Jo Nesbø es una de las personalidades creativas más pintorescas, polifacéticas y carismáticas de su país natal, Noruega. Antiguo futbolista profesional y aficionado a la escalada, compositor y vocalista en un grupo musical, tiene una licenciatura en Economía y trabajó como bróker bursátil y economista antes de darse a conocer mundialmente como escritor con sus novelas policiacas del detective Harry Hole, que han vendido más de 20 millones de ejemplares y se han convertido en los máximos representantes de la nueva novela negra nórdica.
Uno de sus libros, Headhunters (2008), fue adaptado al cine con el mismo título en 2011 con notables resultados. Y con la popularidad de Nesbo en continuo ascenso, no es sorprendente que más proyectos audiovisuales lo buscaran como inspirador o colaborador. Y ese es el caso de la serie televisiva Occupied, cuyos primeros episodios escribió Nesbø en 2008 pero que no vio la luz hasta 2013, desarrollada por Erik Skjoldbjaerg y Karianne Lund y producida por Yellow Bird, conocida sobre todo por sus series policiacas Wallander y la trilogía de Millennium.
En un futuro cercano, el mundo está sumido en una profunda crisis económica causada tanto por el cambio climático como por la escasez energética. El principal productor y proveedor de petróleo y gas para el continente europeo es Noruega, que continúa explotando los yacimientos del Mar del Norte. Sin embargo, la subida al gobierno de ese país del nuevo primer ministro, Jesper Berg (Henrik Mestad), lleva consigo un cambio de política: de acuerdo con el ideario del Partido Verde al que representa, anuncia que se va a dejar de explotar el petróleo y el gas nacionales puesto que no hacen sino agravar el problema climático global; a cambio y liderando con el ejemplo, anuncia que todos los recursos del país se invertirán en la generación de electricidad a partir de la fisión del torio, un elemento metálico moderadamente radioactivo y tres veces más abundante en la Naturaleza que el uranio. Además, genera menos residuos y sus reactores son más seguros.
Este cambio de paradigma alarma sobremanera al resto de Europa. A pesar de las seguridades de Berg respecto a que suministrará sin condiciones energía al continente y que apoyará tecnológicamente a otros países en el inevitable proceso de reconversión tecnológica que tendrán que afrontar, los líderes políticos europeos entienden que no van a tener tiempo para asumir un cambio semejante. Lo más probable es que se hundan económicamente todavía más, lo que a su vez provocará inestabilidad social y política. Es un riesgo que no están dispuestos a correr.
Y así, mientras inaugura la primera central energética de torio, Berg es secuestrado por un comando del ejército ruso. En el helicóptero, le ponen en comunicación con el presidente de la Comisión Europea (de la que Noruega no forma parte), que le informa de que los países miembros no están dispuestos a permitir la paralización de la extracción de petróleo noruego y que, de no reanudarla, han pactado con el gobierno ruso la invasión de ese país. A continuación, lo dejan en libertad.
Berg encuentra que no tiene opción. Noruega no es rival militar para Rusia y Estados Unidos se pone de perfil en todo el asunto. Así que permite que técnicos de Moscú se hagan cargo de las plataformas marítimas de extracción y somete a su gabinete a la supervisión directa de la embajadora rusa en Oslo, Irina Sidorova (Ingeborga Dapkünaité). Esto, por supuesto causa un profundo impacto en la sociedad noruega a todos los niveles. A pesar de las promesas de Berg respecto a la transitoriedad de la situación, se desencadena una crisis política y se movilizan sectores del ejército para crear Free Norway, un movimiento clandestino y paramilitar de resistencia armada que empieza a atentar contra personal ruso.
A partir de esa premisa de partida, las tres temporadas de la serie (de diez, ocho y seis episodios respectivamente) irán narrando el desarrollo de esa ocupación a través de los ojos de varios personajes que proporcionan diferentes perspectivas sobre la situación. Uno de ellos, por supuesto, es el propio Berg, cada vez más acorralado e insatisfecho consigo mismo hasta el punto de que acabará pasando a la clandestinidad y dirigiendo la resistencia desde el extranjero, perdiendo por el camino su vida familiar.
