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«Los sustitutos» («Surrogates», 2009), de Jonathan Mostow

En su momento, llamó la atención que a Los sustitutos, una producción de Walt Disney Studios bajo el sello Touchstone, no se le organizara el habitual pase previo para los críticos. Esa decisión se interpretó como un intento de evitar malas críticas antes del lanzamiento de un producto en el que ni siquiera el estudio tenía confianza.

¿Por qué? No se sabe, pero quizá los ejecutivos pensaron que no había suficientes dosis de acción para el público objetivo –el adolescente– que ellos habían considerado desde el inicio; o pensaron que era un producto demasiado cerebral para el poco exigente espectador medio; o quizá fue que tuvieron miedo del aspecto anti–heroico que mostraba un icono del cine de acción como Bruce Willis, su protagonista.

Sea como fuere, el estudio ni se gastó demasiado en publicitar la película ni quiso suavizar las cosas con los críticos. Sin embargo, cuando los aficionados a la ciencia-ficción fueron a ver la cinta, se encontraron con una grata sorpresa. Y es que Los sustitutos resulta ser un producto considerablemente más competente que buena parte de los bien publicitados blockbuster que se estrenan en un año cualquiera.

Los críticos no trataron bien a la película. El problema –si es que se puede llamar así– es que la mayor parte de ellos no consideran más que el aspecto cinematográfico de una producción, mientras que un aficionado a la ciencia-ficción puede apreciar otros aspectos más sutiles relacionados con el género que a aquéllos o bien les pasan desapercibidos o bien no les interesan particularmente.

En el año 2017, la utilización de Sustitutos –cuerpos artificiales físicamente perfectos y con capacidades potenciadas que un operador humano puede controlar física y mentalmente a distancia– se ha convertido en la norma. Han reducido el crimen y han contribuido a solucionar muchos problemas sociales… y han creado otros, aunque no se quieran reconocer. Cualquier interacción social se realiza a través de los sustitutos y aunque se han reducido las muertes por accidente, también ha aumentado el aislamiento. La gente ya no se siente cómoda tratando con el prójimo, incluso sus más allegados, sin utilizar como amortiguador el sustituto. Quedan grupos de humanos que rechazan esa nueva cultura pero se han visto obligados a marginarse y recluirse en ruinosos guetos urbanos.

El agente del FBI Tom Greer (Bruce Willis) y su compañera Jennifer Peters (Radha Mitchell) acuden a la escena de un crimen en la que dos sustitutos han sido destruidos en un callejón junto a una discoteca. En cualquier otro caso esto no sería sino un acto de vandalismo, pero aquí uno de los sustitutos está sin registrar.

La investigación les lleva hasta el propietario de ese ejemplar: Lionel Carter (James Cromwell), el hombre que inventó los sustitutos. Era su hijo Jared quien estaba operando clandestinamente ese modelo en particular y, en un caso inaudito de feedback, su destrucción provocó la muerte real de Jared. Al revisar las cámaras de seguridad, Greer ve a alguien disparando un artefacto al sustituto. Es el primer asesinato cometido en años.

El criminal resulta ser Miles Strickland y su arma un secreto militar que destruye a los sustitutos creando una retroalimentación que mata a su usuario. La persecución de Strickland lleva a Greer hasta las Reservas Dread, una zona sin ley en la que se confinan voluntariamente aquellos que han rechazado utilizar sustitutos y que aceptan el liderazgo del estrafalario Profeta (Ving Rhames).

Allí tiene lugar una violenta batalla en el curso de la cual la mayor parte de los compañeros de Greer mueren fulminados por el arma secreta de Strickland. El propio Greer consigue desconectarse a tiempo de su sustituto, pero éste queda inutilizado. El departamento de Greer lo suspende temporalmente y se niega a dejarle un nuevo sustituto por lo que el agente no tiene más remedio que continuar la investigación sin el amparo del FBI. Pero descubrir lo que cree es una gran conspiración que puede causar un auténtico desastre a nivel global no va a ser nada fácil, porque es la primera vez en muchos años que Greer sale realmente de su domicilio y trata de utilizar su verdadero cuerpo, envejecido y atrofiado por la inactividad.

