Aunque no contiene un solo plano que me interese cinematográficamente, Gone Girl es un producto letal que funciona de principio a fin. Si la novela original era un extraordinario análisis de la rutina matrimonial camuflado como thriller de falso culpable (y falsísimo procedimiento policial), este no menos controvertido blockbuster es un thriller de falso culpable con alma de comedia negra acerca de la manipulación de los medios de comunicación sobre las masas, destacando en este caso la connivencia de esas mismas masas. O sea, de todos nosotros.
El estreno de Perdida ha levantado polvareda tan sólo porque su brillante escritora-guionista, Gillian Flynn, hace víctima de la sociedad a un hombre hetero, acosado por los (¿nuevos?) estereotipos de género que condenan o victimizan de antemano, impuestos por los mismos atolondrados mass media que explotan eróticamente a la mujer sin ningún rubor ni remordimiento cuando están en “modo frívolo”, para a continuación convertirla automáticamente en estereotipo de víctima cuando están en modo “dramático”…
Curioso que Gone Girl denuncie exactamente lo mismo que la sueco-danesa La caza (Jagten) denunciaba hace dos años, en esa ocasión aplicando su precursora lupa al pánico social e impermeabilidad a la duda desatados en torno a la sospecha de pederastia. Y como se dice aquí respecto a la deslumbrante antiheroína bigger-than-life de Perdida, “la idea de que cada retrato (ficcional) de una mujer debe ser el de una mujer ideal, concebida para representar a todas las mujeres, es enemiga del arte”. Pese a lo cual, muchas posfeministas ya están adoptando también a Amy (interpretada por Rosamund Pike) como ídolo propio debido a su magnética audacia y poder de resolución.
Pero el filme de Fincher también saca a la luz cómo los medios que nos rodean mienten para que no haya excepciones a la regla impuesta, para que su sensacionalismo manipulativo no quede expuesto ni tampoco sea posible poner en evidencia lo fácil que resulta engañar a la opinión pública, que por lo habitual se reconoce incapaz de cuestionar los lugares comunes (o desinteresada en hacerlo): la falsedad es rentable. Muchos periodistas lo saben. La película también lo sabe y se ríe cínicamente del asunto, haciendo de la ausencia de inocencia su mayor baza.
Y esgrimiendo alegremente una moraleja difícil de asimilar por todos y que el protagonista aprende rápido: que la sociedad te acepta a condición de que mientas.
Sinopsis
Tomando como punto de partida el recital del género del thriller que se convirtió en un éxito editorial de lectura obligatoria, nos llega la versión cinematográfica de Perdida, dirigida por David Fincher, una desbocada carrera a través de nuestra moderna cultura mediática que nos lleva hasta las oscuras y profundas líneas de falla de un matrimonio norteamericano, con todas sus promesas en las que no se puede confiar, sus inevitables engaños y su comedia negra como el azabache.
La pareja situada en el centro del relato –el antiguo escritor neoyorquino Nick Dunne y su esposa y ex «niña guay», Amy, que ahora tratan de llegar a fin de mes en un Medio Oeste que se halla en mitad de una recesión–, presenta todo el sinuoso contorno externo de la perfecta felicidad matrimonial contemporánea. Pero con ocasión de su quinto aniversario de boda, Amy desaparece y ese contorno se resquebraja formando un laberinto de fisuras. Nick se convierte en el principal sospechoso, envuelto en una niebla de comportamiento equívoco. Amy se transforma en el cacareado objeto de un frenesí mediático, mientras que su búsqueda (esté viva o muerta) se desarrolla ante los ojos de un mundo sediento de revelaciones.
Al igual que Nick y Amy personificaban la pareja romántica quintaesenciada, la desaparición de Amy presenta todos los indicios de un emblemático crimen doméstico norteamericano. Pero la desaparición de ella se convierte en una especie de laberinto de espejos en el que unos secretos tentadores y salvajes conducen a otros secretos salvajes y tentadores. Los acontecimientos que se desarrollan están repletos de sobresaltos y complicaciones, pero las dudas que permanecen son de las que, cortando con precisión de bisturí, llegan hasta el hueso: ¿Quién es Nick? ¿Quién es Amy? ¿Por qué formamos cualquiera de nosotros parte de matrimonios –y de una sociedad– edificados sobre una precaria base de imágenes proyectadas y disfraces?
Al publicarse en 2012, la novela de Gillian Flynn Perdida se convirtió en un extraño fenómeno: un éxito editorial veraniego angustioso y enormemente popular, que también era el tema de conversación en el mundo literario.
El libro fue alabado no sólo por su incesante suspense, sino también por su ingenio narrativo y su disposición a sondear las profundidades más turbias de la conducta humana, forcejeando con las irregulares líneas que separan el matrimonio de la posesión, la vida pública de la privada, y el señuelo del artificio del resplandor de la verdad. Incluso en el género de la ficción policiaca destacaba por fusionar a dos narradores clamorosamente indignos de confianza y enfrentados –las dos mitades del matrimonio roto–, que se manipulan mutuamente, enredando al lector en sus telarañas de engaño.
La novela contenía una experiencia visceral y cinematográfica aunque repleta de escollos a la hora de adaptarla a la pantalla. Tan fuertes eran las voces del libro que parecía improbable que nadie pudiera jamás adaptarla tan bien como su autora. Por suerte, Flynn estaba dispuesta a hacerse cargo de la gigantesca tarea y presentó un guión que redujo la esencia de su novela interior, hábilmente tramada, a una adecuadísima estructura.
Luego se produjo la sinergia entre Flynn y el director David Fincher. El emparejamiento de la perspicacia inmisericorde de Flynn con la narración visual hábilmente atmosférica de Fincher, dio lugar a una potente mezcla con la suma del humor negro que impregna el relato; y su enfoque sesgado del matrimonio, la celebridad y el modo como damos forma una y otra vez a la historia de nuestra vida.
«Era como si David interpretara lo que Gillian había escrito y, luego, esa interpretación fuera nuevamente sometida a Gillian cuando ella la recogía sobre el papel», dice Ben Affleck. «Y durante ese proceso se añadió todavía más ingenio, más contenido sarcástico, y un gran número de notables observaciones. Todo ello encaja verdaderamente con la obra de David y tiene esa distintiva combinación de ser a la vez divertido y vigorizante».
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