Tras la Segunda Guerra Mundial, el mercado editorial norteamericano entró en un periodo de expansión en el que se popularizó el formato de libro de tapa blanda. Al mismo tiempo, y hasta cierto punto gracias a ello, la ciencia-ficción alcanzaba su madurez al disponer sus autores de un formato que les permitía desarrollos más complejos de sus historias e ideas y el acceso a un público más amplio.
También por entonces el género inició una deriva escéptica y pesimista. El desarrollo del armamento nuclear a gran escala y la amenaza real que ello suponía para la vida sobre el planeta hizo que muchos autores vieran a la tecnología más como un arma de destrucción masiva que como una herramienta con la que construir un brillante futuro. Pero no fueron todos. Theodore Sturgeon, uno de los principales escritores de ciencia-ficción de los cincuenta, fue uno de los que trató de oponerse al sentimiento anti–utópico que se había asentado en la sociedad.
Se ha escrito con frecuencia que Venus más X fue uno de los más sólidos intentos de producir ficción utópica en Estados Unidos, un subgénero poco practicado por los escritores de ese país. Es una apreciación con la cual sólo estoy parcialmente de acuerdo. Ciertamente, el comienzo y la estructura de la mayor parte del libro se corresponde con lo que tradicionalmente habían expuesto en sus novelas autores utópicos del siglo XIX como Edward Bellamy (El año 2000: una visión retrospectiva, 1888) o William Morris (Noticias de ninguna parte, 1891).
En estos libros, el protagonista despertaba (normalmente tras un letargo, natural o artificial pero nunca bien explicado) en un futuro lejano. Enseguida se encuentra con un personaje sabio, afable y buen conocedor de ese mundo, que actúa como guía y maestro del recién llegado. El lector podía tomar conciencia de las profundas imperfecciones de la sociedad contemporánea al compararla con lo que el protagonista veía y escuchaba. Eran obras en las que el mensaje era más importante que la acción dramática, acercándose más al ensayo que a la novela de ficción propiamente dicha. El desarrollo de una trama y la construcción de personajes quedaban supeditados a la descripción de los diferentes aspectos de la sociedad utópica.
Pues bien, la novela de Sturgeon está planteada de una forma similar. El protagonista, Charlie Johns, aparece súbitamente en Ledom (Model escrito al revés), lo que parece ser un futuro utópico. Ha sido transportado deliberadamente (mediante una máquina cuyo funcionamiento no resulta muy convincente aunque solo al final averiguamos el por qué tenemos esa impresión) por unos afables seres que le informan de que ha sido llevado allí para que observe, aprenda y se forme un juicio sobre ellos, puesto que, según dicen, están interesados en interpretar el entorno que han construido a través de sus ojos. Luego, será libre de quedarse o regresar a su tiempo.
Empieza entonces el viaje de descubrimiento de Charlie por el mundo del futuro. Evidentemente, le sorprende la avanzada tecnología de campos de fuerza que permite todo tipo de maravillas, especialmente la construcción de edificios de formas imposibles. Y que aunque la vida en Ledom depende íntegramente del uso de esa tecnología, todos sus habitantes aprecian la vida agrícola y pasan mucho tiempo en el campo aprendiendo a cultivar.
Pero lo que realmente interesa a Sturgeon no son tanto los posibles avances científicos y su impacto en la sociedad como la estructura de esa misma sociedad y la forma en que nos relacionamos con ella a nivel colectivo; y, particularmente, en relación con el sexo. Porque en lo que más se aleja Ledom de la América de la década de los cincuenta es en su actitud hacia el sexo y el género: sus habitantes son todos hermafroditas (ojo, no bisexuales, como algunos han interpretado erróneamente. La bisexualidad es una orientación sexual mientras que el hermafroditismo es un término biológico), algo que al principio repugna al viajero pero que luego interpreta como una situación ideal al comprobar que han desaparecido las tensiones derivadas del sexo, ya sean individuales o colectivas.
