Es difícil ponerse a hablar (o a escribir) sobre Poltergeist sin acabar especulando sobre lo que sucedió realmente en su problemático y misterioso rodaje, o sobre la verdadera autoría del film.
Resulta especialmente tentador explorar la macabra maldición que, supuestamente, acompaña al film y a sus secuelas. En Cualia, donde se potencia lo racional y se huye de lo magufo, no vamos a apoyar las leyendas paranormales relativas a Poltergeist, si bien un servidor agradecería una explicación sensata acerca de la aparición de un póster de la Super Bowl de 1988 en una película de 1982. La joven protagonista, Heather O’Rourke, cayó enferma en la misma fecha en la que se celebraba la Super Bowl de 1988, falleciendo al día siguiente a causa de una estenosis intestinal aguda. Una casualidad, claro está, pero de las que ponen la piel de gallina.
Dejemos de lado si el film realmente fue dirigido por Tobe Hooper, responsable de la magistral La matanza de Texas (1974) o por Steven Spielberg (oficialmente guionista, productor y supervisor del montaje), en aquellos días ocupado con la sublime E.T. El extraterrestre (1982). En Poltergeist salta a la vista quién está manejando el cotarro, y varios participantes en el rodaje han confirmado las sospechas, por no hablar de esas imágenes del rodaje que nos llegan, en las que vemos a Spielberg dando órdenes. ¿Fue Hooper un director proxy? Todo indica a que algo de eso hubo, aunque nunca sabremos del todo qué sucedió. Zelda Rubinstein (Tangina) fue más lejos, e indicó que Spielberg sustituyó a Hooper porque este último estaba introduciendo «agentes químicos inaceptables en su trabajo».
Más allá de maldiciones, anécdotas sórdidas (¡esqueletos humanos reales como elementos de atrezo!) y eternas discusiones sobre la autoría de la película, lo que cuenta en realidad es que Poltergeist es un extraordinario film de terror “para todos los públicos”. Las comillas son importantes, porque los traumas infantiles causados por la película (esos que el aficionado al terror agradece toda su vida) son abundantes.
Quienes se aficionaron al género durante la década de los 70, con abundancia de cine de terror impactante por su violencia explícita, su transgresión o su aspecto sucio y realista, consideraron que Poltergeist resultaba demasiado “Hollywood”, demasiado blanda. Nadie muere en toda la película (exceptuando al pobre canario Tweety), y el arma de los protagonistas es el poder del amor, la unidad familiar y ese tipo de cosas realmente cursis que contrastan con la rudeza o el nihilismo del terror setentero, en el que tuvo un papel fundamental La matanza de Texas de Hooper.
El éxito, algo sorprendente, de El horror de Amityville (Stuart Rosenberg, 1979), protagonizada por una familia acosada por las fuerzas del mal en una casa encantada, y de La noche de Halloween (John Carpenter, 1978), donde el género de terror se trasladaba al seguro mundo de las zonas residenciales estadounidenses, se podría considerar como el principal impulsor de una película como Poltergeist.
No obstante, la idea ya venía rondando la inquieta cabeza de Spielberg desde hacía tiempo. Ya en 1972, un jovencísimo Steven dirigió el telefilme Algo diabólico (Something Evil). En plena fiebre del cine satánico, narraba una clásica historia con pareja joven que se muda a una granja habitada por entes demoníacos, incluyendo la inevitable posesión de la esposa (Sandy Denis, siempre tan sufridora).
Aquella era una película de gran potencial terrorífico, algo diluida por los tópicos y las restricciones de presupuesto y estilo, propias de un producto televisivo. Y eso que Spielberg había desafiado el concepto de telefilme un año antes con El diablo sobre ruedas (Duel).
Al parecer, se tanteó a Stephen King para que escribiera el guion de Poltergeist, en lo que podría haber sido la Gran Colaboración entre los dos autores fundamentales de la ficción fantástica de los 80. No pudo ser, aunque eso no impidió que Poltergeist se convirtiera en un clásico que, pese a la falta de violencia, tiene mucho que ver con el terror del autor de It.
El desarrollo del proyecto responde a la evolución caprichosa, casi autónoma, de una idea original. Algo más común de lo que parece en Hollywood, en todo caso. El guion de Watch the Skies (posteriormente Night Skies) surgió como posible secuela de Encuentros en la tercera fase, en clave de terror. Como base, una historia recogida por J. Allen Hynek (ufólogo de referencia en Encuentros…, donde hasta tiene un cameo) que hablaba del acoso que sufrió una familia de granjeros de Kentucky por parte de los hombrecillos verdes.
Con Night Skies pasó como con el Dune de Jodorowsky; fue un proyecto tristemente abortado, pero que acabó provocando la existencia un montón de grandes películas: Gremlins, E.T. El extraterrestre y Poltergeist, como producciones de Spielberg, aunque también otras películas «ajenas» como Critters (1986) o Señales (2002).
