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«Silencio» (1979), de Didier Comès

Beausonge (Sueñohermoso), un nombre de sonoridad dulce y poética para una pequeña aldea que dormita bajo un manto de nieve en una zona remota de las Ardenas. Despierta asociaciones de mundos bucólicos, inocentes y sencillos. Nada más lejos de la realidad.

De hecho, en este caso se cumple ese proverbio que reza «pueblo pequeño, infierno grande»: es un lugar dominado por las supersticiones, los terribles secretos y la mezquindad. Los vecinos viven dominados por la ignorancia y la brujería está muy presente en sus vidas: no es raro ver los restos de un búho clavados en la puerta de una casa en un fútil intento de protegerse contra el mal de ojo.

Allí, en un personal oasis de bondad inserto en ese rincón malsano de Bélgica, vive Silencio. Es un joven de expresión ausente y que, como su apodo indica, no pronuncia palabra, comunicándose con el exterior mediante una pizarra sobre la que escribe frases cortas. Es un alma pura, un niño atrapado en el cuerpo de un adulto: amable, generoso, sincero…no conoce el resentimiento, la envidia, el odio o la venganza. Y ello a pesar de los maltratos y abusos que sufre por parte de su patrón, Abel Mauvy, el tirano local, un individuo violento, avaricioso y malvado que mantiene esclavizado a Silencio, se sirve de su fuerza física y docilidad para hacer los trabajos más pesados, lo presta a sus vecinos y lo engaña continuamente. En cuanto al resto de los habitantes de Beausonge, lo toman simplemente como un cretino idiotizado.

Eso no es así ni mucho menos. Silencio vive feliz, inconsciente de la maldad y la retorcida ignorancia que le rodea. Su existencia transcurre en un mundo aparte, una especie de limbo etéreo exento de cualquier sentimiento negativo. Sin poder –o querer– verbalizar lo que siente, ha construido un universo propio en el que deja flotar su mente hacia lo que más desea contemplar un día: el mar. Se encuentra más a gusto a solas, en contacto cercano y correspondido con la naturaleza y los animales de la campiña.

Pero algo aparecerá en la vida del pueblo que insuflará una nueva inclinación en el corazón de Silencio, revelando los terribles secretos que se esconden en el lugar y avivando una ola de miedo y violencia. Una bruja ciega se instala en las afueras del pueblo, acoge a Silencio y empieza a aclarar su mente y a revelarle su origen. No es simplemente un acto generoso, sino parte de un plan de la mujer para ejercer una venganza largo tiempo ansiada y cuyo objetivo es Abel Maury. Será el inicio de un viaje para Silencio, tanto interior como exterior, en el que, a veces a su pesar, aprenderá la verdad sobre él mismo y los que le rodean y se verá obligado, por primera vez en su vida, a tomar decisiones y actuar en consonancia.

A pesar de que hay quien le ha calificado como el heredero de Hugo Pratt (en quien ha reconocido inspirarse e incluso tratar de seguir su estilo) y que siempre ha gozado del aprecio de la crítica, lo cierto es que Didier Comès no es ni mucho menos tan popular entre el grueso de los lectores, entre otras cosas porque su obra no es apta para todos los públicos.

Los suyos son cómics muy personales, tanto en los temas que trata como en el parsimonioso ritmo que imprime a las historias o el característico dibujo en blanco y negro con el que las narra. Sus mundos son burbujas atemporales que transcurren en entornos rurales dominados por la naturaleza, los silencios, antiguos ritos y símbolos, conocimientos arcanos o figuras femeninas de extraños poderes. Con ese fondo y esos elementos, Comès explora una y otra vez los mismos temas: el poder de lo ancestral, la crueldad y la inocencia, el amor y el odio.

Este es uno de los casos en los que la obra dimana directamente de las raíces del autor. Comès nació en 1942 en un pequeño pueblo anexado a Alemania durante la ocupación nazi. Su padre era germano–parlante y su madre hablaba francés y el dialecto valón. Tras la liberación, el pequeño Dieter cambió su nombre de ascendencia alemana por el más francés de Didier. Él mismo se definió como un «bastardo de dos culturas», una especie de paria que, como Silencio, no encontraba su lugar. De hecho, Silencio puede interpretarse como una suerte de reflexión del autor sobre la sociedad: «Quería ilustrar el problema de la ausencia de comunicación y más específicamente el de la desconfianza instintiva de la gente hacia quien es diferente, desconfianza que a menudo lleva a la violencia. Personalmente, siempre he sentido cierta simpatía hacia los seres marginados (…) Quizá porque yo también encajo en esa categoría».

Comès dejó los estudios a los 16 años, trabajando como diseñador industrial en una empresa textil, introduciéndose en la música jazz y llegando al cómic a una edad relativamente tardía para lo que suele ser habitual en los autores más reconocidos. Empezó a publicar en 1969 y tras algunas obras menores en los setenta, en 1979 aparece la historia que nos ocupa, serializada primero en la revista (À Suivre) y editada luego en álbum por Casterman. En 1981, ganó un premio en el salón de Angouleme, reconocimiento que le dio a conocer a lo que se convertiría en un fiel segmento de los lectores que le permitió consolidarse como historietista que se movía al margen de tendencias y modas hasta su muerte en 2013.