Y es que en vez de las formas represivas y discriminatorias del pasado, la práctica del sexo en Ledom es considerada como algo natural, una actividad saludable que se practica únicamente como una expresión de mutuo afecto. Eliminadas las fricciones derivadas de la tensión sexual entre géneros y sus luchas por la preeminencia, la sociedad ledomita ha alcanzado un alto grado de serenidad y ausencia de violencia.
Pero la novela tiene otra parte, inserta en el cuerpo principal y narrada alternativamente a la peripecia de Charlie Johns. En ella, Herb Raile y su familia llevan la típica existencia de la clase media suburbana de la América de los cincuenta. Raile trabaja en una agencia de publicidad y se halla así en una posición privilegiada para observar la emergente cultura de consumo y la amplia separación de sexos que contrastan con el sencillo mundo de Ledom. Sin embargo, el propio Raile es consciente del cambio que ya se está operando en la sociedad: su mujer se va con las amigas a los bolos a tomar cervezas y charlar de trabajo, mientras él se queda con el vecino preparando el biberón para su hijo y hojeando revistas de moda. Y no se siente cómodo con ello.
La novela se desarrolla con un ritmo lento y expositivo hasta que en su última parte la trama empieza a moverse con rapidez cuando Johns descubre que también el paraíso de Ledom esconde su propia serpiente, un secreto que sólo unos pocos conocen y que podría desestabilizar toda esa sociedad. La conclusión es tan inesperada como bella…y ambigua, ya que debe ser el lector quien decida si lo que nos aguarda es la destrucción o un brillante futuro.
La propia naturaleza de la ciencia-ficción, en la que se describen innumerables sociedades y culturas del futuro y/o de otros planetas, la convierte en un medio ideal para plantear cuestiones peliagudas sobre nuestros prejuicios sexuales. Sin embargo, no fue un camino fácil. Durante décadas, la ciencia-ficción en Estados Unidos estuvo casi exclusivamente confinada al ámbito de la serialización en revistas especializadas cuya política editorial solía excluir todo aquel material sexualmente explícito. En este sentido, Kay Tarrant, editora ayudante del mítico John W.Campbell en Astounding Science Fiction, se hizo famosa por su prudencia al respecto, haciendo que muchos autores eliminaran de sus historias lo que ella consideraba escenas y lenguaje ofensivos si querían verlas publicadas. En parte ello respondía a la mentalidad de la época, y en parte para proteger a los adolescentes que formaban el grueso de los lectores de las revistas. Para algunos de aquellos escritores, tratar de engañar a Tarrant se convirtió en una especie de juego.
A finales de la década de los cincuenta y durante los sesenta, se produjeron dos fenómenos que contribuyeron a modificar la situación. Por una parte, como apuntaba al comienzo, el formato de libro, en el que cada vez más autores empezaron a publicar directamente, permitía enfoques más adultos. Y, por otra, la ciencia-ficción empezó a registrar un creciente número de mujeres escritoras y la consiguiente introducción de más personajes femeninos. Algunos relatos empezaron a ir más allá de incluir casualmente a mujeres en sus narraciones o reclamar una igualdad limitada basada en el rechazo a la diferencia. Cierto número de novelas empezaron a introducir soluciones más igualitarias a la batalla de los sexos.
Curiosamente, los primeros en dar los pasos iniciales en esta revolucionaria dirección ni fueron mujeres ni lo hicieron en los sesenta. A comienzos de la década de los cincuenta, Philip José Farmer y Theodore Sturgeon ya trataron el tema sexual de forma seria y explícita reconociendo que en un género que se enorgullece de imaginar sociedades nuevas y diferentes, el tabú sexual era absurdamente anacrónico, especialmente teniendo en cuenta que la ficción realista ya hacía tiempo que había empezado a eliminarlo. Farmer se adentró en el amor (y el sexo) entre especies tanto en la novela Los amantes como en varias de sus narraciones cortas.