Hans Martin Djupvik (Eldar Skar) era guardaespaldas de Berg pero tras la ocupación pasa a ser investigador de las fuerzas de seguridad con una labor delicada y nada envidiable. El gobierno es consciente de que los rusos utilizarán cualquier provocación como excusa para invadir militarmente el país, desarticular las instituciones y tomar plena posesión del territorio y sus recursos. Así que da órdenes a la policía de acabar con cualquier organización que pretenda atentar contra los rusos, directrices que no gustan demasiado en esa institución. Djupvik frustra el asesinato de Sidorova por parte de un guardia real y gracias a ello es escogido por los rusos como enlace entre las fuerzas de seguridad de ambos países. El trabajo de vigilar a aquellos de sus compatriotas opuestos a la ocupación no le granjea el respeto de sus propios colegas por mucho que él crea honestamente que está ayudando a su país. Su esposa, Hilde (Selome Emnetu), tendrá que afrontar sus propios desafíos cuando se trate de respetar los derechos de todos los residentes en Noruega, nativos u ocupantes.
Thomas Eriksen (Vegar Hoel) es un periodista que descubre que la presencia rusa en Noruega va incrementándose de forma secreta e insidiosa. El ejército ruso ayuda a atravesar por la frontera común, en el norte, a inmigrantes ilegales que van instalándose en diferentes estratos de la sociedad noruega. Sordo a las explicaciones de Berg aduciendo la imposibilidad de resistencia ante un gigante como Rusia, Eriksen arriesga su vida al adoptar una postura beligerante contra el gobierno noruego, al que en sus entrevistas y artículos acusa de blando, cooperador y traidor a sus propios principios y al pueblo que representa.
La esposa de Eriksen, Bente (Ane Dahl Torp), regenta un restaurante en horas bajas por la crisis que azota al país pero con la llegada de los rusos, el local remonta. Sus comensales pasan a ser los miembros de los servicios secretos rusos cuya sede está enfrente, clientes regulares que gastan generosamente. Con ello salva la economía familiar pero agrieta su relación matrimonial y la convierte en objetivo de los militantes de Free Norway.
Utilizando como vehículos tanto estos personajes principales como otros muchos secundarios, la serie va planteando conflictos a múltiples niveles: entre gobiernos, en el seno del propio gabinete noruego, entre el gobierno y los medios de comunicación, entre el ejército y las autoridades civiles… y, claro, entre los propios ciudadanos.
Occupied es un drama político futurista que apenas tiene detalles abiertamente imaginarios. Tanto lo que se cuenta como la forma en que se cuenta es muy realista, sobrio incluso. No hay tecnología llamativa ni ideas de altos vuelos, sino la descripción de un seísmo geopolítico que fuerza un profundo cambio en las relaciones internacionales y la orientación de la Unión Europea. No hay acción en dosis abundantes (aunque sí dosificada en escenas bien orquestadas y realizadas con bastantes medios) ni un ritmo frenético. Como algunos programas policiacos de corte procedimental, son más importantes los diálogos que la acción física, pero eso no significa que el ritmo sea lento o que no ocurra gran cosa. Todo lo contrario, la trama evoluciona sin pausa y, de hecho, cada episodio está separado un mes –en tiempo ficticio– del anterior y el posterior, lo que permite ir avanzando con rapidez y descubrir los cambios que se producen en Noruega y las diferentes tensiones con Rusia, haciendo sobre todo hincapié en el aspecto humano.
Hay algunos agujeros en el planteamiento inicial. Por ejemplo, ¿por qué no espera Noruega a dominar la tecnología del torio antes de tomar una decisión tan radical y con consecuencias internacionales tan graves como es la paralización de la explotación de sus hidrocarburos? Pero si se pasa por alto la implausibilidad de la premisa, ésta da pie a explorar algo menos inverosímil y más interesante: cómo puede ejecutarse la invasión “blanda” de un país y qué consecuencias se derivarían a diferentes niveles de la misma. Los rusos no llegan a Noruega con tanques o bombarderos. Empiezan por hacerse con el control del principal recurso energético y económico del país para luego, poco a poco y conforme las autoridades noruegas tratan de apaciguarles tras cada crisis o tensión entre ambos bandos, recortar la soberanía de las instituciones noruegas.
