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La vida secreta de las palabras: «Mamut»

El mayor aliciente del mamut, dejando aparte lo cercano de su pérdida como especie viva, radica en un error. En los libros ilustrados, los dibujantes suelen representarlo como un gigantesco elefante pelirrojo, dotado de colmillos descomunales.

La realidad es que esa tonalidad rojiza se debía a una reacción química posterior a la muerte. Los verdaderos mamuts que, congregados en manadas, recorrían las estepas heladas de la prehistoria, poseían un tupido pelaje de color negro. Claro que esta corrección, siendo de interés para los paleontólogos, afecta bien poco al nombre de esta bestia tan majestuosa.

Empecemos por aclarar que la familia de los mamuts emplea diversos apelativos para distinguir cada una de sus especies. Según estos criterios de linaje, existieron el mamut meridional (Mammuthus meridionalis), el mamut de la estepa (Mammuthus trogontherii), el mamut americano (Mammuthus columbi) y el mamut lanudo (Mammuthus primigenius), extinguido, por cierto, hace tan sólo diez mil años.

El escritor, diplomático e ingeniero holandés Nicolás Witsen (1640-?), autor del manual Construcción antigua y moderna de los buques, editó en 1692 su encantadora Descripción de la Tartaria, donde aparecía por vez primera en Europa occidental la palabra mamut. Witsen la empleaba como sustantivo singular, refiriéndose a las osamentas de dicho animal, llamadas por los siberianos mamontekost. 

Otro viajero, el naturalista prusiano Pedro Simón Pallas (1741-1811), tuvo la ocasión de estudiar el caso en obras como Ellenchus zoophytorum y Miscelánea zoológica. A su modo de ver, el nombre del elefante de los hielos era una palabra compuesta que alternaba dos partículas: una proveniente del tártaro (mama, ‘la tierra’) y la otra de raíz estona (mut, ‘el topo’).

Este juego metafórico es fácilmente explicable. Mario Giannitrapani, en su artículo «Mammontakovast» (Archeologia, año X, núm. 10, octubre de 2001) recuerda que varios pueblos siberianos consideraban al mamut una criatura subterránea, y dice también que para los yakutos era un espíritu lacustre, alejado siempre de los rayos del sol. Algo de verdad hay en todo ello, pues los restos de esta criatura, a veces en un magnífico estado de conservación, aparecían enterrados en la tundra, bajo la protección de capas de hielo, arcilla y limo.

El historiador ruso Basili Nikitilsch Tatischef (1686-1750), responsable de diversas misiones en Siberia, le añadió fantasía al asunto. En su opinión, los mamuts no eran otra cosa que cadáveres de elefantes, llevados hasta las regiones frías por los flujos del diluvio universal.

Con un sentido más práctico, diversos militares y expedicionarios enviaron carcasas y colmillos a los principales paleontólogos de la época. En 1799 se reconstruyó el primer esqueleto completo. Por fin los mitos quedaron atrás cuando se identificó en los libros de historia natural a este gigante del Pleistoceno superior. Ya en el siglo XIX, a partir de la lectura francesa (mammouth), popularizaron los naturalistas españoles la voz mamut, que se incorporó luego a los diccionarios.

Rastreando el establecimiento del neologismo, leemos la definición que figura en el Diccionario enciclopédico de la lengua castellana, de Elías Zerolo (París: Garnier Hermanos, 1895):

«Mamut. m. Elefante fósil a que los habitantes de la Siberia dan aquel nombre y al cual los naturalistas llaman Elephas primigenius. Hay en las costas de Siberia islas en que abundan colmillos y huesos petrificados de ese animal y se han encontrado mamuts en perfecto estado de conservación por haber estado cubiertos por los hielos durante un espacio de tiempo imposible de determinar. No solamente se encuentran en la Siberia restos del mamut; sino que se han hallado también en Europa y hasta en América, donde se confunden con los huesos de los mastodontes».

No hay duda de que Zerolo fue oportuno y científicamente preciso al distinguir, en fecha tan temprana, al mamut de un familiar de similar estampa: el mastodonte (Mammut americanum). Curiosamente, quizá por un deslizamiento taxonómico, resulta que la familia del mastodonte es la de los mamútidos, mientras que los mamuts genuinos conviven en la familia de los elefántidos, a la cual pertenecen asimismo los elefantes modernos. Con todo, aun no tratándose de especies superponibles, la confusión hizo mella en Miguel de Toro y Gómez, cuyo Nuevo diccionario enciclopédico ilustrado de la lengua castellana (París: Madrid, Librería Armand Colin, Hernando y Cía., 1901) considera mamut mastodonte palabras sinónimas.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí, con el seudónimo «Arturo Montenegro», en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.