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Radio Tarifa: otra forma de entender nuestras raíces

Benjamin Escoriza falleció el 9 de marzo de 2012. Si hubiera que elegir el disco que mejor resume su espíritu, sin duda sería Rumba Argelina (Música Sin Fin, 1993), un álbum irrepetible, lleno de canciones sublimes.

El tema que abre este LP, y que asimismo le da título, está definido por un instrumento que viene a ser su joya de la corona, el cümbüs, un banjo turco de seis cuerdas dobles y sin traste, que aquí nos abre un balcón a la Cabilia argelina.

Escuchando sonidos como éste, comprobamos que España se enfrenta a su pasado colonial, y en el proceso, se da cuenta de que los colonizados hemos sido realmente nosotros. A partir de esta certeza, Rumba argelina se convierte en la piedra angular de las músicas hechas en nuestro territorio, y además se identifica con una revolucion emprendida para redescubrir esas fuentes musicales que configuran culturalmente a nuestra península.

A través de un puñado de canciones, los amigos de Radio Tarifa supieron resumir magistralmente esta riqueza musical, plasmada en este disco, repleto de temas maravillosos. Más allá de los méritos de cada una de las composiciones, hablar de Rumba Argelina supone hablar del tratamiento modal, una de las formas más antiguas de armonizar, sin acordes, estableciendo una sinérgica relación entre ritmo y melodía. Es algo que se advierte en cada uno de los cortes del álbum. Da igual que tengan un origen más arábigo o más castellano-manchego, porque la raíz común está en el tratamiento modal. Gracias a esta decisión artística, Radio Tarifa le perdió el miedo al flamenco y a sus ortodoxias. De hecho, yo creo que fueron de los primeros heterodoxos en hacer flamenco diferente, sin perder el respeto a ese legado excepcional (Añado aquí a toda la factoría de Nuevos Medios, con Mario Pacheco y compañía).

Que nadie lo dude: Radio Tarifa aportó muchísimo a esa revolución que hoy nos permite aproximarnos al flamenco de una manera más global. No en vano, en este primer disco nos sorprendían con una mezcla de música árabe oriental, andaluza, sefardí, medieval española y alemana, flamenco y canción popular española. Todo en un popurrí, completado con mucho gusto, con mucho tiento, con muchas ganas y pocas expectativas. Aquí no figuraba entre los objetivos vender grandes cifras, ni llegar a un público multitudinario. Simplemente, la idea era hacer un buen disco. El tiempo le ha dado la razón al grupo, y lo ha puesto en el lugar que merece.

Parece un chiste, pero quienes fundaron este proyecto fueron un arquitecto, un periodista y un ingeniero de aguas subterráneas (al fin y al cabo, todo esto tiene mucho de underground). El arquitecto es Faín Sánchez Dueñas, que ya había formado parte de Ars Antiqua Musicalis, el grupo que compartió con Vincent Molino ‒el ingeniero‒ y  con Ramiro Amusategui. Lógicamente, el tercer protagonista que buscaron tenía que ser vocalista. Dieron con Benjamín Escoriza, que es el periodista, un granadino depositario de la vieja escuela de cantaores. Como bien saben sus seguidores, Escoriza extrajo de esa tradición las coplillas, el humor, la guasa del sur, siempre aferrado a lo que se cuece en las tertulias, en los bares, en la calle…

A propósito del humor, me viene a la memoria el modo en que presentaba en directo «Lamma Bada», un tema tradicional egipcio que hallamos en infinidad de versiones (A decir verdad, la de Radio Tarifa es una de las mejores, y mira que ha habido gente que ha pasado por esta canción). Lógicamente, el título se presta a todo tipo de equívocos fonéticos, así que Escoriza insistía en que «ni lambada ni mamada», que esto era «Lamma Bada».

En ese cruce de miradas e influencias, Benjamín, Molino y Sánchez Dueñas dieron forma a Radio Tarifa. Estamos hablando de febrero-marzo de 1993, que es cuando salió el disco que nos ocupa, un LP en el que sobresalen canciones tan maravillosas como «La Canal», donde brilla el guimbri, un pequeño laúd que hace las veces de bajo y que el propio Faín compró en Marruecos por novecientas de las antiguas pesetas.

Acompañando al trío fundador, había invitados jalonando momentos importantes del disco. En «La Canal», por ejemplo, estaba Eduardo Laguillo emprendiéndola con el armonio hindú y dándole ese toque telúrico. En «Tangos del agujero» se impone la guitarra española de Gerardo Núñez. Por su parte, Javier Paixariño toca el kaval en «Bulerías turcas» y el bansuri en la guajira «Oye China», donde también interviene el acordeón de Cuco Pérez.

