Sofonisba Anguissola (Cremona, hacia 1535 – Palermo, 1625) entró en mi vida hace casi treinta años. Entonces yo era escandalosamente joven, acababa de licenciarme en una disciplina que no me gustaba nada (Farmacia) y tenía toda la vida por delante. Así que decidí hacer lo que realmente me apetecía. Decidí dedicarme a la Historia, mi única y verdadera pasión.
Empecé una tesis doctoral. Me asignaron los Austrias. Me llevaron al Archivo General del Palacio Real de Madrid y me sentaron delante de un legajo: el 429 de la Sección Administrativa. El primero de los muchos cientos (me atrevería a decir que miles) de legajos que han pasado por mis manos. Ese legajo conservaba documentación relativa a la Real Botica. Fue así que entré en la vida privada de los Austrias. Fue así que empecé a saber de sus dolencias y de los remedios que les preparaban los boticarios, destiladores y espagíricos reales. Comencé con Carlos II pero pronto me decanté por Felipe II. De la mano de Felipe II empezaron a llegar sus mujeres: su madre, sus hermanas, sus tías, sus esposas, sus hijas… y comencé a descubrir un universo fascinante, aunque tardé años en escribirlo.
Cuando Felipe II decide establecer alianzas con la sempiterna enemiga francesa, elige la vía marital: se casa con Isabel de Valois, hija de la todopoderosa Catalina de Médici. El matrimonio por poderes tiene lugar en París, el 22 de junio de 1559. Felipe II será representado por uno de sus hombres fuertes, Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, el Gran Duque de Alba. Fernando venía de Italia. Había conocido las habilidades de una joven pintora de Cremona, llamada Sofonisba. Sabía de las aficiones artísticas de la futura reina de España. Sabía que su rey y señor sólo quería agradar a aquella muchacha que apenas era una niña. Y solicitó permiso al padre de Sofonisba, Amilcare Anguissola, para llevarse a su hija artista… y así empieza esta historia.
Amilcare pertenecía a la baja nobleza genovesa. Tuvo cinco hijas y un hijo: Sofonisba, Elena, Lucía, Europa, Minerva, Ana María y Asdrubale. A todas dio formación artística, como correspondía a las jóvenes de aquella época, llamadas a concertar matrimonios ventajosos con jóvenes nobles que buscaban no sólo madres para sus hijos sino también perfectas anfitrionas para sus casas. Las hermanas Anguissola destacaron con los pinceles, si bien ninguna alcanzó la relevancia y protagonismo de la primogénita, Sofonisba.
La Italia renacentista es pródiga en mujeres artistas: pintoras, músicas, escritoras. Pero también lo es en mujeres «científicas», permítaseme el anacronismo, como las monjas boticarias venecianas que componían remedios para toda la ciudad y buena parte de los alrededores. O experimentadoras, como la misteriosa Isabella Cortese, autora de uno de los libros de secretos más famosos de todos los tiempos. O perfumistas, como Isabella d’Este, que seleccionaba personalmente las especias y perfumes que traían mercaderes y navegantes de lejanas tierras orientales, materias primas con las que elaboraba sus propias esencias. O alquimistas reputadas, como Caterina Sforza, la Vampiresa della Romagna, que tenía su propio laboratorio donde preparaba toda suerte de elixires.
Esa es la Italia femenina de viragos poderosas en la que creció y vivió Sofonisba. Ese es el ambiente conocido y vivido por Catalina de Médici, la madre de Isabel de Valois, la joven que había de compartir confidencias con nuestra genia Sofonisba…
Sofonisba, Elena y Lucía son las tres hermanas mayores de las Anguissola. Nacidas con un año de diferencia entre ellas, todas recibieron enseñanzas artísticas. Se trata del primer caso de jóvenes muchachas enviadas por su padre a residir en el taller de un pintor, Bernardino Campi. La familia Anguissola es la primera italiana en dar tres hijas mujeres pintoras. Nada más y nada menos.
Elena tomó los hábitos. Se hizo dominica en el convento de San Vincenzo de Mantua, con el nombre de sor Minerva. Todo parece indicar que es la monja retratada por Sofonisba en 1553. La propia Elena, ya sor Minerva, puede ser la autora y protagonista de un Ritratto di domenicana come Santa Caterina da Siena, conservado en la Galleria Borghese de Roma.
De Lucía apenas se tienen noticias. En el Museo del Prado se conserva una pintura suya, no expuesta, en la que se retrata al médico cremonés Pietro Manna. Pintura que aparece firmada y en la que se muestran, evidentes, los símbolos del médico: sus costosos ropajes, propios de médicos y letrados, y la vara de Esculapio sobre la que se apoya, emblema de la medicina. Cuadro presente en las colecciones reales españolas desde muy temprano, lo que parece indicar la intención de Amilcare de encontrar acomodo, una vez más, para su tercera hija en la corte del todopoderoso Felipe II.
