A lo mejor los antecedentes nunca indican gran cosa. It’s A Bird… It’s A Plane… It’s Superman, el musical que en 1966 dedicaron al Hombre de Acero Charles Strouse y Lee Adams, tuvo que abandonar Broadway tras 129 representaciones. ¿Merecía la misma suerte Spider-Man: Turn Off the Dark?
Cuando se presentó el proyecto, sus responsables musicales, Bono y The Edge, aspiraban a figuran entre esos autores que han convertido Broadway en el patio de butacas más rentable del mundo. Sin embargo, su carisma musical bastó para convertir Spider-Man: Turn Off the Dark en un espectáculo grandilocuente, lleno de energía creadora y modernidad.
Los responsables del libreto, Julie Taymor, Roberto Aguirre-Sacasa y Glen Berger, repasaron los cómics y las películas de Spiderman para hilvanar el relato de la iniciación del superhéroe. Un relato que comienza por su etapa como retraído estudiante y culmina con su cruzada urbana contra villanos como el Duende Verde o Aracne.
Sin embargo, al menos bajo la lupa de la prensa, la gracia de Spider-Man: Turn Off the Dark no solo residió en los talentos que respaldaron este desafío escénico, sino en las mareantes cifras que costó ponerlo en marcha.
La sofisticación de sus efectos especiales, dotados de una calidad desconocida en el mundo teatral, hicieron las delicias de quienes, en su fuero interno, esperan que las grandes empresas se derrumben estrepitosamente (James Cameron conoce bien este oscuro fenómeno).
Como es lógico, durante los ensayos y las sesiones de prueba, los fallos técnicos fueron constantes, y eso ha multiplicó los comentarios negativos en la red. Desde la primera preview, celebrada el 28 de noviembre de 2010 en el Foxwoods Theatre, los agoreros interpretaron cada error –ya saben: cables y arneses que fallan, actores que sufren accidentes… – como un síntoma de fracaso.
Sin embargo, los críticos veteranos saben que ningún espectáculo –y todavía menos uno de esta envergadura– puede juzgarse acudiendo a los ensayos con público. Solo después del estreno, el 7 de enero de 2011, Spider-Man se convirtió en materia opinable. Y en este caso, los elogios dirigidos a la puesta en escena, a los decorados de George Tsypin o al reparto fueron tan sonoros como el rechazo al punto débil de su obra: el libreto.
Hay demasiados musicales pretenciosos, pero lo que convirtió Spider-Man: Turn Off the Dark en irrepetible fue su diseño de producción. Para empezar, era en esa fecha el montaje más caro de toda la historia de Broadway, y entre sus alardes escenográficos, figuraron escenas del Trepamuros y sus archienemigos oscilando peligrosamente por el cielo del teatro, como si el vuelo y la ingravidez fueran cosa fácil. La función tenía 27 secuencias aéreas, meticulosamente trucadas con cables y poleas.
En palabras de The Edge, este comic-book transformado en teatro contenía elementos del rock and roll, del circo y de la ópera. Acaso la definición suene demasiado amplia, pero eso es lo que caracterizó a este musical, una pieza posmoderna en todos los sentidos.
En su estreno en Broadway, Peter Parker (Spider-Man) fue encarnado por Reeve Carney y Matthew James Thomas, que compartieron sesiones por la agotadora rutina física que implicó su interpretación, y también por los inevitables accidentes que se sucedieron desde el primer momento.
El papel de Mary Jane Watson corrió a cargo de Jennifer Damiano, Norman Osborn (el Duende Verde) fue Patrick Page y J. Jonah Jameson fue interpretado por Michael Mulheren.
El resto del elenco asumió figuras bien conocidas por los seguidores del hombre araña: el Tío Ben (Ken Marks), la Tía May (Isabel Keating), Enjambre (Gerald Avery), Electro (Emmanuel Brown), Lagarto (Brandon Rubendall) e incluso Kraven, el Cazador (Christopher W. Tierney).
Al parecer, la idea del musical se debió a una competencia amistosa que Bono emprendió con Andrew Lloyd Webber. Aunque el proyecto data de 2007, los constantes retrasos –ay– dilataron el tiempo de espera tres años más.
La coreografía (terrestre y aérea) corrió a cargo de Daniel Ezralow, y el vestuario se debió a la japonesa Eiko Ishioka, una de las mejores diseñadoras del mundo.
¿Y quién garantizó que el presupuesto de 65 millones de dólares estuviera bien invertido? Bueno, esa misión corrió a cargo de la directora de la función, Julie Taymor, ganadora del Tony por El Rey León y responsable de funciones míticas en Broadway. De hecho, en su repertorio figuran clásicos de Shakespeare y óperas como La flauta mágica, El holandés errante y Salomé.
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