaria, al menos sí revolucionada en lo cultural.
Si hubiera que elegir un momento representativo en el ocaso hollywoodiense, bien podría escogerse el espantoso asesinato de Sharon Tate y varias personas más a manos de unos hippies tarados, en pleno verano de 1969. Aquella noche, el demonio atravesó las puertas de Cielo Drive para hacer el trabajo que le corresponde, y los efectos de esa noche infernal contaminaron a toda la sociedad.
En esta película, Tarantino nos lleva a un Hollywood crepuscular, a un ambiente a medio camino entre el mito y la realidad que, por edad, conectaría con los recuerdos de infancia del cineasta.
Érase una vez en… Hollywood es un film romántico, un canto a la inocencia, una defensa militante y orgullosa de la cultura popular escapista. También es su mejor película desde Jackie Brown, y la que debería haber hecho después de Kill Bill para no anquilosarse en la fórmula, como le estaba ocurriendo en sus últimas obras.
Sin darle una vuelta total a su forma de hacer cine, Érase una vez en… Hollywood si presenta ciertos cambios frente a su estilo habitual, en especial un montaje más rápido, una narración lineal (hay flashbacks, pero más contenidos que en otras ocasiones) y el aprovechamiento de los silencios. Hay diálogos estupendos, pero no la habitual cháchara ingeniosa que en películas como Death Proof o Los odiosos 8 se hacía irritante. En ese sentido, tenemos a un Tarantino más maduro, consciente de que una imagen vale más que mil palabras, con escenas tan poderosas como la ilusionada visita de Sharon Tate (Margot Robbie) a un cine en el que se proyecta La mansión de los siete placeres (Phil Karlson, 1969), película de la serie Matt Helm en la que ella aparece. Sharon Tate, más que un personaje (que también lo es), es aquí un símbolo de la pureza, de felicidad, de belleza. Un ángel viviendo en el cielo, bajando de él para repartir felicidad en los patios de butacas. Es el ideal de un Hollywood que nunca fue, pero que hizo que tanta gente acudiera a la “Ciudad de las Estrellas” con un sueño.
La realidad es dura. La realidad es fea, desagradable y aburrida. Cada uno se refugia de ella como puede. A algunos, los más integrados, les vale con una caña de cerveza de vez en cuando, otros devoran cine y cultura popular. Escapismo. Se alimentan (nos alimentamos) de eso, y a la hora de la verdad, la única forma de expresarse y procesar el mundo es relacionando todo con las películas, los cómics, los libros, la música, la televisión o los anuncios que nos han nutrido.
Tarantino nos deja claro que el Hollywood que nos muestra en la película, en especial la cara B de Hollywood y el cine popular de todo el globo (¿En qué otra película que no sea de Tarantino vamos a escuchar el nombre de Joaquín Luis Romero Marchent?) es su lenguaje. Sus películas nunca han sido plagios, ni siquiera “homenajes” tal cual los entendemos. Cada referencia a otros films son frases de su discurso, porque no sabe hablar de otro modo. O no quiere.
Más que de un “imprime la leyenda”, el Hollywood de 1969 que nos muestra Tarantino es un “haz lo que quieras”. Sí, la base es real, pero el Bruce Lee o el Steve McQueen que por ahí pululan son las versiones pop de las personas de verdad. Contrastando con estos dioses del Olimpo hollywoodiense, tenemos a la maravillosa pareja protagonista, formada por Rick Dalton (Leonardo DiCaprio en su enésima interpretación magistral), un actor de wésterns televisivos y de serie B cuya carrera comienza a experimentar la misma decadencia que el propio género del Oeste, y su inseparable especialista-secuaz-hombre para todo, el aparentemente imperturbable Cliff Booth (Brad Pitt, recuperando su carisma después de unos años de insulsez).
Dalton vive justo al lado, un poquito por debajo, del Cielo que habitan el director del momento, Polanski (Rafal Zawierucha) y Sharon Tate, pero su declive le está alejando cada vez más, arrastrándole al otro lado del Atlántico y al infierno de los secundarios sin rostro.