Ese proceso de enquistamiento, no obstante, es tan sutil que resulta visible solo para algunos testigos privilegiados de la situación y no tanto para los ciudadanos corrientes, que no ven sus vidas demasiado alteradas. Eso es lo que le permite a Berg defender su decisión ante la opinión pública, presentando la invasión como una alianza que ayudará a reactivar la economía de Noruega. Poco a poco, el espectador va descubriendo cómo una sociedad democrática va corroyéndose moralmente a causa de los compromisos cotidianos que personas corrientes se ven obligadas a asumir.
No puede extrañar que Occupied haya provocado bastante polémica por la forma que tiene de presentar a los rusos. De hecho, el gobierno de ese país presentó, a través de su embajada en Oslo, quejas al respecto, argumentando que la serie presenta una visión de Rusia abiertamente sesgada y lastrada por los prejuicios. «Asustan a los noruegos», decía el comunicado, “con una amenaza inexistente extraída de las peores tradiciones de la Guerra Fría”. Era una declaración que integraba los tres elementos principales en la propaganda rusa del siglo XXI: el victimismo por los abusos y presiones de Occidente; el recordatorio del importante papel y el sacrificio de Rusia en la Segunda Guerra Mundial; y la negación de que Moscú constituya amenaza alguna para los países de la zona. Y, al menos en este último punto, los noruegos no están de acuerdo con ellos a tenor de las encuestas realizadas.
Cabe preguntarse el por qué de tal reacción. Al fin y al cabo, el villano «ruso» ha sido profusamente utilizado por el cine americano y británico durante décadas; y cuando la Guerra Fría llegó a su fin, el espía o el apparátchik fueron sustituidos por los gangsters, mafiosos, militares lunáticos y tiburones empresariales. ¿Por qué no protestó Rusia por la forma en la que era retratada en todas esas ficciones? El hacerlo ahora y contra un programa cuyo único objetivo es entretener no hace sino llamar todavía más la atención y suscitar mayor interés por aquél. Al fin y al cabo, en un drama político de escala internacional siempre tiene que haber un villano y Rusia es un blanco fácil gracias tanto a su pasado como a su presente.
En los últimos tiempos, han vuelto a reaparecer tensiones en el continente europeo a tenor de la firmeza que el gobierno de Moscú quiere exhibir en su política internacional. Las violaciones rusas de los espacios aéreos y marítimos del Báltico y Escandinavia son frecuentes; sus maniobras en los países limítrofes y los métodos que ha utilizado para resolver sus problemas con ellos o defender sus intereses son, como mínimo, cuestionables; y no hace demasiado se filtró que uno de los juegos de guerra que habían realizado las tropas rusas había consistido en la conquista de la capital estonia, Tallinn, en solo sesenta horas. Por no mencionar, que el gas ruso, transportado vía gasoducto, obliga a países como Alemania (con una dependencia completa de Rusia para el suministro de ese hidrocarburo), a mirar hacia otro lado cuando se trata de abusos del Kremlin.
Todo esto le da a Occupied un viso de autenticidad que ha tocado una fibra sensible en Noruega. Poco después de que Rusia se anexara la península de Crimea en 2014, Jo Nesbø declaró en una entrevista: «Creo que el sentirnos a salvo y creer que las cosas no pueden cambiar es un espejismo (…) Y eso asusta, porque las cosas sí pueden cambiar muy rápido. En Escandinavia damos todo por sentado».
Por otra parte, no son los rusos los únicos que Occupied deja en mal lugar. La Unión Europea y los Estados Unidos actúan como instigadores y cómplices de una agresión sin precedentes que socava todo el derecho internacional y sienta un peligroso precedente: subordinar la política y soberanía de un país a los intereses económicos y políticos de otros, por la fuerza si es necesario, propiciando la tiranía y la vulneración de derechos fundamentales. En el caso de Estados Unidos y en este panorama futurista pero no inverosímil, ha logrado recientemente la autonomía energética (cosa que a estas alturas ya es una realidad) y se ha retirado de la OTAN, defendiendo exclusivamente sus propios intereses y abandonando, si así lo considera conveniente, a sus antiguos aliados.