Sturgeon, por su parte, consideró el tema lo suficientemente importante como para construir alrededor de él una novela. Aunque la mayoría de su producción siempre consistió en cuentos y novelas cortas, fue uno de los autores más influyentes y apreciados de la época, quizá porque siempre le interesó más utilizar sus relatos para situar a los hombres ante desafíos de carácter psicológico que para describir mundos hipertecnológicos. En Venus más X, la última novela de ciencia-ficción que escribió (aunque, cada vez con menos energía, siguió firmando relatos cortos hasta su muerte en 1985) optó por la vía radical de fusionar ambos sexos en uno solo, desafiando de esta manera las presiones derivadas de las diferencias biológicas entre hombre y mujer.
En este libro, Sturgeon postula que la igualdad sólo puede conquistarse eliminando la diferencia biológica entre ambos sexos. En su igualitario y tolerante Ledom, todos los individuos son idénticos en su androginia, todos cuentan con órganos genitales masculinos y femeninos y todos pueden quedar embarazados y dar a luz. Las relaciones de género contemporáneas se comparan desfavorablemente con las existentes en Ledom, criticando de paso las construcciones sociales de masculinidad basadas en la identificación y potenciación de una diferencia en realidad poco importante: «Y si usted no procediera de una cultura que se concentró tan exhaustivamente en unas diferencias que no eran en sí mismas tan drásticas, sería capaz de ver lo pequeñas que son realmente las diferencias».
El objetivo de hacer tanto hincapié en la diferencia entre sexos no sería otro que el de privar de poder al sexo femenino: «Las culturas dominadas por el padre buscan siempre imponerse sobre las demás. Las otras no. De este modo la cultura patriarcal tiende a establecerse como cultura dominante, mientras que el matriarcado bulle en su interior, se revuelve ocasionalmente, la mayoría de las veces es sofocado. (…) El patriarcado se envenena a sí mismo. El matriarcado tiende a la decadencia, que es simplemente otra forma de veneno».
Venus más X anticipó muchas de las preocupaciones sobre sexo y sexualidad que impregnarían la década de los sesenta, aunque es una novela cuyas raíces se asientan claramente en los cincuenta (por ejemplo, su versión de esa década acaba en un holocausto nuclear). Entre otras cosas, el libro nos recuerda que el sentimiento utópico de muchos movimientos culturales de los sesenta se había estado gestando en realidad en los cincuenta y no deberían interpretarse simplemente como una reacción contra la década precedente. De hecho, mientras que las aspiraciones utópicas de la cultura occidental se debilitarían mucho tras la Segunda Guerra Mundial a la sombra de los horrores padecidos, ciertos pensadores –como algunos marxistas soñadores que vendían como paraíso lo que en la práctica era un régimen nefasto– mantuvieron el espíritu utópico vivo.
Nadie puede negar a la novela de Sturgeon su valor pionero y su valentía a la hora de abordar un tema que en la ciencia-ficción, como hemos dicho, había sido tabú. Pero es igualmente cierto que su historia flaquea precisamente en la tesis que la sustenta. Por supuesto, nadie puede negar que la discriminación sexual ha estado siempre presente en las sociedades humanas y que el sexo femenino ha sido excluido y marginado de la participación social, política y cultural durante buena parte de la historia. Sin embargo resulta difícil creer que ello sea la fuente principal de los problemas del mundo; y su hipótesis de que, eliminada la brecha entre sexos, se alcanzaría inevitablemente una utopía, es poco verosímil. Dicho esto, es posible no obstante que no fuera eso lo que Sturgeon defendía, sino que sólo lo tomara como núcleo del análisis que quería realizar sobre una parcela de la sociedad humana.
Al fin y al cabo mancilla la utopía que él mismo ha propuesto (Atención: espóiler) cuando se revela que la actitud sexualmente liberal e igualitaria de Ledom se potencia de forma artificial y, en el fondo, forzada: todos los ledomitas se someten a intervenciones quirúrgicas al nacer que erradican las diferencias sexuales y los transforman en hermafroditas. Por tanto, la consecución de la utopía pasa por alterar la naturaleza humana de forma artificial. Y ello, a su vez, implica que la tal utopía sólo puede alcanzarse mediante la supresión de la diferencia, no su aceptación. De hecho, ni siquiera los ledomitas están totalmente seguros de la bondad de su sociedad como demuestran al final del libro, cuando el lector se entera de que Johns es en realidad Quesbu, un ledomita al que no se modificó su anatomía original y a quien se le permite, junto a una hembra en las mismas circunstancias, escapar de ese mundo y, con suerte, convertirse en los Adán y Eva de una raza humana renacida e inalterada. (Fin del espóiler).
