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El diabolus ex machina

El deus ex machina es la intervención inesperada de algo o alguien que no tiene nada que ver con lo que se está contando, que aparece de improviso como un conejo de la chistera del mago, para solucionarle la vida a los personajes o al guionista o narrador.

Lo que hace el diabolus ex machina es, por supuesto, lo contrario: cuando ya todo parece solucionado, cuando estamos ya casi en el final feliz y el mal ha sido vencido, entonces una circunstancia inesperada, imprevisible y fortuita viene a estropearlo todo.

El primer ejemplo de diabolus ex machina se encuentra en la primera obra literaria de la humanidad, La epopeya de Gilgamesh, un relato conservado en muchos idiomas, entre otros el sumerio, el acadio y el arameo.

La epopeya cuenta el fracaso del rey de Uruk, Gilgamesh en su búsqueda de la inmortalidad. Ya casi en el desenlace de la historia, cuando Gilgamesh se dispone a regresar frustrado a Uruk, el barquero Utanapishti, un extraño personaje que recuerda a Noé (más bien habría que decirlo a la inversa, pues es aceptado que el mito del bíblico imita al de Utanapishti), le dice:

Gilgamesh, tu viniste hasta aquí
con gran dolor y fatiga:
¿Qué te voy a dar cuando regreses a tu país?
Voy a revelarte
un misterio
A comunicarte
un secreto de los dioses

Se trata de una planta
con la raíz semejante a la del Falso-Jazmín,
Y cuyas espinas son como las de la zarza
listas para pincharte las manos.
Si consigues hacerte con ella,
habrás encontrado la vida prolongada.

No es lo mismo que la eternidad que acaba de perder, pero al menos Gilgamesh sí podrá prolongar su vida y recuperar la vitalidad de la juventud. Y quizá, ¿quién sabe?, intentar de nuevo alcanzar aquella inmortalidad perdida. Gilgamesh no lo duda un instante y se sumerge hasta el fondo del mar:

Donde encontró la planta.
Se apoderó de ella pese a los pinchazos

Entonces, el héroe, feliz y satisfecho tras todas las penurias que ha sufrido, le dice a su barquero UrShanabi:

UrShanabi, ésta es la planta
Contra el miedo a la muerte:
Con ella,
se puede recobrar la vitalidad.
Voy a llevarla a Uruk, de los cercados,
donde para probar su eficacia
haré que la tome un viejo:
Porque su nombre es:
“El viejo rejuvenece”
Luego la tomaré yo mismo,
para recuperar mi juventud.

El regreso a Uruk es ahora feliz, gracias a este inesperado regalo de Utanapishti, que podríamos considerar un deus ex machina, pues se trata de un personaje que hasta entonces no había aparecido en la obra. Sin embargo, después de recorrer trescientos kilómetros, Gilgamesh y UrShanabi acampan:

Al ver Gilgamesh
un pozo de agua fresca,
Entró en él
para bañarse
Pero al olor de la planta
una serpiente
salió furtivamente de su madriguera
y se la llevó
De regreso
se quitó una piel.

La serpiente que roba a Gilgamesh la planta de la juventud, cuando ya todo parecía conducir al feliz desenlace, es el primer diabolus ex machina literario conocido. El desenlace feliz se ha convertido en trágico de manera imprevista:

Gilgamesh, entonces se sentó
y lloró
Y las lágrimas resbalaban por sus mejillas.
Tomó la mano de UrShanabi el Barquero
y le dijo:
“¿Para quién se agotaron mis brazos?
¿Para quién la sangre de mi corazón
se ha derramado?

La siembra de Gilgamesh

Este tal vez sea el primer ejemplo conocido de diabolus ex machina: cuando una serpiente roba a Gilgamesh la planta de la juventud .

Tal vez haya un poco injusto, porque una lectura atenta de la obra en sus diferentes versiones en acadio, asirio y otras lenguas semitas, o en hitita, hurrita y otras lenguas indoeuropeas, nos revela que diversos autores intentaron evitar el diabolus ex machina de la epopeya mesopotámica.

Como tal vez hayas adivinado, lector, la manera de evitar un diabolus ex machina es la misma que se emplea para evitar un deus ex machina: escribir hacia atrás (la paradoja número 21 de mi libro Las paradojas del guionista). Es decir, “sembrar”, situar a lo largo del relato ciertos detalles, escenas y situaciones que preparen al espectador para aceptar lo que va a suceder.