Los sustitutos está basada en la miniserie de cómic del mismo nombre escrita por Robert Venditti y dibujada por Brett Weldele para Top Shelf Productions entre 2005 y 2006 (en 2009, a raíz del estreno de la película se publicaría una precuela, Los sustitutos: Carne y hueso ). El guión fue obra de John Brancato y Michael Ferris, responsables también de otros thrillers como La red (1995) o The Game (1997), películas de acción como Catwoman (2004) y de ciencia-ficción como Terminator 3: La Rebelión de las Máquinas (2003) o Terminator: Salvación (2009).

Ambos guionistas realizaron algunos cambios respecto al cómic original, eliminando personajes, cambiando el nombre de otros, trasladando geográficamente la acción y dando al final un tono algo más esperanzador (en el cómic, la mujer de Greer prefería suicidarse antes que seguir viviendo sin un sustituto).

Cuando se anunció la película, muchos no esperaron más que un híbrido de acción y ciencia-ficción de factura convencional y sin demasiado sustrato intelectual, sobre todo a la vista de la trayectoria seguida por sus guionistas. Pero con lo que se encontraron fue con un film de género con sugerentes ideas que se ajustaba perfectamente a la idea defendida por Joseph W.Campbell en virtud de la cual la mejor ciencia-ficción es aquella que cambia un elemento básico de la tecnología o la sociedad y lo amplia para ver qué efectos tendría sobre la gente y cuáles serían sus reacciones. No es un principio que se ajuste bien a toda la ciencia-ficción (2001: Una Odisea del Espacio, Star Wars o todo el subgénero ciberpunk se apoyan en la introducción de múltiples cambios en todos los ámbitos tecnológicos y sociales), pero sí se puede aplicar a muchas obras del género. Los sustitutos es una de ellas. Hoy, mucha de la gente que acude a los chats de internet no son quienes dicen ser; hombres adultos se hacen pasar por mujeres adolescentes y éstas se añaden años para parecer más sexis; pedófilos a la busca de víctimas fingen ser niños…. En el ciberespacio es posible ser lo que quieras ser. Los sustitutos lleva esa idea al extremo… dejando todo lo demás aparentemente intacto.

En el mundo futuro que retrata la película, todo parece funcionar de forma muy parecida al nuestro. Las ciudades, coches, hábitos sociales, funcionamiento de las instituciones… son similares a las contemporáneas. De lo que se trata es de tomar la posibilidad de que un día la robótica y la informática alcanzaran un nivel tal que los seres humanos pudieran controlar cuerpos artificiales y dejar de usar los propios y explorar algunas de sus consecuencias. Es poco probable que un avance semejante dejara un mundo tan parecido al nuestro, pero eso no importa, porque lo interesante es plantear algunas preguntas tan interesantes como difíciles acerca de la relación entre el hombre y la tecnología. Y eso la película lo lleva a cabo con éxito.

El guionista del cómic, Robert Venditti, dijo haberse inspirado en la adicción que algunas personas, ya entonces, habían desarrollado por internet y cómo quedaban tan atrapados en una vida virtual basada en chats, avatares y juegos online que dejaban de vivir en la realidad. La realidad virtual no era un tema nuevo en absoluto dentro de la ciencia-ficción, estando presente ya en la literatura en obras tan tempranas como La máquina se para (1909) y en películas más tardías como Matrix o Dark City .

En esta línea resulta también evidente la influencia de Philip K. Dick en los principales temas subyacentes de la historia: la dicotomía mundo real-mundo ilusorio y la dificultad de distinguir entre ambos; los dopplegangers, y el poder de unas enormes y todopoderosas compañías propietarias de una tecnología capaz de cambiar el mundo.

Los sustitutos no es la mejor historia de aquellas que exploran ese campo temático, pero también está lejos de ser la peor. En concreto, resulta interesante que en vez de plantear un mundo virtual en el que los humanos se refugian o son aprisionados, es la propia realidad la que cede terreno a lo virtual al poblarse de avatares que representan a humanos cuyos verdaderos cuerpos nunca se ven.