Probablemente incluso en 1960 parecería evidente que la solución a los problemas de género no tendría que pasar por soluciones tan radicales. Cincuenta años después, aún queda mucho camino por recorrer pero desde luego la situación –al menos en los países desarrollados– ha cambiado mucho y a mejor.
Más interesante por su permanente actualidad son otras apreciaciones de Sturgeon, como las relacionadas con la religión: «¿Qué hay de malo en obedecer al Dios que uno adora? En teoría no hay nada malo, supongo, especialmente cuando junto con la obediencia surge la creencia en algo vivo… es decir, en un Dios contemporáneo y en cierto modo comprensible. Pero en la práctica, la mayoría de las veces la mano de Dios en los asuntos humanos es una mano muerta. Sus dictados se hallan formulados en las interpretaciones de los Antiguos, de una forma u otra… gentes ancladas en el pasado, con sus recuerdos deteriorados, sus ojos cegados, y todo el amor desecado en ellos».
O la relación del hombre con la tierra y su desconexión, en el mundo actual, con los ciclos naturales, el trabajo manual y el verdadero origen de lo relevante: «Las civilizaciones poseen una forma perniciosa de educar clases enteras e incluso generaciones de personas que viven extirpadas, dos, diez, cincuenta veces extirpadas, de las técnicas manuales. Los hombres pueden nacer, vivir y morir, y nunca haber movido una paletada de tierra, o haber aserrado un madero, o tejido una tela, o ni siquiera haber visto una pala, una sierra o un telar (…) Tales hombres poseen un valor de supervivencia extremadamente limitado. Se han adaptado a su entorno, como deben hacer todas las criaturas para sobrevivir… pero ese entorno es una enorme y complicada máquina; hay muy pocas posibilidades de realizar algo tan básico como el simple hecho de arrancar una fruta o descubrir y cocinar la hierba adecuada. Si la máquina resultara destruida, o simplemente alguna parte de ella, pequeña pero importante, dejara de funcionar, todos los que se hallan encadenados a ella se encontrarían completamente indefensos en el corto lapso de tiempo que tardara su estómago en vaciarse». Una idea esta tan o más interesante que el tema sexual por el que el libro es hoy recordado.
En otro pasaje, Herb divaga distraídamente sobre lo absurdo del sistema de producción contemporáneo y su incomprensión de la naturaleza humana: «Toma algunos genios absolutos del embalaje, y hazles diseñar una caja que puedas abrir presionando una esquina a lo largo de una línea punteada, hasta que aparezca una cinta de la que baste tirar para abrir el envase estanco interior. Nueve ingenieros queman sus meninges diseñando la maquinaria de empaquetado. Dieciséis jefes de compras se vuelven locos buscando los materiales idóneos. Veintitrés jefes de almacén hacen llamadas telefónicas hasta las dos de la madrugada para recibir a tiempo setenta mil toneladas de material. Y cuando la caja llega finalmente a tu cocina, la abres con el cuchillo de cortar jamón».
El principal inconveniente de Venus máss X es que, como muchas obras utópicas, se aproxima más un tratado filosófico que a una novela. La trama es una mera excusa argumental sobre la que construir un discurso en ocasiones demasiado escorado hacia el didactismo. Sin embargo, el talento de Sturgeon hace que su lectura no resulte indigesta, que sepa condensarlo todo en una extensión razonablemente breve, exponerlo con una prosa ágil y efectiva y rematarlo con algunos giros sorprendentes que cuestionan todo lo anterior.
Puede que no sea una obra que podamos situar a la altura de otras firmadas por algunos de sus contemporáneos, pero nadie se atreverá a quitarle su consideración de clásico del género, porque, como toda la buena ciencia-ficción, desafía al lector a que se examine a sí mismo y a su relación con la sociedad que le rodea y de la que forma parte.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.