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Los sobrinos de la tía Vicky

Todo ha sido dicho y juzgado acerca de Victoria de los Ángeles, sobre el esmalte de un timbre que figura entre los más bellos de la historia del canto, la tersura de sus generosos registros, su cribada musicalidad, su cultura en estilos y lenguas, la sutileza de sus personificaciones, el enaltecimiento del repertorio español desde El Misterio de Elche hasta Las coplas del Babilonio.

Resulta preferible un perfil más personal, hecho por uno de los millones de quienes podemos considerarnos sobrinos de tía Vicky. En efecto, hay artistas que conservan en la plataforma del concierto la hierática impavidez de los dioses: Jessie Norman. O quienes se mantienen a una distancia sideral que el que escucha debe atravesar: Alfred Brendel. O en una pose desafiante de torero ante la temible bestia: José Cura. O con cierta molestia ante un recinto lleno de extraños: Matthias Goerne.

Victoria es todo lo contrario. Sale al escenario con cierto aire cohibido, como preguntándose qué hace toda esa gente en sus butacas. Enseguida imaginamos que ha acostado a los niños y puesto el asado en el horno. Esperando la hora de cenar con las visitas, nos ha de cantar alguna cosa. Y así aparecen HaendelBrahms y Granados.

Por arte de magia, el teatro se ha convertido en su salón, el de tía Vicky, y el público se compone de unos sobrinos que nos miramos como reconociendo nuestro aire de familia, el suyo, el victorial. Porque pocas veces hemos asistido a una tan cabal victoria de los ángeles, a un veraz triunfo angélico, como cualquiera de sus recitales.

Por unos momentos, que perdurarán para siempre en la memoria, pudimos integrarnos, música mediante, en la familia de la Humanidad. Es el truco aliado al prodigio que sólo pueden celebrar los grandes. En el caso de tía Vicky, con la imbatible seducción cuya máscara es la timidez.

Me permito recordarla, allá por 1952, en Buenos Aires, bajando de la diligencia de Manon en la hostería de Arras. Toute alourdie, toute étourdie. Realmente, parecía una asustada niña de provincias que, sin darse cuenta, iba a conquistar a la gran ciudad. Conquistó al mundo y nosotros, con ella.

Imagen superior: Victoria de los Ángeles, fotografiada por Allan Warren.

Copyright del artículo © Blas Matamoro. Este artículo fue publicado previamente en ABC y se reproduce en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")