Otro de los temas, «Nu Alrest», tiene una grandísima peculiaridad. El invitado, en este caso, era Javier Ruibal. Ni corto ni perezoso, a Ruibal se le ocurrió cantar en alemán, Hasta ahí, la cosa todavía tiene un pase. Pero es que interpretó el tema en alemán del siglo XIII, siguiendo la letra de ese viejo juglar llamado Walter Von Der Vogelweid, muerto en 1230, y al que Ruibal rindió homenaje.

Esta libertad absoluta a la hora de tomar decisiones artísticas tiene que ver con el hecho de que Rumba Argelina fue un proyecto underground, en el que sus creadores no se jugaban nada.

Conviene ponerlo en contexto: el disco se publicó en un sello independiente llamado Música Sin Fin, regentado por Juan Alberto Arteche, que es un productor e intérprete de folk con una historia bastante importante en nuestra música.

También era underground (literalmente) el lugar de grabación: El Agujero, un sótano de la calle Claudio Coello de Madrid. Allí era donde Arteche solía recibir a músicos y a periodistas para darles alguna copia de los lanzamientos de su sello, y para que conocieran a los artistas que por ahí pasaban. En 1993, yo tuve el placer de descubrir allá a un jovencísimo Alberto Iglesias, recién llegado desde desde San Sebastián, mucho antes de que comenzase a ganar todos esos Goya como autor de bandas sonoras. Era, en definitiva, un punto de encuentro, un lugar de tránsito. Podías ver el estudio, los instrumentos… Y sin embargo, era un espacio muy pequeño. Es más, todavía me pregunto cómo era posible que en un sitio así se grabara semejante maravilla.

A la hora de coproducir el álbum, Juan Alberto Arteche tenía clara una estampa muy gráfica para definirlo: ese legionario, cargado de quifi, que añora España desde un entorno coloreado por los sonidos bereberes.

«Rumba Argelina» incluye una serie de transiciones sonoras entre una pieza y otra. La importancia de ese recurso se hizo palpable después del lanzamiento, cuando todos los periodistas les preguntábamos por la cuestión. Pienso, sin ir más lejos, en el sonido de las olas golpeando la quilla de una embarcación que oímos antes de «Soledad», todo un hallazgo de ambient flamenco. No estoy yo muy seguro de que Brian Eno o Robert Fripp consiguieran unos resultados iguales si se propusieran hacer algo así.

También está esa imagen gráfica del Estrecho y los 14 km. que separan Punta Tarifa de Punta Cires. Una distancia insalvable para las pateras que tratan de ganar una vida mejor, pero irrisoria para la radio magrebí. Para reflejarlo, los músicos introducen transiciones herzianas en «El baile de la bola», mostrando lo que ocurre si enciendes un transistor en el sur de la costa gaditana, cuando se te cuelan las emisoras del norte de África. Todo ello le da un sentido absolutamente sobrenatural a lo que escuchas.

Por otro lado, se nota que los musicos hicieron cosas distintas en cada cancion, disfrutando de todo el proceso. Como explicaba en su momento Faín Sánchez Dueñas, “es el resumen de unas músicas vividas”.

Por supuesto, hay un desenfocado. Aquí no hay fuentes absolutamente puras. El nivel de distorsión sobre ellas es importante, pero sutil. Y en él descansa la grandeza de ese cálido encanto que tenía el sonido de Radio Tarifa.

El grupo grabó otros tres LPs, Temporal  (Nonesuch, World Circuit, 1996), Cruzando el río (Nonesuch, World Circuit, 2000) y Fiebre (Ariola, BMG, 2003). En ellos había muy buenas canciones. Los tres integrantes del grupo se habían profesionalizado y habían llegado a un punto de perfeccionamiento, tanto en sus grabaciones como en sus directos. Pero la magia de Rumba Argelina había desaparecido.

Benjamín emprendió su carrera en solitario, trasladando muchos ingredientes de Radio Tarifa a sus propios discos. Hasta hace relativamente poco, estuvimos disfrutando de su encanto, de su maravillosa voz y de su visión creativa, enraizada en lo popular pero con un tratamiento musical muy desarrollado. Su desaparición fue absolutamente trágica y nos dejó huérfanos de todo eso que aprendimos a disfrutar en aquel álbum memorable de 1993.

Este artículo amplía una transcripción de mi programa radiofónico «Orient Express», emitido por Radio Círculo © Gernot Dudda. Reservados todos los derechos.

Gernot Dudda

Gernot Dudda inició su trayectoria periodística en la revista "El Gran Musical", y posteriormente ha escrito en medios como "Sur Exprés", "Rockdelux", "Primera Línea", "La Luna", "Popular 1", "Boogie", "Un Año de Rock", "Zona de Obras", "Batonga!", "World 1 Music" y "Efe Eme".
Fue colaborador de "El Mundo", y entre 1991 y 1999, redactor musical de Canal +. Asimismo, ejerció como periodista y crítico musical en Radio Popular FM (1986-1992) y en Radio Círculo, la emisora del Círculo de Bellas Artes. A lo largo de doce años, dirigió y presentó el programa "Orient Express".

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