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Juana, Sofonisba e Isabella

De pie, hierática, vestida íntegramente de negro, excepción hecha de la cofia blanca propia de viuda, la joven mujer apoya su mano izquierda sobre una niña, lujosamente ataviada, mientras que su mano derecha, enguantada, sostiene un abanico.

Es Juana de Austria, hija menor del emperador Carlos I de España y V de Alemania, retratada por una mujer, Sofonisba Anguissola. Un cuadro que, confundido con un Tiziano, debido a la maestría del trazo con que fue ejecutado, se conserva en el Isabella Stewart Gardner Museum de Boston. Un museo debido íntegramente a una mujer, Isabella Stewart, rica heredera de una familia irlandesa, dedicada al negocio minero, que invirtió buena parte de su fortuna en atesorar arte. Una destacada patrona de las artes, Isabella, que viajó por todo el mundo durante décadas, comprando pinturas, esculturas, muebles, textiles, dibujos, plata, cerámica, libros y manuscritos. Cerca de 2.500 objetos que expuso, a comienzos del siglo XX, en un museo especialmente construido para ello.

Tres mujeres unidas por el arte. Una princesa castellana, Juana; una pintora italiana, Sofonisba; una patrona americana, Isabella. Y un cuadro, en apariencia inocente, aunque repleto de significado.

Se calcula que Sofonisba pintó a Juana a comienzos de la década de 1560, una vez concluida la regencia y estrenada su nueva condición de mater familias de la dinastía. Un papel destinado a elaborar un icono de mujer adusta, religiosa y comprometida con los intereses del linaje. De ahí la imagen adoptada por Juana: vestido negro y cofia blanca. Pero, además, el cuadro incorpora dos detalles insignificantes, a simple vista. En su mano izquierda, Juana lleva un abanico. Un abanico plegable. Si desconocemos el origen de los abanicos en las cortes castellana y portuguesa de la Edad Moderna, podríamos pensar que es un atributo propio de la mujer castiza. Nada más lejos de la realidad histórica.

El sentsu o abanico plegable, tal y como hoy lo conocemos, es originario de Japón. Símbolo de poder y estatus social, los samuráis lo llevaban sujeto en su mano izquierda. Circunstancia que no pasó desapercibida para los mercaderes portugueses que visitaron, por primera vez, las exóticas tierras orientales. Manuel I de Portugal, abuelo de Juana, instauró la afición por los objetos exóticos que comenzaron a llegar de Oriente, tras el descubrimiento (1499) de nuevas rutas comerciales que conectaban de manera directa a Portugal con Asia, África y América. De esta forma, el abanico sujeto por Juana es la muestra más clara del poder por ella ostentado. El hecho de ser sujetado con la mano izquierda tampoco es casual: sólo las esposas de príncipes herederos y madres de futuros monarcas gozaban de semejante privilegio. Y Juana lo era.

Pero hay más. Juana apoya su mano derecha sobre el hombro de una pequeña dama. Una niña que, por su lujoso vestido, pertenecía a una familia de abolengo, dentro de la nobleza castellana. Una niña que porta, en su mano derecha, tres rosas, símbolo de los votos de castidad, pobreza y obediencia. Alusión clara al monasterio fundado por Juana y a su papel como jardinera, creadora de un jardín espiritual de jóvenes doncellas destinadas a la vida contemplativa y, no lo olvidemos, al desarrollo intelectual, protegidas dentro de los muros del convento, alejadas del peligro que suponía el matrimonio, con los consiguientes embarazos y problemáticos partos que acababan, no pocas veces, con la vida de tantas mujeres, en plena juventud.

Es en este universo femenino, cargado de simbología, donde debe incluirse la pasión de Juana de Austria por las aguas destiladas. Aguas de rosas, elaboradas por métodos alquímicos. Aguas fabricadas en los destilatorios reales de Aranjuez. Aguas que nunca debían faltar entre los bienes más queridos de Juana, consumidora habitual. Porque la alquimia, junto a la cofia blanca de viuda y el abanico japonés conforman, y de qué manera, los atributos propios de una mujer poderosa, una virago renacentista que, aunque sometida a los designios masculinos de su estirpe, siempre buscó la forma de autoafirmarse, el lugar donde desarrollar su mundo propio.

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Mar Rey Bueno

Mar Rey Bueno es doctora en Farmacia por la Universidad Complutense de Madrid. Realizó su tesis doctoral sobre terapéutica en la corte de los Austrias, trabajo que mereció el Premio Extraordinario de Doctorado.
Especializada en aspectos alquímicos, supersticiosos y terapéuticos en la España de la Edad Moderna, es autora de numerosos artículos, editados en publicaciones españolas e internacionales. Entre sus libros, figuran "El Hechizado. Medicina , alquimia y superstición en la corte de Carlos II" (1998), "Los amantes del arte sagrado" (2000), "Los señores del fuego. Destiladores y espagíricos en la corte de los Austrias" (2002), "Alquimia, el gran secreto" (2002), "Las plantas mágicas" (2002), "Magos y Reyes" (2004), "Quijote mágico. Los mundos encantados de un caballero hechizado" (2005), "Los libros malditos" (2005), "Inferno. Historia de una biblioteca maldita" (2007), "Historia de las hierbas mágicas y medicinales" (2008) y "Evas alquímicas" (2017).