Es complicado que la imagen de un cadáver esquelético nos invite a bailar alegremente. Sin embargo, desde hace más de medio milenio, las artes gráficas europeas han imaginado la danza de la muerte como un tango entre los vivos y los muertos. Allison C. Meier sigue la evolución histórica de este asunto y descubre cómo, en tiempos de enfermedad, guerra y desigualdad económica, el grabado se convirtió en un medio para criticar los males sociales y para reflexionar sobre las nuevas formas de devastación.
Percy John Delf Smith, «Death Intoxicated», 1919.
En las trincheras del Frente Occidental de la Primera Guerra Mundial, el artista británico Percy Smith experimentó de primera mano la novedosa violencia de la guerra moderna. Mientras servía como artillero en el Cuerpo de Marines Reales, dibujó a escondidas los árboles despedazados y a tierra devastada entre las trincheras, así como los cuerpos de los soldados que quedaron abandonados donde cayeron, en tierra de nadie.
Más tarde, Smith elaboró una colección de siete grabados, reconvirtiendo una alegoría visual centenaria para transmitir los horrores del campo de batalla. En cada pieza en The Dance of Death, 1914–1918, una figura esquelética, envuelta en una mortaja, merodea entre los soldados y marcha junto a sus filas, a la vez que contempla el paisaje teñido con trincheras y alambradas.
En el último grabado, “Death Intoxicated”, la Muerte se regocija por el derramamiento de sangre. Con sus huesudos brazos alzados, se despoja del sudario y baila por el campo de batalla, donde hombres con máscaras antigás y armados con bayonetas cargan hacia su destino (1).
Smith está lejos de ser el primer artista en usar la danza de la muerte para representar estas defunciones en masa (2). Dicha alegoría se remonta a la Europa medieval. Más que un memento mori, se trata de una figura que recuerda al individuo su inminente final.
La danza macabra representa los particulares peligros de la vida humana en una época concreta. Quizás por este motivo, el grabado, que permite una difusión más rápida y amplia que la pintura, ha sido con frecuencia uno de los medios predilectos a la hora de mostrar esa danza.
A lo largo de más de medio milenio, diversos artistas han recurrido a las posibilidades de producción en masa de la imprenta para distribuir con rapidez versiones actualizadas de este tétrico vals, que refleja las desgarradoras circunstancias de su momento histórico.
Algunos expertos suelen citar un mural de 1424-25, pintado en el Cementerio de los Santos Inocentes de París, como la primera representación visual conocida de la danza de la muerte. Por aquel entonces, esta alegoría ya había aparecido en obras de teatro medievales.
El mural fue pintado en las hornacinas del osario del cementerio. Pero el camposanto del siglo XV no era el rincón sombrío que cabría imaginar (3). Frente este cementerio se situaba antaño un bullicioso mercado. La vida y la muerte pasaban a diario junto a las tumbas y los esqueletos pintados. De ese modo, la delgada frontera entre este mercado y el cementerio se hacía eco de la cadena mortal que se convertiría en el leitmotiv de la danza. En el mural, los esqueletos y los vivos se toman de la mano, en una representación de todas las clases sociales -emperadores y pastores, clérigos y tenderos-, acompañados de versos instructivos.
Esta escena alentaba al espectador a ser piadoso con el tiempo que le quedaba y a tener en cuenta la salvación de su alma. Parecía decir que la clase, el estatus, la riqueza y el éxito son algo pasajero.
Sin duda, hay algo subversivo en imaginar la muerte como una danza: tomar un movimiento rítmico colectivo, normalmente asociado a la alegría -hay esqueletos felices, tañendo instrumentos musicales. y utilizarlo como recordatorio de que todas las personas se encaminan hacia el mismo final.
Xilografía atribuida a Pierre Le Rouge, basada en el mural del Cementerio de los Santos Inocentes, en una edición de 1490 de ‘La danse macabre nouvelle’ de Guy Marchant.
