Como era de esperar, la crítica «seria» de 1991 trató a esta película, en el mejor de los casos, con condescendencia, aunque principalmente se la consideró como un estúpido vehículo para sus dos estrellas protagonistas. «Una excusa para comerse con los ojos a chicos guapos en trajes de neopreno», escribió Peter Travers en la revista Rolling Stone.
Algo de eso había, y de hecho, Keanu Reeves y Patrick Swayze lucen fotogenia y físicos esplendorosos en una película de acción tan masculina que hasta la chica ‒el vértice del inevitable triángulo amoroso‒ está interpretada por la andrógina Lori Petty.
Le llaman Bodhi surfea en el Pacífico, pero también entre olas de testosterona. Por eso siempre ha sorprendido que la directora fuera una mujer: Kathryn Bigelow.
Realizadora caracterizada por el brío de su puesta en escena y por su contundente estilo narrativo, su nombre siempre estará asociado al de su breve matrimonio con James Cameron (entre 1989 y 1991), y a su colaboración profesional con dicho cineasta. Si en Los viajeros de la noche (Near Dark, 1987) aparecía gran parte del reparto de Aliens, en Le llaman Bodhi el canadiense figuraba en los créditos como productor ejecutivo, y de manera no oficial, realizó junto a Bigelow reescrituras del guion original de W. Peter Iliff.
Rodada al mismo tiempo que Terminator 2 (1991), las dos películas comparten en muchas ocasiones un aspecto similar, con unos escenarios californianos de idéntica apariencia y unos maravillosos planos de steadicam, totalmente dinámicos pero siempre precisos, en los que el espectador nunca se desorienta.
El principal operador de steadicam fue James Michael Muro, Jr., fiel colaborador de Cameron en películas como Abyss (1989), la citada Terminator 2, Mentiras arriesgadas (True Lies, 1993) o Titanic (1997), así como técnico imprescindible en los 90, década en la que desarrolló diversas labores de cámara y fotografía en multitud de películas de primera línea.
Bigelow y Muro experimentaron aquí con una cámara denominada pogo cam, una variación más manejable de la steadicam que permitía meterse en la acción de manera más cercana y frenética (como en esa alucinante persecución a pie que transcurre a través de patios, casas y callejuelas residenciales).
El guion de Le llaman Bodhi (titulado originalmente Johnny Utah) llevaba varios años dando vueltas por Hollywood. La idea inicial se debe a Rick King, quien se inspiró en un artículo sobre ladrones de bancos publicado a mediados de los ochenta. «Los Ángeles en ese momento ‒cuenta King en una entrevista‒ era una especie de capital del robo de bancos, porque podías realizar un atraco y luego saltar a la autopista. Así que hubo un gran problema de robo de bancos, que por supuesto era asunto del FBI. Yo estaba sentado en una playa en Malibú, aprendiendo a surfear, y acababa de salir del agua. Y pensé: ‘Surfistas que roban bancos. Y un agente del FBI que es un buen atleta que se infiltra entre esos surfistas’. Aquello tenía mucho sentido y todo empezó a fluir».
Cuando Peter Iliff aportó nuevos conceptos a posteriores borradores del guion, el proyecto se puso en marcha. A punto estuvo de ser dirigido por Ridley Scott y protagonizado por Charlie Sheen (quien ya había aparecido en un film de 1987 de trama similar, titulado Tierra de nadie).
Tiempo después, el guion cayó en manos de Bigelow y Cameron, quienes supieron inyectar potencia y adrenalina a una historia muy sencilla de la variedad «policía infiltrado». En esta ocasión, el joven y arrogante agente del FBI Johnny Utah (ex-jugador de fútbol americano universitario) se adentra en el hermético mundillo del surf californiano con la intención de cazar a un grupo de excelentes atracadores de bancos, al parecer también surferos.
Keanu Reeves ya había tanteado el cine de acción en el telefilm La hermandad de la justicia (The Brotherhood of Justice, 1986), pero en aquellos tiempos era más conocido por su participación en comedias, dramas y cintas indies que explotaban su tosquedad interpretativa y su exótica belleza.
En 1991, lo habitual en las películas de acción era que el protagonista fuese algún macho alfa, casi siempre fornido. Ese año tuvimos títulos protagonizados por Arnold Schwarzenegger (Terminator 2), Dolph Lundgren (Little Tokyo. Ataque frontal), Brian Bosworth (Frío como el acero), Steven Seagal (Buscando justicia), Jean-Claude Van Damme (Doble impacto) o incluso Hulk Hogan (Suburban Commando). En principio, el guapete de Las amistades peligrosas y el Ted de Las alucinantes aventuras de Bill y Ted no parecía la opción más evidente para protagonizar un film acción. Sin embargo, tampoco lo fue en su momento Bruce Willis, quien ese mismo año ya se sentía cómodo en el género, protagonizando dos de los mejores filmes de su carrera: El gran halcón (Hudson Hawk) y El último boy scout (The Last Boy Scout).
«Kathryn ‒le contó Cameron a Johanna Schneller‒ luchó por conseguir a Keanu. Mantuvimos una reunión con los ejecutivos de Fox, y estos decían: ‘¿Keanu Reeves en una película de acción? ¿Basándonos en qué? ¿En Las alucinantes aventuras de Bill y Ted?’. Estaban siendo insultantes. Pero ella insistió en que podía ser una estrella de acción, y lo hizo mucho antes de que rodase Speed o Matrix. Yo tampoco lo tenía claro, francamente. La apoyé en la reunión, pero cuando salimos, le dije: ‘¿En qué te basas?’. Sin embargo, ella trabajó en su vestuario, le mostró a Keanu Reeves cómo caminar y cómo hacer las cosas. Fue su entrenadora olímpica. Debería enviarle una botella de champán todos los años, para darle las gracias».