Pero es que, además y en el caso particular de Noruega, la premisa de la serie resulta más verosímil de lo que podría parecerle a un espectador de otra nacionalidad. Porque entre 1942 y 1945, el país estuvo dirigido por Vidkun Quisling, al frente de un gobierno colaboracionista con los nazis que revocó la autoridad del monarca noruego (quién se exilió a Gran Bretaña tras negarse a transigir con las exigencias alemanas de abdicación), prohibió la acogida de judíos refugiados de la persecución nazi y envió soldados noruegos al frente oriental. Al término de la Segunda Guerra Mundial, Quisling fue ejecutado, pero su recuerdo permanece como una sombra de vergüenza sobre la historia reciente del país. Bajo esa luz, por tanto, Occupied, adquiere un significado distinto al proponer una repetición de ese lamentable periodo histórico con el marco de una crisis energética en vez de una guerra y sustituyendo a los nazis por los rusos.
La idea central de la serie (¿cómo se comportaría la sociedad e instituciones noruegas ante una ocupación extranjera pacífica? ¿Hasta dónde debe llegar ésta para justificar una resistencia armada?) está inspirada asimismo en ciertos hechos de la historia y la política escandinavas del último siglo. Tras la Segunda Guerra Mundial y ante el agresivo expansionismo ruso, Finlandia firmó tratados con la Unión Soviética en virtud de los cuales cedía la soberanía de amplios territorios (la actual república de Karelia, dependiente de Rusia); rechazó el Plan Marshall y proclamó su neutralidad en la esperanza de que el vecino comunista no interferiría en sus asuntos y respetaría su neutralidad. Esa tendencia a evitar cualquier declaración o política que pudiera ser interpretada como antisoviética fue peyorativamente bautizada por los periodistas alemanes como “Finlandización» y ha pasado a la terminología política para designar aquel fenómeno por el cual un país pequeño lindante con otro mucho mayor y expansionista, acepta una reducción de su soberanía a cambio de mantener cierto grado de autonomía.
Aunque muchos fineses defienden las decisiones de sus gobiernos de la Guerra Fría en términos pragmáticos y como las mejores posibles de una poco envidiable panoplia de alternativas, ha habido también quien ha señalado las consecuencias negativas que se derivaron de las mismas. En aquella época, Finlandia difícilmente podía ser considerada una democracia modélica. La Unión Soviética ejercía poder de veto oficioso sobre la composición del gobierno y ordenaba a su subordinado, el presidente Urho Kekkonen, que silenciara las voces de los partidos críticos con la influencia de Moscú. Kekkonen, cuya fructífera relación con la KGB pudiera haber tenido también una vertiente pecuniaria, sirvió como presidente y pseudomonarca de Finlandia durante 26 años. Los desertores del régimen soviético que tenían la mala idea de huir a Finlandia, eran deportados regularmente y los medios de comunicación fineses aceptaban de facto la censura en lo tocante a su opresor vecino.
Una serie como Occupied sería, todavía hoy, difícil de producir en Finlandia, que treinta años después de finalizar la Guerra Fría todavía no ha sido capaz de afrontar el coste ético, individual y colectivo, de la “finlandización». Dado que ambas partes consideran exitosa aquella componenda (Finlandia prosperó económicamente y Rusia la mantuvo bajo su sombra), no es de extrañar que el Kremlin trate de articular el mismo plan con otras naciones limítrofes. Y mucho de eso hay en la serie que ahora tratamos.