El guión acierta también al plantear algunas de las ideas sobre cómo funcionaría ese mundo poblado por sustitutos. Algunos de los momentos más ingeniosos aparecen ya mediado el film, cuando un individuo roba el sustituto de Radha Mitchell y se infiltra en la investigación sin que Bruce Willis sospeche que no es su auténtica compañera; o cuando Willis provoca una discusión con su superior–sustituto, lo desconecta y luego le roba el chip de control con las claves de acceso a las zonas de seguridad; u otras escenas protagonizadas por Rosamund Pike, que interpreta a la esposa de Willis, Maggie Greer, y en las que se muestra cómo los humanos han sido capaces de encontrar una forma de drogarse incluso a través de sus sustitutos; o cuando la vemos a ella en su trabajo como esteticista de los rostros artificiales.

Al mismo tiempo, el guión de la película deja al espectador enfrentado a varias cosas implausibles. ¿Por qué aceptarían dos agentes del FBI interrogar a un sustituto en el curso de su investigación? Seguramente la policía no renunciaría a poder leer el lenguaje corporal de un sospechoso o arriesgarse a que el operador sencillamente se desconectara de su sustituto, tal y como hace James Cromwell en una escena.

Otro de los hilos sueltos es la situación de los cuerpos reales. Puesto que la gente se pasa la mayor parte de la vida tumbada en sus camillas de control cibernético, ¿no padecerían graves problemas físicos, como obesidad o atrofia? De hecho, el mayor problema que experimenta Bruce Willis cuando sale a la calle por primera vez en años, es un eccema a causa de la luz solar, algo de atrofia en los músculos de las piernas y un problema de sobrepeso que le habría impedido realizar cualquier escena de acción. Por el contrario, todos aquellos que vemos separados de sus sustitutos, aunque tienen un aspecto descuidado, no parecen aquejados de severas disfunciones.

La otra crítica que se le puede hacer a Los sustitutos es la actitud ludita que permea todo ese futuro. Como muchas otras películas, el guión cae en el cliché al trazar una línea entre lo artificial/virtual y lo auténticamente humano. Lo artificial ofrece muchos aspectos seductores asociados a la belleza física y la sensación instantánea, mientras que lo humano se interpreta como claramente lastrado por múltiples defectos pero, en el fondo, custodio de las auténticas emociones y sentimientos. Hay mucha gente que asume como cierta esa dicotomía, pero en mi opinión no describe adecuadamente la compleja relación que la especie humana mantiene con lo artificial.

Para explicarlo mejor, reemplacemos a los sustitutos de la película por algo más cercano a nosotros: internet y los avatares y relaciones virtuales que la gente utiliza a diario y de forma masiva. Pensemos ahora en el clímax del film (Atención: espóiler), cuando Bruce Willis decide que la gente ha quedado demasiado encadenada a sus cuerpos virtuales y destruye el sistema, obligando a todo el mundo a salir a la calle con sus verdaderos cuerpos y enfrentarse al mundo real. ¿Qué opinión tendríamos de él si, en vez de los sustitutos, interpretara que las relaciones virtuales y avatares no eran auténticas y que la solución estaba en acabar con Internet?. O, ¿por qué no?, decidiera que la gente ve demasiada televisión y destruyera toda la red de repetidores. No sólo nadie se lo agradecería, sino que lo despellejarían por haberse tomado la libertad de decidir algo que no le correspondía en lugar de dejar a los demás pensar por sí mismos y actuar en consecuencia.

Para la mayoría de la gente, utilizar internet o ver la televisión no es una obsesión compulsiva que absorba toda su vida, sino una herramienta de trabajo, una forma de entretenimiento y relajación, un medio de ganarse la vida o una forma de comunicarse. Seguramente, muchos internatutas, miembros de redes sociales y seguidores de franquicias audiovisuales preguntarían acertadamente quién tiene el derecho de decidir si la forma en que pasan su tiempo libre es enfermiza o no.