Cliff Booth, por su parte, vive más tranquilo (o lo intenta, al menos). Su Hollywood no es tanto el de las altas colinas celestiales, sino que habita una autocaravana muy cerca de un autocine. Cliff Booth, como todos los especialistas, es el héroe anónimo. Es el John Wayne que mató a Liberty Valance para que el mérito se lo llevara James Stewart. Por otro lado, su pasado (y su interior) violento también le hacen ser un poco el John Wayne de El hombre tranquilo, que intenta vivir en paz y no abrir cabezas, pese a que tantos se empeñen en que se las abran.
Hay en esta película un interesante juego respecto a personajes jugando roles que no son los suyos, ya sea el trabajo como especialista de Cliff Booth, Rick Dalton enfrentándose a papeles de villano, cuando lo suyo era ser un héroe, o Jay Sebring (Emile Hirsch) ejerciendo de sustituto potencial de Roman Polanski. ¿Qué reflexión encierra todo esto? Habría que preguntarle a Tarantino, pero la sensación general que provoca es la de una película y un entorno en el que lo fingido y lo auténtico no tienen por qué ser cosas distintas. ¿Realmente son tan amigos los dos protagonistas o todo es una mera relación comercial? ¿Son tipos que nos pueden caer simpáticos o un par de perdedores desagradables y peligrosos?
Hay mucha tela que cortar respecto a un film que casi dura tres horas pero que se hace corto. Demasiado corto. Cuando la película acaba, queremos saber más de la pareja protagonista. Eso dice mucho sobre Tarantino, que siempre es buen director, pero que puede ser un enorme cineasta cuando quiere, y en este caso ha querido. Érase una vez en… Hollywood es una película de verdad, rodada en celuloide y rodada por un gente que sabe lo que hace. Una rara avis en una época en la que la imagen digital y la narrativa televisiva lo han contaminado todo. Ayudará a su disfrute, eso sí, que el espectador tenga cierta base, unos mínimos conocimientos sobre el cine y la cultura de aquellos tiempos, no tanto para localizar las mil y una referencias, sino para saber a qué tipo de cambios en la industria y la sociedad se enfrenta la quijotesca pareja protagonista.
Sinopsis
Érase una vez en… Hollywood de Quentin Tarantino, nos lleva a Los Angeles de 1969, donde todo está cambiando, y donde la estrella de la televisión Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), y Cliff Booth (Brad Pitt), su doble de muchos años, se abren camino en una industria que ya prácticamente no reconocen. La novena película del célebre escritor y director cuenta con amplio reparto y múltiples tramas argumentales que rinden un tributo a los momentos finales de la época dorada de Hollywood.
En Érase una vez en… Hollywood, Quentin Tarantino continúa evolucionando y sorprendiendo al espectador. Mientras mantiene todos los sellos de identidad de sus películas ‒una historia original, personajes frescos, presentada con su brillante técnica‒ su noveno largometraje abre nuevas puertas para el director. Es una historia de personajes, que trata conflictos sobre expectativas frustradas que todos nos encontramos inevitablemente cuando envejecemos. En Hollywood esta cuestión es particularmente dramática, dándose el éxito y el fracaso a diario. En Érase una vez en… Hollywood encontramos eso de forma literal y figurada.
Uniendo a dos de las mayores estrellas del cine en su primer trabajo juntos y recreando por completo una era perdida, la película es gran cine hecho para la gran pantalla. Una verdadera historia original en medio de un panorama de secuelas y superhéroes.
Centrada en 1969, Tarantino recrea el tiempo y espacio de sus años de formación, cuando todo ‒los Estados Unidos, la ciudad de Los Ángeles, el mundo de estrellas de Hollywood e incluso las propias películas‒ está en un punto de inflexión y nadie sabía cómo encajaría el rompecabezas. Todo esto no es completamente ajeno a los cambios que azotan Hollywood hoy en día.