En el caso de la Epopeya de Gilgamesh, ese desenlace en el que Gilgamesh pierde la flor de la juventud al bañarse en un pozo no es tan casual como parece, pues la afición de Gilgamesh por hacer pozos es una constante a lo largo del relato. Así, en la Tablilla de Sippar, datada hacia el -1700 y que al parecer era un ejercicio escolar, se cuenta cómo Gilgamesh emprende su viaje en busca de la inmortalidad, a pesar de que el dios solar Samash le dice que no podrá lograrlo (esto ya es sembrar el desenlace) y se menciona su afición a cavar pozos:

Cavó pozos Gilgamesh / que antes no había; /  bebía las aguas, / seguía los vientos.  / Samash se inquietó; se inclina hacia él / y le dice a Gilgamesh: / “Gilgamesh, ¿a dónde vas dando vueltas? / ¡La vida que buscas no la encontrarás!”

También en la aventura que emprenden Gilgamesh y Enkidu para enfrentarse al monstruoso Hunwawa en el bosque de los cedros, una y otra vez Gilgamesh cava pozos de agua fría, se supone que para tener agua para el viaje:

De cara a Samash / cavaron un pozo / echaron agua fría en los odres (tablilla IV:5)

Por eso, después de prepararnos varias veces a lo largo de la epopeya a esta afición o necesidad de Gilgamesh a encontrar o a cavar pozos, cuando llega el fatal desenlace en el que una serpiente se lleva la flor de la juventud, el propio Gilgamesh expresa claramente que su error ha sido bañarse en un pozo:

«¡Cuando abrí el pozo / dejé tirados mis pertrechos!» / La fatalidad se ceba entonces con Gilgamesh, dándole un golpe tras otro: “¿Qué puedo reconocer que me sirva de señal?”

Se refiere aquí el héroe a que la marea ha subido “veinte leguas dobles” y ya no es posible saber dónde dejó la flor y dónde la serpiente la robó.

Es muy probable que la necesidad, costumbre o manía de excavar pozos, tenga algún sentido mitológico, quizá relacionado con el dios solar Samash, o quizá porque la culebra que habita en las pozas de agua fría represente a una deidad enemiga. Marcos Méndez recordaba en un comentario reciente que también en el Jardín del Edén de Adán y Eva una serpiente es la causante de que los seres humanos pierdan la inmortalidad. Sé también que un estudioso que se apellida Civil ha estudiado el asunto de los pozos de agua a fondo, pero no he podido consultar su investigación.

Imagen superior: Enkidu, «Epic of Gilgamesh» © Rebecca Yanovskaya, Easton Press.

Copyright del artículo © Daniel Tubau. Reservados todos los derechos

Daniel Tubau

Daniel Tubau inició su carrera como escritor con el cuento de terror «Los últimos de Yiddi». Le siguieron otros cuentos de terror y libro-juegos hipertextuales, como 'La espada mágica', antes de convertirse en guionista y director, trabajando en decenas de programas y series. Tras estudiar Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid, regresó a la literatura y el ensayo con libros como 'Elogio de la infidelidad' o la antología imaginaria de ciencia ficción 'Recuerdos de la era analógica'. También es autor de 'La verdadera historia de las sociedades secretas', el ensayo acerca de la identidad 'Nada es lo que es', y 'No tan elemental: como ser Sherlock Holmes'.
Sus últimos libros son 'El arte del engaño', sobre la estrategia china; 'Maldita Helena', dedicado a la mujer que lanzo mil barcos contra Troya; 'Cómo triunfar en cualquier discusión', un diccionario para polemistas selectos. Además, ha publicado cuatro libros acerca de narrativa audiovisual y creatividad: 'Las paradojas del guionista', 'El guión del siglo 21', 'El espectador es el protagonista' y 'La musa en el laboratorio'.
Su último libro es 'Sabios ignorantes y felices, lo que los antiguos escépticos nos enseñan', dedicado a una de las tendencias filosóficas más influyentes a lo largo de la historia, pero casi siempre ignorada o silenciada. A este libro ha dedicado una página que se ha convertido en referencia indispensable acerca del escepticismo: 'Sabios ignorantes y felices'.
En la actualidad sigue escribiendo libros y guiones, además de dar cursos de guión, literatura y creatividad en España y América.