Occupied adopta el estilo de otras series nórdicas muy populares como el drama político danés Borgen (2010-2013) y expande su escala añadiendo acción y múltiples niveles narrativos que, como he dicho, aportan una visión amplia de las consecuencias sociales, políticas y personales de la invasión rusa. Es más, conforme avanza la historia, ésta se abre para acoger otros países y ampliar su universo (los productores consiguieron incluso convencer a la BBC para colaborar como medio principal de información internacional sobre los sucesos ficticios que se narran en la serie). Algunos personajes principales de la primera temporada mueren o quedan relegados a secundarios en la segunda y viceversa; y en lugar de quedarse estancada en la resistencia noruega contra la ocupación rusa, la historia evoluciona y plantea nuevos escenarios y dilemas éticos y políticos…que no voy a revelar aquí para no estropear el visionado a aquellos lectores que desconozcan el producto pero puedan estar interesados en él.
La serie tiene un tono visual y una estética muy distintos a los de las producciones norteamericanas o británicas. La cuidada fotografía, en la que dominan los tonos grises y azulados, captura la especial luminosidad nórdica según la estación del año así como paisajes naturales y urbanos diferentes a los que estamos habituados a ver. Lo mismo puede decirse de los actores, en general todos muy sólidos, cuyos desconocidos rostros –para los espectadores no escandinavos, claro– aportan un grado extra de verosimilitud a sus personajes. Eso sí, su estoicismo nórdico puede hacer algo difícil para algunos espectadores conectar con ellos. Todo el conjunto tiene un cierto aire austero y contenido, distante incluso, no tanto consecuencia de un presupuesto ajustado (ha sido la serie más cara de la historia de la televisión noruega) como, sospecho, reflejo estético del propio espíritu nacional.
No todo en la serie es notable. La tercera temporada es la más irregular y aunque sigue siendo entretenida, toma cierta deriva un tanto inverosímil, con la muerte de un personaje principal y el giro radical de otro (que, tampoco aquí, desvelaré). Se cierra la trama primaria relativa a la ocupación rusa y se abren otras en direcciones diferentes pero el sexto y último episodio no ofrece un final propiamente dicho. Está por ver si se produce una cuarta temporada.
Por otro lado, no debería acercarse a esta serie quien espere un producto optimista o se deprima fácilmente. Porque Occupied presenta un futuro desesperanzador en el que la crisis económica y medioambiental ha llevado a la desintegración de los valores democráticos y donde los ideales y la ideología son sofocados por el gangsterismo de políticos hipócritas ante la indiferencia internacional. Tampoco a los personajes se les permite alcanzar la paz y resolver de una vez por todas sus problemas. Algunos mueren asesinados o por su propia mano, otros se ven obligados a exiliarse, son traicionados o amenazados, sus familias se desintegran… No hay final feliz para ninguno de ellos ni tampoco una fácil, o al menos incondicional, identificación por parte del espectador común. Los personajes evolucionan con los acontecimientos y combinan momentos de valentía, honestidad y heroísmo con otros en los que su actitud y comportamiento son abiertamente reprobables. Ni todos los rusos son unas bestias pardas ni todos los noruegos unas víctimas dignas de compasión. Aunque no frecuentes, se forman lazos de comprensión y sentimentales entre las dos comunidades. Hay rusos que se integran bien en la sociedad noruega y que comprenden los sentimientos de animadversión hacia ellos; y noruegos radicales que encuentran en la causa de la liberación una salida para sus pulsiones más violentas. Son, en definitiva, personajes más humanos y mucho más grises de lo que suele verse en las series dramáticas más corrientes.
La historia y ficciones europeas están llenas de cicatrices dejadas por siglos y siglos de guerras intestinas. Sobre todo, después de la Segunda Guerra Mundial, el cine y la literatura han ofrecido incontables historias sobre la resistencia ante el invasor y la colaboración con el mismo. Occupied aporta un nuevo giro argumental y estético a estas narrativas clásicas y refleja a la perfección las nuevas ansiedades que despierta la inestabilidad geopolítica provocada por las crisis económicas, el cambio climático, la inmigración masiva, una Rusia cada vez más fuerte y agresiva y unos Estados Unidos progresiva y voluntariamente más apartados del escenario europeo. Una ciencia ficción, en definitiva, en el límite de no serlo.
Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Descubre otros artículos sobre cine, cómic y literatura de anticipación en nuestra sección Fantaciencia. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción, y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.