Bajo esa luz, la decisión final de Bruce Willis adopta un aspecto completamente diferente que, desde luego, no sólo no lo convierte en un héroe, sino que en la vida real sería puesto en la misma categoría anarco–terrorista que Timothy McVeigh u Osama Bin Laden (Fin del espóiler).

Además, ¿cuán creíble resulta tal escenario? Esto es, que aquellos que inventaron el sistema de los sustitutos obviaran la posibilidad de realizar algún tipo de copias de seguridad con las que reiniciar la conexión de todo el mundo tras un fallo, individual o masivo. Todos los sistemas tecnológicos son inherentemente caóticos en el sentido de que en un momento u otro y cada vez con mayor probabilidad acaban teniendo fallos, ya sea en la entrada de datos, la programación o en algo tan simple como un corte de energía o alguien pulsando la tecla equivocada. Cuanto más complejo sea el sistema y más trascendental sea su funcionamiento, más se esforzarían los ingenieros en dotarlo de sistemas de recuperación y auto-reparación y, por tanto, menos probabilidades habría de que el sistema se viera comprometido en su totalidad. A pesar de lo que se nos muestra al final del film, lo más verosímil es que el sistema hubiera quedado fuera de combate durante unas horas o incluso un día antes de que los usuarios individuales reiniciaran sus conexiones. La vida no habría cambiado un ápice para nadie.

Otra de las cuestiones que asoman por las costuras de la película es, por ejemplo, que pueda existir una sociedad como la que se describe. El guión parece asumir que se ha alcanzado una utopía, aunque solo sea en apariencia, en la que no existen los pobres. Los sustitutos son claramente un producto comercial por el que los consumidores deben pagar. Por tanto, debe existir forzosamente una parte de la sociedad que no pueda permitírselos, pero los únicos que vemos que no hacen uso de esa tecnología son retratados como reaccionarios cuya oposición a los sustitutos es más ideológica que otra cosa. En realidad, es más fácil imaginar un mundo como el nuestro, organizado en estratos económicos y en el que tenga lugar algo similar a lo que sucede con los coches hoy en día: aquellos que no pudieran permitirse los sustitutos, la mayoría de la gente que sí puede hacerlo, y una clase acomodada que podría disponer de cuerpos robóticos especialmente diseñados para ellos y fuera del alcance de la gente ordinaria.

La película hace también la dudosa afirmación de que gracias a la adopción generalizada de los sustitutos como tecnología, el mundo se ha convertido en un lugar pacífico del que el crimen y la guerra han sido erradicados (lo cual es contradictorio con un FBI bien pertrechado y unos militares en pleno desarrollo armamentístico). No consigo ver la relación entre cuerpos virtuales y la eliminación del crimen y la guerra. La guerra existe por diferencias ideológicas, disputas territoriales o intereses económicos; el crimen suele derivar de la pobreza y la codicia personal. Es difícil entender que es lo que sucedió en el futuro que retrata la película para que ambas lacras hayan sido eliminadas, excepto quizá la misma mano mágica que también hizo desaparecer a los pobres.

¿Significan todas estas críticas que Los sustitutos es una mala película de ciencia-ficción? En mi opinión, sin ser una obra magistral desde un punto de vista estrictamente cinematográfico, sí es interesante en su contenido de ciencia-ficción. Porque no se limita a ofrecer una trama detectivesca o una sucesión de escenas de acción frenética, sino que trata de ofrecer un mundo futuro verosímil en el que aparezcan dilemas éticos sobre los que se puede abrir un debate. Al fin y al cabo, los comentarios anteriores provienen de una reflexión sobre lo que sugiere ese mundo, sus aciertos y equivocaciones. Difícilmente pueden suscitar esas discusiones ético-tecnológicas filmes como Transformers, 2012 o Godzilla .

Jonathan Mostow es un director poco prolífico cuyo nombre había venido volando bajo el radar de los aficionados a la ciencia-ficción durante varios años. Sus primeros y olvidados trabajos incluyeron un capítulo de la serie televisiva Fright Show (1985) y el guión y dirección de la horrenda Ladrones de cuerpos de Beverly Hills (1989). Llamó la atención con el thriller Breakdown (1997) y llegó al éxito con U–571 (2000), lo que le llevó a la dirección de Terminator 3: La rebelión de las máquinas (2003), un film que le venía grande, que no gustó a nadie y que le quitó muchos enteros como realizador.

