En la edad jubilar, la libertad de horarios es propicia a las lecturas de largo aliento. Uno se puede instalar en los libros voluminosos y suspender la atención según las ganas que tenga de seguir o detenerse.
Hay obras que parecen escritas para tales circunstancias. «Los Episodios Nacionales» de Pérez Galdós nos pasean por la historia española desde Carlos IV a Cánovas. Pero no es la historia de las grandes fechas y los nombres que perduran. Es la vida de quienes hacen la historia y no pasan a la historia: el soldado anónimo, el aguador, la modistilla, la dueña de pensión. Galdós tiene, además, la propiedad de hacernos creer que nos está contando la historia, cara a cara, compartiendo con el lector unas copas en el reservado de una taberna. Le gustan los trascendidos, los mentideros, el se dice y el cotilleo: lo que más convence en la palabra viva del conversador.
Otra cosa son las «Memorias de un hombre de acción» de Baroja. Aunque cubren parejos trechos de la historia española y reviven el Madrid, la Zaragoza o el sur francés del romanticismo, lo que importa allí no es el Don Nadie, mi mucho menos, el prócer. Importa Eugenio de Aviraneta, un conspirador de vocación, cuyos pasos sigue el novelista y nosotros, con él.
Ambos escritores, que se miraban sin hablarse, tienen la misma ambición: que el lector se haga cargo de la historia cuyos eventos preceden a la vida del propio lector. Es como si contaran la historia de su familia. Uno, dispersa entre la multitud que puebla los caminos del tiempo; el otro, concentrada en un personaje que tiene la fantasía de apoderarse de la historia misma, y lo consigue gracias al escritor.
Si el jubilado otoñal quiere seguir pistas similares, ahí están las novelas de «El ruedo ibérico» de Valle-Inclán. Es notable observar cómo, partiendo de los mismos materiales —la España del Ochocientos— obtiene resultados tan distintos. Valle-Inclán pesca en las viñetas de la historia convencional, con los grandes nombres y los eventos memorables, pero las enfrenta con un espejo japonés que las deforma y las hace esperpento y caricatura. Se ríe de lo más serio, y nosotros con él, hasta que nos damos cuenta de que nuestras carcajadas encubren lo que más nos duele. ¿Hay mejor compañía para la soledad del lector que estas voces entremezcladas?
Copyright del texto © Blas Matamoro. Este artículo fue editado originalmente en ABC. El texto aparece publicado en Cualia con el permiso de su autor. Reservados todos los derechos.