Escrita y dirigida por George A. Romero, Zombi es la película que redefine el subgénero de los muertos vivientes tal y como hoy lo disfrutamos: con toda su truculencia y todo su humor negro, sin olvidar ese nihilismo que convierte la aventura en una bárbara y febril lucha por la supervivencia. No es casual que esta producción haya merecido un culto popular que llega hasta nuestros días. De hecho, poco antes de que Romero estrenase La tierra de los muertos vivientes (2005), Zack Snyder rodó una excelente versión, Amanecer de los muertos (2004).
Eric Newman, productor de la cinta de Snyder, describe así la importancia del film de 1978: «De niño me gustaban mucho esas películas pero Zombi ha sido siempre mi favorita. Había más películas de zombis pero para mí ésta era la mejor de todas. Creo que este subgénero no ha recibido la atención que merece de los espectadores de esta generación».
En su momento, el largometraje de Romero fue distribuido en Estados Unidos sin la clasificación de censura, pero su éxito fue descomunal, sobre todo si tenemos en cuenta la inversión de partida. La recaudación superó los 20 millones de dólares en taquilla, pero aún más interesante el interés que despertó en la crítica. Seguramente porque la receta de Zombi ‒horror, aventura, comentario social y ciertas dosis de humor‒ era muy original en su momento. De hecho, el propio Snyder quiso repetir la fórmula en 2004: convocó a varios actores de la cinta original ‒ Ken Foree, Scott Reiniger y el maquillador Tom Savini‒ y se propuso repetir aquello que funcionó en 1978: «Buscaba para mi debut un proyecto que me obligara a cuidar cada uno de los planos de la película: esta película era perfecta para ello. Para mí lo más importante era que la película debía ser tan seria como un ataque cardíaco. Había que tomársela en serio. Bueno, hay toques de humor negro y algunas alusiones al original. Que quede claro que ésta es una película de miedo, pero tiene toques de humor, de humor enfermizo si se quiere…».
La epidemia descrita en La noche de los muertos vivientes (1968) alcanza en Zombi su apogeo. Sus efectos en la sociedad son apocalípticos, y encontrar refugio se transforma en una aspiración perentoria para los supervivientes. De ahí que los protagonistas del film encuentren su nuevo hogar en un gran centro comercial (un mall de esos que animan los suburbios norteamericanos). Dicho supermercado se transforma en un fuerte, en una plaza sitiada rodeada por una legión de viandantes putrefactos intenta romper sus defensas.
Más allá de las lecturas interesadas y más o menos oportunistas de los sociólogos del cine –¿Quién fue el primero en decir que la cinta es una metáfora del consumismo?–, Zombi se ofrece a los espectadores como una peripecia frenética y peligrosa, con todos los ingredientes que uno esperaría en un buen thriller o incluso en un western. En todo caso, el realizador no ha ocultado nunca que pretendió hacer una sátira de la sociedad de su tiempo.
«Siempre me gustaron los zombies –le contó Romero a Gabriela Saidon–. Los consideraba el hombre común entre los monstruos. Pero siempre aparecían relacionados con el vudú y Haití. Yo decidí vestirlos un poco. Hay una vieja novela de Richard Matheson, Soy leyenda. Yo tomé esa idea pero opté por no llegar hasta el último hombre, sino empezar cuando el fenómeno recién comenzaba y ver cómo el hombre trata de sobrevivir y no se puede comunicar. Teóricamente es fácil derrotar a los zombis pero nadie logra organizar un plan, y los humanos finalmente se enredan y fracasan» (Clarín, 25-02-2003).
Cuatro meses duró el rodaje de Zombi. Como había hecho en su debut, Romero quiso filmar en Pensilvania, concretamente en las ciudades de Pittsburgh y Monroeville. Cuentan que fue un amigo de Romero, Mark Mason, de la Oxford Development Company, quien le sugirió el centro comercial de Monroeville como escenario. En opinión de Mason, alguien que se refugiase allí podría sobrevivir durante meses en caso de verse perseguido por una horda.
Romero y su productor, Richard P. Rubinstein, obtuvieron la confianza del cineasta italiano Dario Argento, quien aseguró la financiación de la película a cambio de los derechos de distribución en el extranjero. La intervención de Argento en el proyecto fue decisiva, y de hecho, el corte del film, en su versión europea, mejoró sensiblemente el resultado final.
Ni que decir tiene que filmar en el Monroeville Mall no fue cosa fácil. El equipo tenía que iniciar su jornada cuando las tiendas cerraban sus puertas. Es decir, durante la noche, desde las once hasta las siete de la mañana del día siguiente.
El mencionado Tom Savini, todo un mago de los efectos especiales, se hizo cargo de los sanguinolientos trucajes, y asimismo encarnó uno de los papeles secundarios: el de líder de una banda de motoristas.
Hablamos de un proyecto independiente, con un presupuesto ínfimo, así que no sorprenderá a nadie que buena parte de la música original de la película proceda de cortes musicales obtenidos en la De Wolfe Music Library. Para mejorar el producto y darle un toque europeo, Argento sustituyó esa banda sonora con temas compuestos por el grupo que mejor identifica el género giallo: la banda de rock progresivo Goblin.
De forma casi inevitable, las ideas de Argento y de Romero fueron en direcciones distintas, lo cual, como ya apunté, tiene su reflejo en las distintas ediciones de la película. Aunque Romero controlaba el montaje de la copia distribuida en territorios anglófonos, en el resto del mundo hemos conocido la versión retocada por el cineasta italiano. La copia más extensa, hoy conocida como montaje del director, tiene una duración de 139 minutos.
En opinión de John Skipp y Craig Spector, ésta fue la película de Romero «que consiguió insertar definitivamente su visión del mundo en el sistema nervioso cultural. Desde ese momento, su visión de un mundo infestado de muertos vivientes fue algo más que un excelente montaje argumental: era toda una mitología moderna, equiparable en todo punto a la del mismo Lovecraft (…) Zombi fue asimismo la primera gran película que desafió a la temida MPAA (Motion Picture Association of America) al negarse a diluirse en una versión calificada R (para mayores de 18 años) al tiempo que rehusaba aceptar la calificación X, la calavera y las tibias que la habría situado en el mismo saco que Garganta profunda (…) En lugar de eso, la película salió a la luz in clasificada, en una decidida negativa a seguirle el juego a la censura. Esta negación a comprometerse habría condenado a una película menor. Pero nunca se había visto nada parecido al interminable desfile de borbotones de tecnicolor que Romero desencadenó en Zombi. El público de todo el mundo se volvió loco con la película y eso marcó la llegada definitiva de la era de los borbotones. Y con ello, la controversia acerca de lo que es demasiado cayó en una predecible sobrecarga. George Romero, Dios le bendiga, había ido demasiado lejos. (…) Que Zombi insensibilizaba estaba fuera de dudas» (El libro de los muertos, Ultramar Editores, 1990).
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