En este caso, la clasificación de Silencio como novela gráfica está más que justificada, pues este drama psicológico de ambiente rural con incursiones en lo prodigioso tiene un contenido intelectual igual o superior al de muchas obras literarias. Didier Comès nos ofrece una historia que comienza con una suave belleza, incluso poesía, pero que conforme se va desarrollando y salen a la luz los oscuros acontecimientos del pasado de la aldea, va tornándose más descarnada y cruel. El rechazo que en el lector suscita la cruda realidad se mezcla con la fascinación de lo sobrenatural para conformar un relato sobre la maldad, el legado del pasado y la liberación –y la correspondiente infelicidad– que viene con la sabiduría. Por otra parte, el autor se deja llevar por el tono onírico y la fantasía, serpentea alrededor del tema principal –la dificultad de integración– hasta que éste se olvida y, finalmente, consigue superar su aparente complejidad para fijar una trama consistente.

Silencio se asienta sobre unas bases verosímiles aun cuando contempla la brujería como algo cotidiano y verídico, una suerte de conocimiento arcano que la civilización no ha conseguido sofocar. La introducción de elementos fantásticos, como el mismo Comès admitió, obedece a su insatisfacción con la vida que nos rodea, un argumento que explica las creencias de mucha gente en religiones y paraciencias. Lo sobrenatural en las obras de Comès sirve tanto de invisible presencia en el trasfondo de sus historias como de impulsor de los acontecimientos. Ese mundo de la hechicería, con sus rituales y secretos, está representado en Silencio por dos personajes. Uno es la bruja, catalizadora de la tragedia que se abate sobre el resto de los personajes y del cambio que experimenta el protagonista nominal. El otro es esa suerte de grotesco individuo, mitad brujo mitad curandero y al que nunca abandona una nube de insectos que vuela a su alrededor. Pero también Abel Mauvy recurre a la brujería para eliminar a cualquiera que pueda revelar el secreto de su pasado que lo vincula a Silencio. También son conjuros y pócimas lo que permite a Silencio alcanzar sus breves periodos de lucidez, arrojándole a una incierta existencia puntuada por el amor, la crueldad y lo efímero.

Silencio es una historia de venganza y odio, pero no solo eso. A través de la virginal personalidad del protagonista y los sentimientos contradictorios que la van mancillando, Comès anima al lector a cuestionarse a sí mismo y a reflexionar sobre la incapacidad de aceptar o comprender a quien es diferente por parte de aquellos en teoría más inteligentes. Esta errónea actitud de rechazo a lo marginal se plasma mediante el contraste de Silencio con sus vecinos supuestamente más normales, más civilizados…y también más mezquinos. La inteligencia, o la capacidad de fundirse con el entorno social mediante la asunción de unas normas de etiqueta y educación, nos dice Comès, no conllevan necesariamente –a menudo es al contrario– pureza ni felicidad. Según los parámetros usuales, Silencio es un retrasado porque no alberga sentimientos de odio ni comprende –y por lo tanto no comparte– los vicios humanos. A causa de esa diferencia, se le mira con desprecio, compasión e incluso miedo. Sin embargo, a su particular manera, es plenamente feliz.

Aunque todo ese planteamiento suena maniqueo y que sus personajes parecen arquetipos de libro, el resultado final es más complejo de lo que podría parecer a simple vista. Comès tiene la sensibilidad suficiente como para fundir en sus protagonistas el bien y el mal. En Silencio, el amor tiene como consecuencia la muerte; y de la muerte a veces surge el amor. Silencio es un alma pura, pero el descubrimiento de su pasado y la relación con la bruja le impulsará por caminos cuestionables. Abel Mauvy es un individuo despreciable y maligno, pero también atormentado y atemorizado por su pasado…

Didier Comès es un autor que en el momento de decidir entre utilizar su arte para obtener popularidad y dinero o servirse de él para exorcizar sus demonios y expresar su mundo interior, decidió lo segundo. Por supuesto, trató de alcanzar un equilibrio entre ambas (¿de qué sirve practicar el arte si no puedes sobrevivir con ello?), pero nunca se plegó a las vertientes más comerciales: optó por temas muy personales, historias que algunos pueden considerar oscuras y desagradables, ausencia de acción trepidante, utilización de más silencios que diálogos, dibujo en blanco y negro y ritmos narrativos particularmente lentos.

Así, Comès gusta de introducir largas secuencias sin diálogos, utilizar como puntos y comas de la narración viñetas mudas mostrando su peculiar interpretación del paisaje de las Ardenas. Todo ello contribuye a ralentizar extraordinariamente el ritmo y estirar la historia quizá más allá de lo que otro autor con más capacidad de síntesis habría hecho. No hay escenas dinámicas, aunque sí intensas y violentas.

Didier Comès encuentra la forma de plasmar en viñetas el complejo mundo interior –en realidad sólo lo sugiere– de este drama mediante un austero al tiempo que impactante dibujo en blanco y negro, sin tramas, rayados ni grises, que amplifica el tono emocional y subraya esa atmósfera enfermiza que impregna toda la historia. Su pericia con el pincel le permite combinar la simplicidad de la línea y los fuertes y precisos contrastes de masas blancas y negras para transmitir el silencio, la belleza y la soledad de los paisajes barridos por el viento de las Ardenas. Los viejos edificios de una sola altura, el amplio cielo, los árboles nudosos… remiten a un mundo inmutable, atemporal.

La lectura de Silencio supone embarcarse en un mundo a caballo entre la realidad y la fantasía, muy desesperanzador, pero también lleno de poesía y belleza formal. Treinta y cinco años después de su publicación, sigue siendo un álbum de culto y obra de referencia para muchos dibujantes por su peculiar estética.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".