Imagen superior: Niña sonriente enseña a leer a una anciana (Galeria degli Uffizi, Firenze).
Amilcare Anguissola pronto sabe que su hija primogénita no es una joven más que se instruye en pintura. Y decide enviarla al taller de Bernardino Campi, pintor local de cierta fama, que acepta perfeccionar la técnica de Sofonisba. La muchacha tiene catorce años. Su presencia en el taller marca un precedente: otras muchachas serán aceptadas como estudiantes de arte. Hablamos de la primera mitad del siglo XVI: las mujeres tienen prohibido el acceso a la universidad, no pueden ejercitarse en otro tipo de artes, no pueden regentar boticas ni comandar talleres de impresión. No pueden legalmente.
Pero Amilcare está empeñado en la formación artística de su hija. Y no duda en escribir al mismísimo Miguel Ángel, Il Divino. 7 de mayo de 1557: “Excellentissimo et Magnifico mio Maggiore Honorandissimo”. Así comienza aquella primera carta en la que Amilcare cuenta al genio las virtudes de su hija y le pide que la acepte como discípula. Qué le enseñe su arte.
Sofonisba le envía un dibujo de una de sus hermanas, sonriendo, mientras enseña a leer a una anciana, probablemente su aya. Bien, dice Miguel Ángel. Notable dibujo. Pero me gustaría ver cómo dibuja a un niño llorando. Nace así un retrato legendario, fuente de inspiración para otros artistas posteriores de reconocido prestigio, entre ellos, Caravaggio. Y lo titula “Niño mordido por un cangrejo”: Asdrubale, un pequeño de apenas dos años, será el modelo elegido, ante la sorprendida mirada de otra de sus hermanas.
Años después, Tommaso Cavalieri, discípulo predilecto de Il Divino, envía este dibujo al duque Cosimo de Medici, acompañado de una carta en la que, entre otras cosas, se dice: “Teniendo yo un dibujo de mano de una noble cremonesa llamada Sofonisba Angosciosa (sic), hoy dama de la reina de España, se lo envío y creo que podrá estar a la altura de muchos, porque no es solamente bello sino que es además una invención”
Una invención. Según los cánones de la época, las mujeres podían ser excelentes copistas pero nunca podían crear. Su naturaleza femenina lo impedía. Qué paradoja: el poder de la creación siempre ha residido en el cuerpo femenino y, sin embargo, durante siglos, los eruditos y filósofos han insistido en negar la posibilidad de creación artística femenina. De ahí que mujeres como Sofonisba fueran consideradas como “monstruos” de la naturaleza, anomalías tan extraordinarias como un niño con dos cabezas.
Miguel Ángel reconoce, al instante, el talento de aquella joven cremonesa. Y acepta ser su maestro informal. A los veintidós años Sofonisba viaja a Roma y conoce personalmente al genio quien, durante dos años, le deja bosquejos de su propio cuaderno de notas para que Sofonisba los pinte según su estilo personal. Ha nacido, así, la primera mujer que se dedicará profesionalmente a la pintura. Su trayectoria, a partir de entonces, será imparable…
Y llega el gran día. 2 de febrero de 1560. Guadalajara. En el espléndido palacio renacentista de los todopoderosos duques del Infantado se celebran los esponsales entre Felipe II e Isabel de Valois. El duque ha ido hasta la frontera francesa a recoger a la novia, con una imponente comitiva de gentileshombres entre los que figuran no pocos Mendozas de su linaje. Mientras, las mujeres de la familia se encargan de los preparativos para una boda real a la que asistirán las principales casas nobiliarias de todos los reinos que conforman la Monarquía Hispánica.
Pocos días antes, en enero de 1560, había llegado a la capital castellana nuestra avezada pintora. Sofonisba entrará a formar parte del selecto círculo de damas de la reina, 20 castellanas y 18 francesas, procedentes de las principales familias nobles de ambos reinos. Sofonisba será la excepción: no es francesa y no es, sensu stricto, castellana, aunque como natural del Milanesado, el más potente de los ducados del norte de Italia, pertenece a la Monarquía Hispánica. Tampoco es noble en el sentido de sus otras compañeras. Además, conviene resaltarlo, Sofonisba pertenecerá a la llamada Casa de la Reina por sus dotes pictóricas: ha sido elegida para enseñar pintura a la joven monarca, será su maestra de pintura. Tal y como figura en los documentos oficiales, Sofonisba recibirá una pensión de cien ducados anuales más ochocientas liras imperiales para su padre Amilcare.
En la imagen, retratos de ambos esposos pintados por Sofonisba. Pertenecientes a las colecciones reales españolas. Conservados en el Museo del Prado.
Imagen de la cabecera: retrato que Sofonisba hizo de su padre Amilcare, su hermana Minerva y su hermano Asdrubale. Fechado en torno a 1558-1559 (Nivaagaards Malerisamling).
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