Además de salpicar la película con pequeños detalles que ayudan a perfilar el futuro que se nos está presentando, Mostow también acierta en las destacables secuencias de acción, como cuando Bruce Willis persigue al asesino por las Reservas Dread dando grandes saltos con uno de sus brazos robóticos amputados y que exhiben el poder físico de los sustitutos en contraste al verdadero cuerpo humano de Willis que veremos un poco más adelante; o la otra, con Willis en su auténtico y frágil cuerpo persiguiendo en coche al sustituto de Radha Mitchell mientras ella salta de auto en auto. Es de agradecer que el director no recurra a la molesta técnica de cámara en mano, con sus encuadres temblorosos, movimientos mareantes y montaje acelerado, que tanto se utilizó en los films de acción de entonces.

Uno de los principales problemas del film es la indefinición de los personajes. Tom Greer es el único al que se le presta atención merced al drama familiar que carga sus espalda y que cuyo origen se encuentra en un accidente de tráfico sucedido años atrás, en el que murió su hijo y su esposa sufrió heridas deformantes que la llevaron a refugiarse en su casa y utilizar exclusivamente un sustituto. Greer está insatisfecho con la sociedad en la que vive (tal y como demuestran algunos de los comentarios sarcásticos que arroja a otros personajes) e intenta reconectar emocional y físicamente con su mujer, pero ésta se niega a ello.

En cuanto a los demás personajes, sin embargo, no se ha realizando esfuerzo alguno en dotarles de cierto sustrato emocional, limitándose a servir de peones para que la trama avance. La agente Jennifer Peters, compañera de Greer en el FBI, carece de personalidad y no se nos cuenta nada de ella o su pasado, por lo que cuando la quitan de en medio a mitad de metraje no nos produce la menor congoja. El magnate manipulador Lionel Canter resulta estar movido sólo por un escasamente elaborado sentimiento de venganza, y el personaje del Profeta está completamente desaprovechado. Más gracia, aunque no más profundidad, tiene el muchacho que hace de genio informático del FBI y que, conocedor del peligro de lo que tiene entre manos, prefiere no utilizar sustituto. Su figura obesa y descuidada ofrece un divertido contraste a los higiénicos e impolutos cuerpos robóticos que pueblan toda la película.

Los encargados de efectos visuales dieron a los cuerpos sintéticos un aspecto muy característico y vagamente irreal, como si los actores de carne y hueso hubieran sido bañados con una capa de aerógrafo. Resulta muy chocante ver a Bruce Willis cuando aparece por primera vez, con un aspecto rejuvenecido como si hubiera retrocedido veinte años en el tiempo hasta Luz de luna (1985–89). Por eso nos produce una sensación aún más impactante el ver más tarde al auténtico Willis, que eligió interpretar el papel a sus 54 años de edad. Eso sí, mientras que sus más jóvenes compañeras de rodaje Radha Mitchell y Rosamund Pike se sometieron a un maquillaje que las hacía envejecer de una forma bien poco glamourosa, cuando Willis entra en acción con su «verdadero» aspecto no puede evitar que lo caractericen como un auténtico héroe de acción en lugar de un hombre de edad madura y escasa forma física.

Los sustitutos fue un fracaso en taquilla. De sus 80 millones de presupuesto aún no ha conseguido recuperar ni la mitad. Creo que son cifras injustas. Estamos ante una película de cine negro con ambientación futurista cuyas propuestas, es cierto, son más ambiciosas que sólido su resultado final. También es cierto que tiende a encarrilarse en fórmulas muy trilladas, que antepone el ritmo al contenido y que Bruce Willis no puede evitar acabar ejerciendo de implausible héroe de acción, pero tampoco se puede decir que el film aburra, pudiéndose disfrutar bien como una competente película de suspense y acción, bien como punto de partida para interesantes reflexiones sobre los peligros que conlleva el uso y abuso de la tecnología que nos rodea.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".