Érase una noche oscura y tormentosa… Eso es lo que parece teclear Neil Gaiman cada vez que franquea los dominios de Morfeo. Gaiman tiene la virtud, entre algunas otras, de convertir el lenguaje del cómic en un género literario de alto nivel literario, y precisamente por ello, cada uno de los arcos argumentales de The Sandman puede ser interpretado como la siguiente entrega de una ambiciosa saga novelesca.
Llegamos al volumen IX del ciclo, Las benévolas (The kindly ones, 1996), cuya trama está protagonizada por una madre, Hippolyta Hall.
En busca de su hijo secuestrado, Hippolyta es capaz de adentrarse en los dominios de las Furias –a cuya hipotética benevolencia alude el título–, involucrando en esa búsqueda al tejedor de sueños. No olvidemos que Sueño, en otro momento de la saga, la amenazó con arrebatarle el niño.
Ni que decir tiene que, a estas alturas, Morfeo ha contraído tantas deudas con el mundo mágico y con otros planos de la eternidad, que uno acaba pensando que cada nueva decisión es otro clavo que apuntala su condena sobrenatural.
Desde el punto de vista narrativo, poco o casi nada hay que objetar. Una vez más, Neil Gaiman demuestra estar a la altura de las expectativas.
Como un día escribió Stephen King, se trata de un creador sofisticado y exuberante, dotado de un gran vigor intelectual, capaz de hazañas narrativas tan notables como las firmadas por Raymond Carver, Joyce Carol Oates y John Fowles. Y no crean que King es exagerado con dicho elogio.
En Las benévolas, el cóctel que administra Gaiman incluye melancolía, crimen, tragedia, intriga policiaca, alusiones al mundo de Shakespeare, referencias al SIDA, homenajes a Clive Barker y a Armistead Maupin, así como tradiciones célticas, más una buena dosis de mitología nórdica y grecolatina.
El equipo de dibujantes lo forman Marc Hempel, Richard Case, D’Israeli, Teddy Kristiansen, Glyn Dillon, Charles Vess, Dean Ormston y Kevin Nowlan.
En esta ocasión, y a pesar de lo que cabría pensar, esa heterogeneidad de estilos plantea un problema. Frente a la elegante línea clara de Dillon, Vess, Ormston y D’Israeli, uno se encuentra con el trazo expresionista y un tanto caricaturesco de Marc Hempel, que no cuadra en absoluto con el tono y el estilo del relato, a no ser que uno sea un fan acérrimo de este dibujante.
Como además Hempel es el autor de buena parte de las viñetas del volumen, más vale acostumbrarse, porque de lo contrario, el lector se preguntará una y otra vez cómo hubiera mejorado Las benévolas con otro artista a su cargo (P. Craig Russell o el propio portadista de la serie, Dave McKean, por citar dos ejemplos muy próximos a Gaiman).
En cualquier caso, dado el poderío del relato, muy conectado con La casa de muñecas y con Vidas breves, podemos pasar por alto esa elección, que como digo, no será del gusto de todos.
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