En el centro de todo está Rick Dalton, interpretado por Leonardo DiCaprio. Rick había sido la estrella de Bounty Law, una serie televisiva de éxito de los años 50 y 60, pero su profética transición al estrellato del cine nunca se materializó. Ahora, a medida que Hollywood avanza hacia una estética hippie, Rick está preocupado al ver que su momento ha pasado y se pregunta si todavía tendrá alguna oportunidad. «Rick Dalton es un producto de los años 50, un héroe de tupé, pero estamos en una nueva era y su tren ha pasado de largo» dice DiCaprio. «Al trabajar con Quentin vimos la historia de Rick Dalton como un viaje con una tremenda falta de seguridad en sí mismo, su incapacidad de agradecer la posición en la que está y lo que ya tiene. Ansía constantemente algo más».
Al lado de Rick encontramos a Cliff Booth, un antiguo héroe de guerra y ahora el doble de acción de Rick, interpretado por Brad Pitt. A medida que sus carreras evolucionan y las dificultades aumentan, la constante ha sido tenerse el uno al otro. Cliff ha demostrado su lealtad a Rick de forma reiterada, y viceversa, son la única verdadera familia que tienen. «Nuestros personajes están basados en la relación actor-doble. Pasar carreras enteras juntos era algo mucho más normal en aquella época» dice Pitt. «Hablamos sobre Steve McQueen y Bud Ekins, que formaron un gran equipo en La Gran Evasión, y hablamos sobre Burt Reynolds y Hal Needham. De hecho, pudimos incluso hablar con Burt, lo que fue una maravilla. Simplemente había una conexión mayor entre actor y doble de acción. Hoy en día todo es más transitorio. Cliff y Rick realmente cuentan el uno con el otro. El tiempo libre en un rodaje es más extenuante, si cabe, que el trabajo en sí, así que tener un amigo, un compañero, era lo más importante. Sigue siendo lo más importante».
Uniéndose a DiCaprio y Pitt podemos encontrar una mezcla de personajes reales y de ficción interpretados por algunos de los actores más aclamados hoy en día: Al Pacino es Marvin Schwarzs, un agente jubilado que alaba las virtudes de los westerns italianos, Kurt Russell es Randy, un coordinador de dobles, Dakota Fanning es Squeaky, un miembro de la familia Manson, y Margot Robbie es Sharon Tate, la ingenua vecina de Rick. Sharon está casada con Roman Polanski, cuya película La Semilla del Diablo le ha convertido en el director de moda en la ciudad. Están en todas las fiestas y viven por todo lo alto. «Rick Dalton es vecino de Roman y Sharon, aunque están a otro nivel. El verdadero círculo íntimo de Hollywood y todo el glamour que conlleva, son todo cosas que piensa que quiere. Está tan cerca y tan lejos al mismo tiempo» dice Robbie.
Para Tarantino, esta selección de personajes no sólo eran fascinantes por sí mismos, también le parecían interesantes porque representan las tres clases de Hollywood. «En esta ciudad pueden vivir personas así, una al lado de la otra» dice Tarantino. «Me interesaba la idea de explorar este tiempo, esa era en Los Ángeles y en Hollywood, con todos estos estratos sociales».
Es un ambiente que tiene relevancia personal para Tarantino. «Esta película es en parte una pieza de memoria» comenta. «Yo viví en Los Ángeles County, en Alhambra, en 1969. Recuerdo lo que había en el cine y televisión, a nivel local y nacional. Me acuerdo de que Seymour era el presentador de las películas de miedo en aquella época. Me acuerdo de la emisora de radio KHJ sonando todo el rato. Me acuerdo de cómo escuchaba la gente la radio en el coche, no tenías que sintonizar y buscar una canción u otra, sólo podías escuchar una emisora, se escuchaba a todo trapo y no bajabas el volumen cuando ponían anuncios, simplemente hablabas más alto. Parte de la diversión ha sido tener que estrujarme el cerebro, rebuscar en mi memoria y recordar cómo era todo».
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