A mediados de los setenta, Europa era un rompecabezas, y de algún modo, esto queda reflejado en la filosofía de Kraftwerk y en su objetivo de vivir en un Europa sin fin (Europe-endless). Se trata de algo que me comentó uno de los fundadores del grupo, Ralf Hütter, cuando le entrevisté en 1991. «Ahora que el muro ha caído ‒decía Hütter por aquel entonces‒, vamos a poder ir a Berlín, a Leipzig, a Praga… Esta es la visión que nos gustaría de Europa. Que se pudiera establecer un importante flujo de comunicaciones y de culturas con la electrónica como referencia».
He aquí una de las ideas que motivaban especialmente a Kraftwerk en aquel año 91: poder actuar al otro lado del antiguo telón de acero.
Con Autobahn (1974) y Radio-Activity (1975), Kraftwerk ya había demostrado que las máquinas bien podían ser la fuerza creativa tras de una pieza musical. En ese sentido, los miembros del cuarteto alemán desarrollaron propuestas tanto gráficas como sonoras. Esto último responde al hecho de que prácticamente todos sus discos tuvieran un concepto clave entorno al cual giraba la música del grupo.
Así, tras inspirarse en las autopistas y en la radiactividad ‒entendida en sentido nuclear o en sentido radiofónico‒, su sexto álbum, Trans-Europe Express, grabado en 1976 en Düsseldorf y editado en marzo de 1977, nos incitaba a imaginar esa Europa sin fin, totalmente diáfana.
El disco alterna elegancia y decadencia, modernidad y nostalgia. Esta propuesta ambivalente se expresa a través de una suerte de voyeurismo ferroviario, a bordo de trenes que recorren una Europa histórica, con raíces y cultura.
La melodía y la composición, influidas por la música de la República de Weimar y por las vanguardias de posguerra, cobran gran fuerza en este álbum, impulsado en las listas de éxitos por dos sencillos, «Trans-Europe Express» y «Showroom Dummies».
«Estados Unidos de América, 1975 ‒escribe Marco Bercella en Onda Rock‒. Una banda electrónica de vanguardia alemana entra en el top diez de los álbumes más vendidos. El álbum se titula Autobahn y marca el comienzo de un punto de inflexión trascendental en la música pop. Hasta entonces, la música electrónica pura era, en gran parte, sinónimo de experimentación, debida a pioneros de esa búsqueda como Edgar Varèse, John Cage o Karlheinz Stockhausen. La exploración pionera de la electrónica adquirió una nueva dimensión en el rock gracias al aporte de los estadounidenses Silver Apples y Wendy Carlos en los años 60, y alcanzó luego a movimientos alemanes como la kosmische musik y el krautrock en los albores de los 70. Todo ello sin olvidar las digresiones hechas, por ejemplo, por Pink Floyd en el contexto de la psicodelia británica. En cualquier caso, antes de Autobahn, un grueso muro aún separaba la música pop-rock de un género que parecía destinado a ser relegado a la categoría de ‘música para unos pocos elegidos’. En este sentido, podemos decir que Trans-Europe Express es el resultado y la culminación de un proyecto constructivista que Kraftwerk venía planificando lúcidamente desde hace algún tiempo y que aquí llevó a su máxima plenitud: la creación de un nuevo lenguaje de la música popular. Una audaz y perfecta mezcla de códigos experimentales y tradición pop, heredera de las vanguardias artísticas del siglo XX: el futurismo en primer lugar».
«La música hecha con máquinas ‒escribe John Seabrook‒ ha formado parte del mundo del pop desde mediados de los setenta, cuando Kraftwerk sacó Autobahn en 1974, con un tema del mismo título que duraba veinte minutos creado con percusión electrónica, un Minimoog, un órgano Farfisa y un sintetizador ARP Odyssey. Los precursores de Kraftwerk en la música electrónica no eran en absoluto músicos, sino artistas visuales alemanes de vanguardia, como Conrad Schnitzler [miembro de Tangerine Dream y Cluster] a los que les interesaban los ‘sonidos ruido’: excavadoras, martillos mecánicos, trenes, cantos de pájaros. Estaban lo más lejos posible del mundo del pop. (Schnitzler comentó en la película Kraftwerk and the Electronic Revolution: ‘Nunca me gustaron las melodías, porque una melodía es como un gusano en el cerebro. La escuchas y te suena en la cabeza todo el día’.) El trabajo de Schnitzler inspiró a Karlheinz Stockhausen, el compositor alemán, para crear composiciones electrónicas, como su Prozession (1967), que debía interpretarse en vivo. Kraftwerk llevó los métodos de Stockhausen al territorio del pop, añadiendo disfraces y efectos escénicos novedosos. Crearon temas electrónicos con melodías simples y repetitivas, a base de acordes mayores, y algunos se convirtieron en grandes éxitos. El primero fue Autobahn y luego, Trans-Europe Express (1977). En vivo, la banda presentaba sus canciones como un manifiesto por la música del futuro, y en verdad parecían revolucionarios. (…) Pero cuando Kraftwerk se adentró con su sonido en territorio pop con ‘The Model’ (1978), el gran éxito del álbum Man Machine, el grueso de sus fans los abandonó, tachándolos de comerciales» (La fábrica de canciones. Cómo se hacen los hits. Traducción de Irene Riaño de Hoz. Reservoir Books. 2016).
El viaje de Trans-Europe Express ‒añade Bercella‒ «comienza en el corazón de esa Europa Central mortificada por la Segunda Guerra Mundial. La introducción del álbum, ‘Europe Endless’, reivindica la centralidad de la tradición centroeuropea engullida por los modelos culturales anglosajones: la Europa eterna, la vieja Europa intemporal, cuya civilización ardió inesperadamente en manos de dictadores dementes. Justamente aquello que se convertirá en un cliché de los próximos años, gracias también al Bowie berlinés, tiene en esta canción su manifiesto programático. (…) En este contexto, la estructura in crescendo y el aséptico compás de cuatro tiempos propician que la letra adquiera un valor que va más allá del sentido mismo de las palabras: lugares genéricos que, por arte de magia, encuentran su espacio en la mística occidental emanada de las antiguas avenidas de Europa, en su elegancia y en el oscuro encanto de su decadencia. Una alquimia de evocaciones sin precedentes y que, como veremos, no representa un episodio aislado dentro de la obra. (…) El tema recurrente es, precisamente, el de los viajes y los desplazamientos, primero a través de la evocadora exploración temporal de matrices culturales comunes (‘Europe Endless’), luego en el sondeo espiritual de las profundidades del Ego (‘Hall Of Mirrors’), y después en la materialidad despersonalizadora de la ciudad industrial: ‘Showroom Dummies’. Esos maniquíes que cobran vida y observan con desapego el esqueleto de la ciudad, bailando sobre su propia alienación, mientras la apariencia toma el lugar del sentimiento, al final de un proceso que marca el nacimiento del hombre-máquina. (…) Esta es la pieza definitiva del techno-pop, cuyas variaciones han supuesto la fortuna de Ultravox, Gary Numan, OMD y Depeche Mode«.
Este artículo amplía una transcripción de mi programa radiofónico «Orient Express», emitido por Radio Círculo © Gernot Dudda. Reservados todos los derechos.