La danza de la muerte del Cementerio de los Santos Inocentes fue destruida en 1669 como parte de un proyecto de ensanche de calzadas, pero perduró como una fuerza cultural a través de diversos libros del siglo XV que difundieron réplicas del mural por toda Europa.
Estas imágenes inspiraron otras imitaciones, tanto textuales como visuales. En 1485, el impresor de libros parisino Guy Marchant ideó una influyente edición, La danse macabre nouvelle, en la que combinaba xilografías -un tipo de grabado en madera- con textos basados en las inscripciones del mural del camposanto.
En un raro ejemplar de la edición de 1485, en posesión de la Biblioteca Municipal de Grenoble, se representan varios personajes, entre ellos un cardenal, un rey, un médico e incluso un niño. Todos se ven obligados a bailar junto a cadáveres. Estos últimos portan palas para las tumbas y vemos cómo la piel aún se aferra alrededor de sus sardónicas sonrisas. Tanto La Mort (La Muerte) como cada una de las figuras que representa diferentes clases sociales y oficios dialogan en verso.
En un fragmento, La Mort habla con La Maistre (un astrólogo) y le dice: «Maestro, ni su mirada al Cielo, / Ni todos tus conocimientos, / Pueden retrasar la llegada de la Muerte. La astrología no tiene poder aquí». El Maestro responde afligido: «Ni mis conocimientos ni mis títulos / Pueden darme recursos / Por ahora lamento profundamente / Morir en confusión» (4).
En realidad, La danse macabre nouvelle no fue la primera obra en representar la danza de la muerte. La Biblioteca Pierpont Morgan de Nueva York conserva un libro de horas francés de 1430-35. Como parte de su florida marginalia, incluye a modo de ornamentación coloridas danzas de la muerte. Asimismo, la Biblioteca de la Universidad de Heidelberg, en Alemania, posee una danza de la muerte de 1455-58, impresa en un incunable xilográfico coloreado a mano.
Imágenes de la danza de la muerte de la Biblioteca de la Universidad de Heidelberg, Cod. Pal. germ., pp. 438, 1455-58.
A medida que la edición y la imprenta se desarrollaban, también lo hacía esta imparable danza macabra. El entrelazamiento del motivo con las técnicas de copia y réplica de imágenes crea un morboso paralelismo con el auge de la reproducción visual en Europa. La danza no tiene principio o fin -ya que la muerte es una de las únicas constantes de la vida- y verla transformarse en las páginas a lo largo de los siglos produce la sensación de que estamos ante una cadena ininterrumpida: los ricos y los pobres y su pareja de baile, la Muerte, aparecen una y otra vez.
Sin embargo, incluso los impresores y sus imprentas se ven envueltos en la danza, como si la preservación de ella que ofrecen los textos y las imágenes fuera sólo una forma temporal de aplazar lo inevitable.
La primera reproducción de una imprenta y una prensa de tornillo se cree que es una danza de la muerte de 1499 publicada en Lyon por Mathias Huss, de la que se conservan dos ejemplares conocidos (5). En medio de la habitual conga de almas condenadas, encontramos una escena de tres cadáveres que apartan de sus tareas al librero, al impresor y al tipógrafo.
Esa mezcla de la muerte y la innovación de la imprenta continuó en 1790, cuando una edición de la obra de Marchant traducida al latín se convirtió en uno de los primeros libros en tener una portada que incluía impresor, editor y fecha.
Una escena de danza de la muerte publicada por Mathias Huss en ‘La grant danse macabre’ (1499). Se considera la primera representación visual de una imprenta y una prensa de tornillo.
A diferencia de la procesión de figuras medievales planas, a partir del siglo XVI, la danza de la muerte adquirió profundidad y decorados que representaban mejor la Europa contemporánea, con todas sus desigualdades y desequilibrios de poder.
La influencia del Renacimiento italiano en el auge de la perspectiva y el realismo en el arte de los siglos XV y XVI es bien conocida, ya que influyó en las formas de representación de todos los medios. Esto incluyó el grabado, donde un nuevo interés por el naturalismo -transmitido a través de un detallado sombreado y la delicada talla de las planchas de madera- condujo a una danza más gráfica y compleja.
