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¿Tienen destino los héroes?

Con el filme de Cary Fukunaga Sin tiempo para morir parece concluida la saga de James Bond que algunos venimos siguiendo desde la década de 1960. Fue un contrapeso a un momento histórico revolucionario marcado por Cuba, Argelia, Vietnam, como frentes de batalla, y la China maoísta en tanto modelo de construcción del “socialismo real”. El Agente 007 era, por el contrario, el ejemplo de la caballerosidad británica de un imperio desaparecido. Era varón, blanco, anglosajón, elegante, hedónico, erudito en objetos de lujo, mujeriego y dotado de los más sofisticados artificios de ataque y defensa: el matiz norteamericano. Solía pactar con aliados lejanos, como los turcos, pero también defender la vida social contra el nihilismo del doctor No, por lo cual, oh sorpresa, un día le dieron el Premio Lenin. Finalmente, los comunistas también aman la vida.

Bond se desempeñó con los atributos del héroe épico antiguo pasado por el clasicismo, desde el babilonio Gilgamés hasta los caballeros andantes medievales. Era invulnerable, confiaba en la ayuda de una invisible e infalible providencia, conocía todas las astucias de la defensa personal, guardaba siempre una fe inconmovible en su superioridad y, por ello, convertía el peligro en un juego con mucho de omnipotencia infantil y narcisismo adolescente.

Es esta radical certidumbre el mayor de sus encantos. Los espectadores sabíamos de antemano que no le pasaría nada y nos situábamos confortablemente para contemplar sus mágicas soluciones. Sus enemigos no acertarían con sus disparos, ningún salto sería mortal, su entierro en un ataúd era ficticio y todos lo veríamos resucitar. A lo largo de la historia, sus certezas se volvían las nuestras, una suerte de medicina contra los peligros de la existencia como desafío y prueba a superar. En esto, el 007 disentía completamente del héroe problemático de la novela moderna. Éste es incierto, lo abruma el fracaso, lo deteriora el tiempo, tiene –al contrario del título citado– tiempo para morir. Busca al semejante, la pareja, la continuidad filial de la vida en común. El amor lo envanece y lo tortura. No es un olímpico luchador solitario y sí, en cambio, alguien capaz de enfermarse y envejecer.

Por todo esto, Bond fue sucesivamente sustituido por actores más jóvenes que el inicial Sean Connery. Se debía mantener siempre lozano, saludable y ágil. Tarzán no puede ser reumático, Superman no puede ser malévolo, Amadís es conservado en una caja mágica de la cual puede volver a la vida cuando sea necesario, llamado por Esplandián. Pero Bond corría un riesgo: volverse repetitivo y caer en lo inverosímil. Fue cuando se lo dotó de una infancia en plan psicoanalítico, de una madurez cercana a la jubilación y, lo más acuciante: de un enamoramiento con rumbo a la pareja, la casa propia, las pantuflas y los chicos jugando al parchís y a la PlayStation. En fin: el tiempo quevedesco que no vuelve ni tropieza, y la muerte.

El Agente 007 se tornará políticamente correcto. Será mujer, negra, seguramente feminista y una larga enumeración de cualidades que resultarían impropias en el caballero andante de la tecnología anglosajona. De algo seguiremos seguros: en cuanto aparezca nos prometerá la indemnidad del The End.

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Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")