De este modo, E.T. y Poltergeist son películas hermanas. Tanto que fueron desarrolladas de manera paralela, con un hiperactivo Spielberg haciendo malabares y, aun así, consiguiendo inmejorables resultados (E.T. es una obra maestra del cine, le pese a quien le pese). Drew Barrymore acudió al casting de Poltergeist para optar por el papel de Carol Anne. No lo consiguió, pero Spielberg la contrató para E.T., encargándose de la inolvidable Gertie. Es solo un ejemplo de la hermandad entre ambos films, los dos fantasías ambientadas en modélicas urbanizaciones alejadas de la Gran Ciudad, paraíso de la clase media (más bien alta) donde el crimen y los conflictos del mundo moderno no llegan. En definitiva, un lugar para criar a la familia.
Pero la perfección no existe.
Si en E.T. veíamos a una familia desestructurada, sobreviviendo a un divorcio de mala manera, la familia Freeling, protagonista de Poltergeist, es modélica en todos los aspectos. Los progenitores son dos baby boomers de manual, hace no mucho más bien hippies, ahora acomodados y manejando el cotarro. El paterfamilias es Steve (Craig T. Nelson, actor siempre a reivindicar), el agente inmobiliario estrella de la urbanización Cuesta Verde, donde él mismo vive. Steve comparte un porro con su atractiva esposa Diane (JoBeth Williams) mientras lee una biografía de Reagan: el perfecto retrato de su generación.
Su hogar es un enorme chalet moderno, recién construido y estrenado, un detalle importante en la personalidad de Poltergeist. Tradicionalmente, las casas encantadas son edificios con muchos años y una historia sórdida, de ahí la presencia de fantasmas. Si uno quiere evitar espectros, lo mejor es mantenerse alejado de las casas viejas. En Poltergeist se echa abajo esa barrara defensiva mental, ya que introduce a los espectros en un lugar «seguro», de acuerdo con la tradición (incrustada en el subconsciente de todos nosotros).
Los Freeling, aunque son relativamente jóvenes, tienen tres hijos: la adolescente Dana (Dominique Dunne, mejor nos ahorramos hablar de su trágico destino), Robbie (Oliver Robins) y la pequeña Carol Anne (Heather O’Rourke), una niña cuya afinidad y sensibilidad para lo paranormal provoca que las fuerzas espectrales la arrastren a su dimensión, contactando primero con ella a través de un canal muerto de TV y abduciéndola posteriormente hacia un vórtice situado en el armario de su dormitorio.
Los Freeling pueden escuchar a Carol Anne, pero no verla, ya que se encuentra en un limbo extradimensional. Toda esta (importante) parte de la película es un eco del episodio Little Girl Lost de la serie televisiva The Twilight Zone, estrenado en marzo de 1962 y escrito por, cómo no, Richard Matheson.
¿Por qué una casa nueva está plagada de fantasmas hiperactivos y fenómenos paranormales de todo tipo? La respuesta es conocida por todos, es de suponer, así que no hay posibilidad de espóiler: la vivienda está edificada sobre un cementerio en el que se quitaron las lápidas, pero se dejaron enterrados los fiambres. Esta macabra idea al parecer se inspira en el caso real del parque Chessman, en Denver, creado en el lugar en el que había un cementerio. El traslado de los cadáveres fue tan chapucero y macabro que provocó un enorme escándalo, y finalmente muchos muertos permanecieron enterrados en el lugar. Russell Hunter, autor de la historia de la gran película de fantasmas Al final de la escalera (Peter Medak, 1980), aseguraba haberse inspirado en sus propias experiencias, al haber vivido en 1968 en una mansión en la vecindad de ese inquietante parque.
La casa de los Freeling, como la propia película, es un reflejo de la cara más pop y entrañable de los primeros años 80. Resulta curioso que la habitación de los críos no se distinga demasiado de la decoración de tantos y tantos cuarentones actuales, con pósters de Alien y Star Wars, sin mencionar los objetos de merchandising de Darth Vader y compañía.
Por supuesto, el centro espiritual de la casa, es el aparato de televisión. Spielberg, perteneciente a la primera de generación de «hijos de la tele», es consciente del poder de ese electrodoméstico y aprovecha el guion de Poltergeist para lanzar una puya al respecto: el Mal entra en la casa a través de la TV y en el último plano de la película los Freeling parecen expulsarla de sus vidas. Un mensaje nada sutil, pero divertido y efectivo.
Poltergeist demuestra que una película de terror puede prescindir de las muertes violentas, y aun así traumatizar a toda una generación, ya que generó un nuevo miedo entre la población, totalmente irracional y absurdo: la estática de un canal de televisión sin sintonización (la «nieve», como la llamábamos cuando existía, antes de la llegada de la televisión digital).
