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El Imperio español según Henry Kamen

Henry Kamen (Rangún, Birmania, 1936) es un historiador británico asentado en Barcelona desde hace muchos años. Su especialidad es el Imperio Español durante la época de los Austrias, y sobre todo, la figura Felipe II (1527-1598).

Kamen es un autor polémico, ya que sus hipótesis irritan alternativamente a tirios y troyanos. Emplea técnicas procedentes de la economía y la sociología, y en sus libros se advierte un exhaustivo trabajo de archivo.

En El enigma de El Escorial. El sueño de un rey (Espasa, 2009) expone varias ideas de importancia. La más interesante: el carácter multinacional de la Monarquía Hispánica, tanto en el terreno  político como económico.

Los españoles eran una minoría más. Por ejemplo, en la batalla de San Quintín las fuerzas imperiales solo incluían a seis mil españoles. La mayor parte de ese contingente militar estaba formado por italianos, alemanes, flamencos e incluso franceses. Y esta misma composición se daba en el núcleo de control del poder.

El propio Felipe II concebía su reinado como el resultado de una estructura dinástica. Los estados que gobernaba “no pertenecían a España, sino que compartían el mismo rey». El concepto de estado moderno todavía no había nacido siquiera.

La transición desde un estado tardomedieval a uno moderno se empieza a esbozar a mediados del siglo XVII. La Revolución inglesa fue clave en este sentido. Uno de sus teóricos, James Harrington (1611-1677), que analiza la posibilidad de una república  representativa, dedica su libro La república de Oceana (1656) a Oliver Cromwell.

Estas tesis sobre la época de los Austrias, son avaladas por los estudios (monumentales) de Stanley J. y Barbara H. Stein: Plata, comercio y guerra. España y América en la formación de la Europa moderna (2000) y El apogeo del imperio: España y Nueva España en la era de Carlos III, 1759-1789 (2003).

Los Stein inciden en la existencia de una estructura estatal basada en las relaciones de lealtad entre distintos grupos de poder, aristocracia, banqueros y militares. Asimismo, analizan el intento de los Borbones, en concreto Carlos III, de crear un Estado moderno. Investigan la importancia de los egresados de la Universidad de Salamanca en la creación de una burocracia funcionarial, que hubiera permitido una administración imperial más eficiente. Pero llegan a la conclusión de que ya era demasiado tarde. El imperio fenece por los enemigos externos, las tensiones internas y la existencia de una clase emergente en América ‒los criollos‒ que quería la independencia porque el imperio ya no le resultaba rentable.

Por su parte, Henry Kamen recuerda que un porcentaje ínfimo de la población en la América hispana de fines del siglo XVIII tenía un origen español.

El imperio de los Austrias estaba más cercano al Imperio Romano que al Estado moderno. Roma se basaba en una estructura clientelar y cuasi mafiosa (“patronos y clientes», como señalan Philipe Ariès y Georges Duby). Había nacido en contraposición a las estructuras autoritarias, mas primitivas, vigentes hasta ese momento. De hecho, venía a ser un “banco de favores”.

A lo largo de la Edad Media, la consolidación de un sistema feudal estiliza y protocoliza esta estructura, que se prolonga hasta la Guerra de los Treinta Años.

Un acontecimiento que ilustra esta perspectiva es la conquista de México. Hernán Cortés, que se había hecho rico en Cuba, financia la expedición a Tierra Firme. Se trata de una actividad personal, con autorización de la Corona. A partir de ese empeño, logra poner de acuerdo a los enemigos del imperio mexica para destruir su hegemonía.

Como cuenta (fantásticamente bien) el historiador mexicano Juan Miralles Ostos (1930-2011), Cortés se convierte en un gestor de alianzas entre los grupos de poder locales, totonacas y tlaxcaltecas entre otros. Al cohesionar a los diferentes actores de la zona mediante intereses compartidos se convierte, en palabras de Miralles, en el inventor de México.

Henry Kamen valora ese mismo acontecimiento: «¿Conquistó Cortés México? La sorpresa de Bernal Díaz del Castillo ante los informes de un historiador oficial, Gómara, que sugerían que Cortés había derrocado casi en solitario al poderoso imperio azteca, no fue mayor que la mía al descubrir que algunos estudiosos hacían afirmaciones similares acerca de la creación del imperio español».

En diversos libros, Kamen ha estudiado la expansión española, no como un Estado unificado sino como una entidad mucho más compleja. «Ubicado en el centro de una vasta monarquía ‒escribe el historiador‒, el Rey tenía en sus manos la poco envidiable tarea de intentar que todas sus partes trabajasen en armonía. Carlos V y sus consejeros nunca trataron de unificar los dominios del Emperador y carecían de la idea de política centralizada. (…) Felipe II no era un imperialista consciente. Nunca sostuvo ni invocó teorías sobre el poder o el estatus imperial y jamás manifestó ningún principio reconocible de Imperio. Su corte, salvo en los años triunfalistas, al comenzar la década de los ochenta, no era imperialista. En los años sesenta, uno de sus funcionarios, Fernando Vázquez de Menchaca, publicó un tratado en el que definía el poder político como la conservación del pueblo, y calificaba de cuentos de hadas las teorías sobre el poder universal del los reyes. A lo largo del reinado, la actitud oficial permaneció inalterable. Consagrado burócrata, la intención de Felipe era, sobre todo, que las cosas funcionaran eficazmente».

«Su curiosidad e interés constantes ‒añade Kamen‒ era lo que le empujaba. Ningún otro monarca de su época apoyó, como Felipe, un historia general, un informe topográfico general y un mapa general de sus dominios. (…) Los embajadores y otros altos funcionarios que sirvieron al Rey a nivel internacional se contaban entre los más distinguidos de toda la historia europea. (…) No existía una burocracia imperial y el Rey tenía que arreglárselas solo en cada país. Intentó asegurar el nombramiento de tantos altos funcionarios como fuese posible. Las designaciones para estos puestos se hacían normalmente entre los aristócratas locales. práctica que trajo estabilidad y estrechó los vínculos entre la Corona y las elites locales. (…) En las colonias americanas fueron las elites locales las que acabaron controlando la administración y no los españoles peninsulares».

Todo ello conduce a una cualidad específica del imperio español, y es que, como escribe Kamen, «el control de España borraba las importantes diferencias entre la condición de colonia y la de territorio soberano».

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Joaquín Sanz Gavín

Contable y licenciado en Derecho.