Mack-Wan el Invencible fue, casi con seguridad, el primer superhombre español. Lo publicó Marco, el empresario de las más modestas ediciones de tebeo y literatura popular, un señor de Cataluña que había comenzado como mozo de almacén de la casa Vecchi, aprendiendo así desde la base el negocio, su carácter y su cicatería. Eran los primeros años treinta, tal vez, o los últimos de la Dictadura de Primo de Rivera, que en esto del folletín es muy difícil fijar fechas exactas.
Los autores, como es costumbre, son anónimos. Mas el estilo, mezcla de novelón decimonónico con fantasía loca, conservadurismo y fascinación por lo irracional, apunta a que el texto es obra de José María Canellas Casals, a la sazón director de la casa.
Las portadas e ilustraciones interiores son, eso sí con certeza, de Marc Farell, pionero del tebeo y dueño de un trazo ingenuo de inmensa fuerza visual.
El primero de los superhombres ibéricos arrastra tras de sí un desgraciado pasado (vean así que Stan Lee no inventó nada). Una serie de intrigas hace que de pequeño sea arrebatado a sus padres e internado como loco peligroso en un manicomio en el que crece en la soledad de su celda. Listo como es, en vez de perder el tiempo, se dedica a inventar artilugios como las ventosas de succión que le permiten trepar por las paredes o su traje aislante a prueba de balas, que le convertirán en un capaz luchador contra el crimen.
Fugado del sanatorio mental en el primer capítulo, pronto conoce a quien será su ayudante, Jim, un niño de rostro horrendo debido a las mutilaciones a que ha sido sometido por una banda de traficantes que hace su agosto deformando criaturas para venderlas a las ferias y circos. Puro Víctor Hugo.
La persecución y castigo de tan cruel mafia será el eje central de la aventura, salpicada de chinos malos, hombres que exprimen señoras bajo ruedas de molino, mansiones electrificadas, ahorcados bajo los puentes del Támesis, sectas secretas que habitan en el interior de las pirámides… de todo, de todo, un despliegue incesante de prodigios y maravillas.
El trazo firme y seguro de Marc Farell nos brinda cubiertas e ilustraciones interiores de un sabor pronunciado, poco apto para paladares no acostumbrados. Farell ilustró numerosas historietas de ciencia ficción extravagante en las revistas de ediciones Marco durante los años treinta: La risa infantil, Rin Tin Tin y otros títulos que sin duda todos ustedes conocen de sobras.
Como ven, el trepamuros hace de las suyas junto a su ayudante juvenil de mutilado rostro. Estética añorada, aquí está la genuina raíz de los ensueños posteriores del siglo XX. Misterio servido en lenguaje sincero y elemental, confuso y agitado como su misma época. Y metáfora, también, la que viene a desmentir tanta apariencia de normalidad burguesa a base de enmascarados, locos, seres deformes y viejas maltratadas. Tosquedad y hermosura.
Copyright del artículo © Pedro Porcel. Tras publicarlo previamente en El Desván del Abuelito, lo edito ahora en este nuevo desván de la revista Cualia. Reservados todos los derechos.