Aunque no muera nadie, Poltergeist incluye algún momento repulsivo, como ese en el que uno de los investigadores paranormales sufre una alucinación en la que se arranca su propia cara frente a un espejo (las manos que realizan tan atroz acto sobre un animatrónico creado por Craig Reardon son las de Spielberg) o la pesadilla que vive Diane al caer en el foso de la piscina en construcción, una auténtica sopa repleta de esqueletos putrefactos. Pero las secuencias de terror más potentes y perdurables son las que apelan a los miedos infantiles, casi todos basados en detalles, objetos y lugares pertenecientes al ámbito doméstico: un horrible payaso de juguete, un árbol viejo y retorcido que parece observarte por la ventana, el armario de tu habitación, la proximidad de una tormenta… Con distintas variaciones, todos recordamos temores así en nuestros primeros años, y de algún modo nunca nos llegan a abandonar del todo. La sabiduría de Spielberg sabe rescatarlos, utilizarlos con habilidad y, de paso, crear nuevos temores en el público más joven.
Y es que Poltergeist se sitúa en un terreno difícil de acotar respecto a su público. Sin ser lo suficientemente «fuerte» como para estar dirigida exclusivamente a mayores de 18 años, sí puede matar de miedo a algunos niños (al menos a niños de aquellos años, los de hoy en día ni siquiera entenderán por qué nos daba miedo). ¿Es Poltergeist un film de terror para adultos? ¿Es «terror familiar»? ¿Es una película de fantasía y aventuras?
Destaca asimismo la profusión de efectos especiales, creados por la por entonces todopoderosa e imbatible compañía Industrial Light & Magic, con la supervisión de Richard Edlund (Star Wars, Indiana Jones, Los Cazafantasmas…). Poltergeist es un verdadero desfile con todos los efectos y trucos posibles: matte painting, maquetas, rotoscopia, ingenios mecánicos (incluyendo una habitación giratoria para que JoBeth Williams se suba por las paredes, literalmente). Este espectáculo saca de quicio a los fans más veteranos y puristas del cine de terror. En realidad, es muy cierto que los efectos especiales son los peores enemigos de las películas de fantasmas. Por muy bueno que sea un efecto, siempre parece un efecto, y se disipa la sensación de «realidad».
Poltergeist, pese a la falta de muertes y el show de luces y acrobacias, consiguió aterrorizar como pocas películas (e incluso todavía lo hace a día de hoy). Esto se debe a las numerosas ocurrencias de un guion que muchos consideran como caótico (?), pero especialmente a una excelente realización, que mantiene en todo momento la atmósfera hogareña-paranormal, con un equilibrio complicado de lograr.
Muchos de los golpes de efecto, además, no dependen del holgado presupuesto, sino que son sencillos técnicamente y asequibles para cualquier cineasta con imaginación. Como ejemplo, la secuencia de la cocina, en la que unas sillas se apilan sobre una mesa mientras están fuera cuadro. Una de las imágenes más recordadas cuya efectividad se debe, precisamente, a su sencillez. Y a una perfecta ejecución, claro; el ritmo y los movimientos de cámara y actores están medidos al milímetro para que el truco funcione.
Los actores están dirigidos con mimo y, si bien no hablamos de personajes sumamente complejos, todos se sienten como reales, incluso los más simples (el negligente promotor inmobiliario encarnado por James Karen) o los más extravagantes (la inolvidable médium Tangina, interpretada por la minúscula pero grandiosa Zelda Rubinstein).
La buena mano de Spielberg con los actores infantiles es visible en la actuación de Heather O’Rourke, que cumplió 7 años cuando se estrenó el film.
Repaso de los terrores infantiles, creadora de nuevos miedos, retrato generacional, aventura mística y canto a la unión familiar, entre otras cosas, Poltergeist es una película con una personalidad muy propia, que despierta odios y amores, pero casi nunca indiferencia (lo peor que le puede pasar a una película).
La leyenda negra y el secretismo han pesado mucho a la hora de valorar este largometraje. Sin embargo, eso le ha añadido un extra de inquietud a la experiencia, como lo hace la extraordinaria banda sonora de Jerry Goldsmith, tan atmosférica que prácticamente se convierte en un sonido paranormal más creado por los fantasmas y por la Bestia, esa indeterminada entidad (¿un demonio?) que utiliza a los espectros y a Carol Anne a su antojo, engañándolos con aviesas intenciones ‒aunque también algo indeterminadas‒. En las dos secuelas, muy inferiores aunque no faltas de interés, conoceremos la naturaleza de esa «Bestia», uno de los monstruos más memorables del cine de terror de los 80.
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