«Constantemente ‒dice Reeves‒ me encuentro a gente que empezó a saltar en paracaídas o a surfear gracias a esta película. Es verdad que cambio la vida de muchas personas. También cambió la mía».
https://youtu.be/AUF_1-umkCw
El comienzo de los 90 supone el canto de cisne del héroe testosterónico, que será finiquitado en 1993 con la increíble superproducción experimental El último gran héroe (Last Action Hero). Keanu representará esa transformación del héroe de acción durante la década, que pasa de ser una mole de músculo y testosterona a ofrecer una imagen más juvenil, vulnerable y cercana, dentro de lo posible en Hollywood. Así lo demuestra en títulos como Speed (1994), Johnny Mnemonic (1995), Reacción en cadena (Chain Reaction, 1996) y, finalmente, el fenómeno Matrix (1999), que consagra al actor como mesiánico repartidor de tollinas en películas de espíritu excéntrico.
Cuando Le llaman Bodhi se estrenó, Patrick Swayze era un actor más popular que Keanu. De ahí la inclusión del nombre de su personaje en el título español del film: Bodhi, diminutivo de Bodhisattva.
Tan budista apelativo responde a la espiritualidad de este surfista-gurú que, para pagarse sus viajes a lo largo del mundo, dirige un grupo de atracadores de banco. Llegaba el momento en el que los hijos de los hippies alcanzaban la edad adulta. Disfrazados de ex-presidentes de los Estados Unidos (Bodhi de Ronald Reagan), los ladrones destacan por la rapidez de sus golpes y la ausencia de víctimas durante los mismos.
A pesar de sus éxitos en el cine romántico (Dirty Dancing y Ghost), no sorprendió mucho ver a Swayze en un papel tan atlético, ya que la estrella había demostrado ser un actor muy dotado para lo físico en la misma Dirty Dancing (coreografías bien ejecutadas) o en cintas de acción como De profesión: duro (Road House, 1989) o Con su propia ley (Next of Kin, 1989).
A pesar de contar con excelentes especialistas (entre ellos surfistas profesionales), los actores realizaron varias de las proezas. Su casi nula experiencia con las tablas (Swayze era el único que se había subido antes a alguna) no impidió que en muchas tomas veamos a los actores cabalgando las olas, pero también peleando, corriendo y hasta saltando de aviones.
Patrick Swayze se entregó especialmente al papel. Llegó a fracturarse cuatro costillas en las secuencias de surf, lo cual no impidió que se entusiasmara tanto saltando en paracaídas que también se dedicara a tan taquicárdico hobby en su tiempo libre. Incluso consiguió que muchos miembros del equipo lo acompañaran en sus saltos.
La película utiliza trucos varios (especialistas, planos falseados…) para no poner en riesgo total a sus estrellas, pero en pleno siglo XXI nos sorprende la autenticidad de sus imágenes, con Swayze hablando a cámara y saltando al vacío en el mismo plano. Se trata de una acción «física» que supera con creces en impacto y efectividad a los efectos digitales actuales.
A pesar del duelo, si no interpretativo, sí al menos estético entre el dúo protagonista, Le llaman Bodhi está repleta de estupendos secundarios. Destaca «la chica de la película», Lori Petty (protagonista en 1995 de Tank Girl, otra cinta de acción dirigida por una mujer, Rachel Talalay), cuyo papel quizá no sea muy complejo, pero dista mucho en aspecto y actitud de la «chica guapa» o «damisela en peligro» al uso en el cine de acción clásico.
Hay que hacer una mención especial a otro habitual del género, Gary Busey, quien interpreta al compañero-mentor de Johnny Utah. De paso, su presencia funciona como homenaje a la gran película de culto sobre surf, El gran miércoles (Big Wednesday, 1978), la melancólica, nostálgica y poética obra de John Milius, donde Busey figuraba como uno de los protagonistas.
Entrevistada por Mark Salisbury, de The Guardian, Kathryn Bigelow señaló que el punto fuerte del film es la tensión moral de los personajes. Así se advierte «cuando el bueno, tu héroe, es seducido por la oscuridad y el malo de la película no es un villano en absoluto». Según la directora, «el océano funciona como un crisol para que los personajes principales se definan, se pongan a prueba y se desafíen a sí mismos».
«Los adictos a la adrenalina que buscan emociones fuertes ‒dice Bigelow‒ siempre me han fascinado. Cuando arriesgas tu humanidad es cuando te sientes más humano. Hasta que no arriesgas tu conciencia, no adquieres tu propia conciencia».
Tres décadas después de su estreno, Le llaman Bodhi se mantiene sólida. En realidad, es un casi-wéstern sobre una relación de amistad-antagonismo (si se quiere, se puede ver algo de homoerotismo), cuyo legado se refleja en la brillante carrera posterior de su directora, y también en el éxito de la saga Fast & Furious, cuya primera entrega (2001) fusilaba el argumento de Point Break, cambiando el surf por las carreras ilegales de coches.
Ah, y nunca olvidemos el famoso cameo de Anthony Kiedis, cantante de los Red Hot Chilli Peppers, guinda «noventera» en una película que huele al mejor momento de aquella década tan mutante.
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