El gran crecimiento económico, en el que la riqueza generada por un comercio cada vez más internacional podía dispararse, pero también desplomarse a medida que las crisis financieras marcaban las décadas, dejó a muchos atrás, con las divisiones de clase aún más visibles a medida que los auges demográficos daban lugar a ciudades florecientes, en las que los pobres y los ricos a menudo vivían más cerca que antes.
La danza macabra puede ilustrar la vanidad de los ricos y la futilidad del sistema que los ha engrandecido: adinerados y humildes se encuentran de la misma forma con la Parca.
El artista y grabador alemán Hans Holbein el Joven reimaginó la danza con un nuevo espíritu de crítica social que correspondía con dicha época. Su danza de la muerte, realizada con el tallista Hans Lützelburger entre 1523 y 1526, cambió la forma en que el motivo sería interpretado por los artistas que le sucedieron.
En estas escenas, los vivos y los muertos ya no bailan juntos. Esta vez, la Muerte se inmiscuye en las actividades de la vida cotidiana. Se trata de un esqueleto pícaro que toca al clérigo por detrás de su púlpito con un reloj de arena en la mano, baila disfrazado de bufón ante la reina o toca el tambor, interponiéndose en el camino de una mujer perteneciente a la nobleza.
La danza de Holbein no se publicó hasta 1538 en Lyon -tras la muerte del propio Lützelburger, doce años antes- con el título Les simulachres & historiees faces de la mort. Su rápida popularidad dio lugar a reimpresiones, copias e imitaciones en las décadas posteriores. Por ejemplo, una danza de la muerte de principios del siglo XVII realizada por el grabador alemán Eberhard Kieser. Este añadió florituras decorativas y orlas de flores recortadas que enfatizaban lo efímero de la vida.
Xilografías de ‘La Danza de la Muerte’ (1523-25) de Hans Holbein.
Mientras que el grabado requiere habilidad y conocimientos especializados, el auge del aguafuerte permitió a los artistas dibujar directamente con agujas sobre una plancha cubierta de cera o barniz, que se grababa con ácido antes de la impresión.
Esta nueva accesibilidad permitió que la danza de la muerte adoptara formas novedosas y viscerales que reflexionaban sobre las epidemias, la guerra y la corta expectativa de vida, que hacían que la temática medieval estuviera siempre presente.
Por ejemplo, la obra del grabador italiano Stefano della Bella Muerte con un niño, de 1648, que forma parte de su serie de aguafuertes Las cinco muertes, tiene como escenario el Cementerio de los Santos Inocentes de París.
En aquella época, en la planta baja del cementerio había talleres de impresión; la reproducción de textos e imágenes seguía su propio ritmo al compás del trasiego de la vida en el camposanto. Personificó la muerte en estas barrocas representaciones como algo despiadado y aterrador. El demacrado cadáver con el niño a la espalda abre la boca en un grito desgarrador, mientras la vida y la muerte se suceden sin pausa en el cementerio, vívidamente plasmado a sus espaldas.
Aguafuerte de la Muerte llevándose a niños, de Stefano della Bella, de la serie «Las cinco muertes», aprox. 1648, en el Cementerio de los Santos Inocentes de París.
A finales del siglo XVIII, se produjo un retorno al humor satírico que encontramos en Holbein. Cabe destacar que la Muerte en esta época rara vez aparece como un cadáver fétido y, en su lugar, suele ser un esqueleto inmaculado. La decadencia mortal del cuerpo humano se aleja de estas danzas.
Freund heins Erscheinungen in Holbeins Manier, de Johann Karl August Musäus, ilustrado por Johann Rudolf Schellenberg e impreso por Heinrich Steiner en Suiza en 1785, contiene grabados imbuidos de un audaz ingenio. En una escena, por ejemplo, la Muerte aparece vestida con las galas de una dama a la última moda, con el pelo recogido, alejando a un caballero desconcertado.
