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«La nave estelar» (1958), de Brian Aldiss

Las historias cortas de Robert A. Heinlein «Universo» y «Sentido común» (ambas de 1941), establecieron el tema de la «nave generacional»: cubrir las grandes distancias estelares a velocidades inferiores a las de la luz lleva tiempo y la única manera de salvarlas es poblar gigantescas naves con familias que viven y mueren en la astronave, generación tras generación. En estas historias, sus pasajeros a menudo no se dan cuenta de que se hallan en el interior de un vehículo y han olvidado su misión y su destino, limitándose a sobrevivir.

Uno de los primeros clásicos de esta modalidad de space-opera fue el debut editorial de Brian AldissLa nave estelar (que en Inglaterra se titula Non-Stop). Aldiss reconocía su deuda con las historias de Heinlein, que le habían servido de inspiración; pero, al mismo tiempo, había querido dotar de mayor profundidad y expresión a los personajes y su entorno. Y, efectivamente, el escritor británico se aparta del tono épico pero algo frío de Heinlein para darnos su propia versión de una historia por lo demás bien poco heroica.

El punto de partida se sugiere claramente al lector: hace generaciones, algo salió mal en una nave-colonia que transportaba a miles de personas hacia un nuevo mundo. Sus descendientes se han degradado al nivel de civilización más primitivo y han perdido no sólo todo conocimiento tecnológico, sino la memoria de sus orígenes. Divididos en tribus aisladas, repartidas por diferentes zonas de la gigantesca nave, su mundo se reduce ahora a un entorno artificial de corredores, pasillos y estancias cubiertas por «pónicos» (vegetales de rápido crecimiento que medran con luz artificial formando una espesa jungla). No tienen ni idea de que todo lo que conocen está contenido en un gran vehículo que se mueve entre las estrellas. Se limitan a proteger sus fronteras de otros grupos, trasladándose lentamente de una zona a otra, explorando nuevas secciones y quemando todos los hallazgos que pudieran amenazar su comprensión del mundo.

El libro comienza despacio, describiendo la vida y disputas de Roy Complain, miembro de la tribu Greene. Cuando los hombres de otra tribu secuestran a su mujer, su descontento con el grupo se iguala a su curiosidad, y escapa a lo desconocido junto a un sacerdote sediento de poder llamado Marapper y otros tres hombres. Sólo el sacerdote comprende que están dentro de algo llamado «nave» y su intención es dirigirse a un lugar llamado «Adelante» para averiguar la verdad última. Roy y sus compañeros encontrarán en su viaje otras tribus, mutantes, «Gigantes» –los hombres originales, de mayor estatura, que habitaron la nave generaciones atrás y que han cobrado dimensión mítica–, ratas mutantes inteligentes y claustrofóbicos paisajes resultado de la fusión entre lo artificial y lo natural. Cuando llegan a su destino, encuentran que la tribu de «Adelante» es más avanzada, limpia y organizada, pero tampoco han conseguido sustraerse del todo al caos y la ignorancia que rigen en la nave.

La novela abre con un ritmo lento, disponiendo la escena y los personajes. A medida que éstos van avanzando en su viaje y se van produciendo más revelaciones, la acción se acelera de forma ininterrumpida hasta el emocionante e inesperado desenlace. Bien escrito y con una buena caracterización de personajes, La nave estelar es, además, una obra inusualmente oscura y trágica para lo que era habitual en la ciencia-ficción de los cincuenta: no sólo la astronave tiene una atmósfera pesadillesca, incluso infernal (hombres desfigurados, corredores opresivos bloqueados por plantas hidropónicas, moscas omnipresentes, tribus de hombres embrutecidos que matan a los niños con alguna degeneración, inquietantes religiones…), sino que es una historia sin héroes.

El protagonista, Roy Complain, es cobarde, indeciso, rencoroso y no muy inteligente –aunque su complejidad y madurez mejoran conforme discurre el relato–, características en mayor o menor medida compartidas con el resto de los personajes. El sacerdote Marapper es un megalomaniaco insoportable, los adelantinos resultan ser en el fondo tan salvajes como sus enemigos… Son seres humanos ordinarios que tratan de adaptarse a un entorno extraordinario y Aldiss no pretende que caigan simpáticos. Esa hubiera sido la estrategia más sencilla, como lo hubiera sido el final claramente feliz, optimista y con moraleja, cosa que Aldiss tampoco nos ofrece. Incluso la idea de una nave generacional acaba resultando desagradable, enfermiza y peligrosa («sólo una era tecnológica podía condenar a varias generaciones futuras a nacer en ella»). Por otra parte, algunos de los extraños detalles e imágenes que salpican el libro (como las ratas mutantes o los conejos telépatas) se convertirían en característicos de la ficción de Aldiss y heraldos de su integración en la New Wave durante los años sesenta.

Merece comentario aparte la identificación de la religión como indicador del subdesarrollo de una sociedad primitiva, algo común en la ciencia-ficción y que a menudo se usó en las narraciones de las revistas pulp para definir el estado sin civilizar de una sociedad alienígena. Aldiss describe la religión de los habitantes de la nave como un conjunto de Enseñanzas inspiradas en las ideas mal comprendidas de una sagrada trinidad de antiguos psiquiatras llamados Froyd, Yung y Bassit, y predicadas por sacerdotes que mezclan el psicoanálisis con los rituales («démonos a la cólera mientras podamos, y descargando así nuestros impulsos mórbidos podamos vernos libres de conflicto interior»). Es superstición anticientífica, algo de lo que la sociedad debe librarse, aunque al mismo tiempo Aldiss admite que la religión en la Tierra aún pervive y que las Enseñanzas, aunque falsas, probablemente ayudaron a sobrevivir a los habitantes de la nave.

Puede que La nave estelar no sea el primer libro que aborde el tema de las astronaves generacionales, pero probablemente sea el mejor y más convincente. Y así se reconoció ya en su momento: Aldiss recibió el premio al Autor Novel más Prometedor en la Convención Mundial de CF de aquel año. Hoy, una primera edición de este libro de 1958, editado por Faber and Faber, está valorada entre 1.000 y 1.300 dólares.

Un libro clásico e imprescindible de la Edad Dorada de la ciencia-ficción, cuando importaban más las ideas, la filosofía y el mundo interior que los ciberpunks, la realidad virtual y los robots asesinos con cuerpos femeninos.

Copyright del artículo © Manuel Rodríguez Yagüe. Publicado previamente en Un universo de ciencia ficción y editado en Cualia con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Manuel Rodríguez Yagüe

Como divulgador, Manuel Rodríguez Yagüe ha seguido una amplia trayectoria en distintas publicaciones digitales, relacionadas con temas tan diversos como los viajes ("De viajes, tesoros y aventuras"), el cómic ("Un universo de viñetas"), la ciencia-ficción ("Un universo de ciencia ficción") y las ciencias y humanidades ("Saber si ocupa lugar"). Colabora en el podcast "Los Retronautas".