Reservoir Books publica Meditaciones de cine, el fascinante libro de memorias en el que Tarantino desgrana sus experiencias más decisivas en el patio de butacas.
Quentin Tarantino resume en estas páginas la esencia del cine que le hizo vibrar en la niñez y en la juventud. Un cine que, además, le ha mantenido en las proximidades de la misma estética a lo largo de toda su carrera. Con una nostalgia lúcida, el cineasta elabora una memoria personal en la que abundan las crónicas y las opiniones bien documentadas, acaso por un efecto secundario de haber devorado carátulas y revistas de cine como quien prepara un doctorado. A ratos, escribe con seriedad y sofisticación, y cuando toca echar mano de las anécdotas, surge ese humor deslenguado que identificamos plenamente con la primera etapa de su carrera.
Aunque es evidente que Tarantino ama el cine clásico, el catálogo de películas que aborda en Meditaciones de cine pertenece a otra categoría: la de aquellas producciones que, desde finales de los sesenta a comienzos de los ochenta, iluminaron la vida de quienes acudían a los cines de barrio. Si al bueno de Quentin le hubiera tocado lidiar, en sus años de juventud, con la filmografía actual ‒dominada por los blockbusters y las franquicias‒, está claro que su estilo hubiera otro bien distinto. En cambio, fiel a su memoria analógica, en Meditaciones de cine, nos cuenta cómo descubrió y qué significaron para él las películas de tipos tan sólidos y peculiares como Steve McQueen, Sam Peckinpah, Jim Brown, Peter Yates, Don Siegel, Clint Eastwood, John Boorman, Russ Meyer, Brian De Palma, Martin Scorsese, John Flynn, Paul Schrader o Sylvester Stallone.
Leyendo estas páginas, comprobamos por qué el cineasta se siente orgulloso de haber cambiando su concepción de la vida dentro de viejas salas de reestreno. En realidad, este es un libro multidimensional, porque además de infiltrarse en todas las áreas de eso que llamamos cinefilia, también nos sumerge en el flujo de conciencia de Tarantino, haciéndonos un hueco en su excitante intimidad.
Añadir el factor tiempo a esta obra es primordial, dado que los recuerdos del autor también dibujan el antiguo estado mental de Norteamérica, sobre todo durante la etapa más tumultuosa de los setenta.
Tarantino retrocede hasta introducirse en el niño que fue ‒cinéfago, soñador, inquieto‒ y a partir de ahí, describe cómo fue madurando frente a la pantalla, disfrutando de un repertorio hecho a la medida de sus gustos (Ojo, porque al ver el tipo de películas que vio de crío, desde el terror explícito a la blaxploitation, hay momentos en que uno siente que ir al cine era para él como saborear la fruta prohibida).
El estilo del libro es muy ameno, y aunque su contenido sea inevitablemente original, me recuerda lecturas tan memorables como la novela Las películas de mi vida, del chileno Alberto Fuguet, o el ensayo Danza macabra, de Stephen King. Independientemente de cómo decida el lector apreciar la ingente información que le ofrece, tanto el viaje de Tarantino como sus numerosas bifurcaciones valen la pena.
Meditaciones de cine evidencia otro detalle, y es que su autor escribe exactamente como habla: con un ingenio portentoso, ametrallando palabras y sin hacer prisioneros. Aquí Tarantino subraya odios y placeres como un friki casi estereotípico, analiza cada título con la precisión de un láser, y sobre todo, revela que el oficio de rodar películas tiene muchas capas, a veces más felices y otras endiabladamente dolorosas.
Por suerte para sus admiradores, este libro funciona igual de bien como homenaje a la cultura popular que como autobiografía de uno de los cineastas más singulares y adictivos de nuestro tiempo.
Sinopsis
Probablemente, Quentin Tarantino sea uno de los mayores cineastas de la historia, pero de lo que no hay atisbo de duda es de que estamos hablando del espectador que mejor puede contagiar su pasión entusiasta por las películas que ha visto. Ahora, por fin llega el libro con el que tantos años soñaron él y sus seguidores. En Meditaciones de cine, Tarantino analiza desde los puntos de vista más insólitos y con su particular conocimiento enciclopédico varias películas clave del cine norteamericano de los setenta, todas ellas vistas en su más tierna infancia (de las más violentas a las más tórridas), así como revisitadas compulsivamente. El resultado es una obra tan rigurosa y reflexiva como juguetona y entretenida.
Meditaciones de cine es, a la vez, crítica cinematográfica, teoría del cine, reportaje literario y unas memorias formidables, a la altura de clásicos del género como los de Hitchcock y Truffaut o Luis Buñuel.
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