Aunque el título del libro hace referencia a Holbein, la publicación se centra menos en la dinámica de las clases sociales y más en la inevitabilidad de la muerte. En escenas de la vida ilustrada contemporánea, la muerte acecha en la cámara de las maravillas del coleccionista, donde un cocodrilo se cierne sobre sus cabezas, así como en el estudio de un erudito, volcando su estantería de libros, mientras la explosión de un recién inventado globo aerostático precipita a sus jinetes a tierra.
La danza más jovial impresa en el siglo XIX fue la serie de ilustraciones del artista inglés Thomas Rowlandson para The English Dance of Death (1816). En estos grabados al aguatinta se representa de forma colorida a la Muerte como un personaje caricaturesco, que sobresalta a la gente con destinos desafortunados, a menudo ilustrados con ironía.
La gente hace cola en el boticario para comprar curas preparadas por un esqueleto con «veneno lento» y un anatomista se ve frenado en su intento de diseccionar un cadáver por la intrusión de la propia muerte. Como ocurre con muchas de las representaciones medievales de la danza macabra, estas imágenes van acompañadas de versos, en este caso escritos por el poeta William Combe.
Por ejemplo, una escena de gente disfrutando de un día nevado de patinaje sobre hielo, es presa del caos por culpa de un esqueleto que se desliza: «Sobre el frágil hielo, el zumbante patín se convierte en un instrumento del destino».
“On the frail Ice, the whirring Skate / Becomes an Instrument of Fate”, grabado al aguatinta coloreado según Thomas Rowlandson, 1816.
En esta época, existía en Europa una gran variedad de técnicas de grabado que aumentaron la velocidad de producción y difusión. Los artistas empleaban estas técnicas para reaccionar en el momento ante las crisis, como la propagación de enfermedades.
Los brotes de cólera de la década de 1830 en Europa evocaron, para muchos, historias de la peste medieval y resucitaron, nuevamente, la danza de la muerte.
El grabado del artista alemán Alfred Rethel de 1851, La muerte estranguladora, por ejemplo, representa la interrupción de las festividades del carnaval de 1831 en París a causa del cólera. Un esqueleto ataviado con un hábito toca un violín compuesto de huesos mientras los muertos le rodean en un baile de máscaras, evocando la insensatez de cómo la clase alta de la sociedad pensaba que se libraría de esta supuesta enfermedad de pobres.
‘La muerte estranguladora. El primer brote de cólera en un baile de máscaras en París’ (1831), por Alfred Rethel, 1851.
El cólera también atormenta al artista de Núremberg Tobias Weiss en Ein Moderner Totentanz (hacia 1894), una serie de veinte grabados, en los que un esqueleto conduciendo un carruaje atestado de ataúdes de víctimas de la epidemia es acompañado por descarrilamientos de trenes, siniestros automovilísticos y catástrofes específicas, como el hundimiento en 1893 del HMS Victoria, parte de una colisión de barcos en la que murieron 358 personas. También aquí la Muerte continúa su indomable foxtrot de calamidades.
Grabados de la muerte moderna de la obra de Tobias Weiss Ein Moderner Totentanz (1895).
A comienzos del siglo XX, el artista francés Marcel Roux recurrió a la danza macabra para canalizar sus sentimientos sobre la decadencia y el deterioro del mundo moderno desde una perspectiva de un catolicismo devoto. Su colección de quince aguafuertes Danse Macabre (1904-5) es a menudo fantasmagórica y recuerda más a los tonos sombríos de Goya que a los esqueletos bromistas de Holbein.
Por medio de densos y oscuros trazos, la Muerte ríe junto a los bebedores de un cabaret, posa su mano en la espalda de un hombre que observa una representación de carnaval y toca el piano con una mujer en un salón tenuemente iluminado, antes de que Jesús aplaste triunfante sus huesos bajo sus pies.
Portada de Marcel Roux para su carpeta de grabados Danse Macabre (1904-5).
No obstante, la fe y la ayuda divina están ausentes en muchas de las primeras versiones del motivo a principios del siglo XX, que abordan los horrores de la Primera Guerra Mundial. La obra Ein Totentanz (1922), del artista alemán Walter Draesner, utilizó impresiones de siluetas recortadas de papel, representando la Muerte como parte de un paisaje inmisericorde. Su figura esquelética y espectral se oculta por doquier -debajo de un puente de ferrocarril roto, en un estanque sosteniendo una flor ante dos niños-. Es colosal, no se preocupa de esconderse, derriba aviones con un toque de su dedo y destroza los mástiles de los barcos con sus manos.
Silueta de la Muerte recortada en papel. ‘Ein Totentanz’ (1922), de Walter Draesner.
La danza de la muerte reaparecería en el grabado a lo largo del siglo XX, con artistas inspirados por acontecimientos semejantes a los que avivaron el motivo en el pasado, reproduciendo visiones de mortalidad en numerosos ejemplares cuando parecía que la muerte era ineludible.
La serie Muerte de la artista alemana Käthe Kollwitz, compuesta por ocho litografías a lápiz (1934-37), fue concebida a raíz de la llegada de los nazis al poder. Estos grabados muestran a la muerte ofreciendo una bienvenida liberación y un desgarrador abrazo final a mujeres y niños.
La litografía Danza de la muerte (1933) de la artista estadounidense Mabel Dwight se realizó el mismo año en que Hitler era nombrado canciller en Alemania. En ella aparece una función de marionetas en la que figuras como Mussolini, Hitler, el Tío Sam y otros, representan a países que pronto formarán parte del conflicto global.
Solo hay un solitario espectador: un esqueleto que luce una máscara antigás.
Aunque alejada de las danzas medievales, esta obra reivindica de forma similar cómo, en estas luchas por el dominio de lo mortal, al final solamente hay un único vencedor: la Muerte.
Notas
- El historiador de arte británico Campbell Dodgson escribió en 1921 que la “Gran Guerra produjo su cosecha de grabados y litografías de trincheras, cráteres, alambres de púas, casas destrozadas y árboles derribados; pero la mayoría de ellos eran representaciones literales de cosas vistas”. Smith había creado esta “visión de una presencia terrible” en lo que “no es un bonito conjunto de grabados, pero es una de las obras de arte más serias y memorables inspiradas en la guerra”. Véase Campbell Dodgson, “Mr. Percy Smith’s ‘Dance of Death’”, The Print-Collector’s Quarterly 8 (1921): 324–25.
- En su obra Une Danse Macabre (1919), el artista suizo Edmond Bille evocó su presencia temprana en xilografías. En veinte grabados coloridos, un esqueleto alegre hace sonar un cuerno en medio de rumores de guerra y comanda un tren de evacuados heridos.
- Paul Binski en el libro Medieval Death: Ritual and Representation (Ithaca, NY: Cornell University Press, 1996) señala que la danza de la muerte “ofrecía un comentario subversivo sobre las frecuentes prohibiciones de la Iglesia de bailar en los cementerios… un recordatorio de que el suelo consagrado tendía a atraer actividades vulgares que afirmaban vigorosamente el principio de la vida” (154).
- Traducción de la autora. Las imágenes del manuscrito están disponibles aquí .
- Uno está en la Biblioteca Británica y el otro en la Biblioteca de la Universidad de Princeton.
Sobre la autora
Allison C. Meier es una escritora, editora e investigadora que vive en Brooklyn. Su libro Grave fue publicado el año pasado por Bloomsbury como parte de la serie de libros Object Lessons. Es editora de la revista Fine Books & Collections y ha publicado artículos en el New York Times, The Art Newspaper, Raw Vision Magazine, CityLab, National Geographic, Smithsonian Magazine y muchas otras publicaciones. Además, trabaja como guía turística de cementerios.
El texto de este ensayo, editado en inglés en The Public Domain Review, se publica en Cualia, traducido al español, bajo licencia CC. Ver aquí para más detalles.
Traductor del artículo: Tristán Gómez Sánchez.