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Las revistas de historietas: el caso del ‘TBO’

Junto a las sagas de aventuras desarrolladas por entregas, la otra forma de tebeo que sustenta el mercado español durante los años cincuenta y sesenta es la revista de contenido vario, obra de un equipo variado de autores, generalmente de aparición semanal y en la que domina claramente la historieta de humor en forma de página, tira de viñetas o chiste.

Esta fórmula no exige del comprador la asiduidad fiel de quien decide seguir las andanzas de un personaje de cuadernos, contando con un número mucho mayor de lectores ocasionales que favorecen su viabilidad comercial.

La receta se sigue con éxito desde la aparición de los primeros cómics en España, con títulos tan veteranos como TBO (1917) o Pulgarcito (1921) que en esta etapa van a conocer nueva vida.

La autorización por parte de la administración del Estado de la publicación de revistas infantiles periódicas proporciona a cabeceras como las nombradas una estabilidad de la que durante los primeros años cuarenta no han gozado.

Aunque TBO, que publica desde Barcelona la editorial Buigas, ha venido apareciendo durante la década anterior esporádicamente en monográficos sin continuidad fija, es en 1952 cuando saca a la calle un nuevo nº 1 haciendo tabla rasa con su trayectoria anterior. Un corte más aparente que real, porque muchos de sus colaboradores —Benejam, Urda, Opisso…— provienen del TBO prebélico y en esta nueva andadura no hacen sino ahondar en el tipo de historieta que venían practicando. Un humor que desconoce la fórmula de personajes fijos —que tanto éxito proporciona a los títulos de Bruguera—, volcado en una visión satírica de la realidad, la narración de una sencilla anécdota o el desarrollo de situaciones que pueden calificarse de surreales.

Amable mirada costumbrista la que se proyecta sobre la realidad: «La Familia Ulises», obra de Marino Benejam que ocupa las contraportadas del semanario, refleja las penurias, avatares, aspiraciones, valores morales… de una familia media española a lo largo de más de treinta años; las historietas de Juan Martínez «Tínez» cuentan una y otra vez la tragedia cotidiana y un poco ridícula del hombre corriente, víctima de un destino empeñado en aplastarle; las páginas de ilustración de Ricard Opisso constituyen por sí solas una crónica de costumbres; otro tanto puede decirse de gran parte de las historietas de F. Tur, Díaz, Valentín Castanys, etc.

Imagen 1. Algunos de los colaboradores habituales de ‘TBO’ aparecen en la portada de este número extraordinario publicado en 1967

A veces se abandona esta temática cotidiana para desarrollar historietas absurdas, que llegan a constituir un subgénero dentro de la revista y en las que el lector puede enterarse de las ventajas de poseer un cuello de jirafa, cómo atravesar África metido en una bañera o averiguar las propiedades fantásticas de un crecepelo, siempre desde un punto de vista que excluye la sátira más cruel.

A menudo se ha calificado el humor de TBO de blanco e inofensivo frente a la supuesta mayor acidez de que hacen gala los autores de las revistas de Bruguera; una atenta lectura de la obra de alguno de sus más asiduos colaboradores durante los años cincuenta desmiente por completo tal aseveración.

Es cierto que, adentrándose en los años sesenta y bajo una férrea vigilancia censorial, la publicación va abandonando su tono de crónica de lo cotidiano para acabar resultando apta únicamente para los lectores más pequeños. Pero las historietas que dibujantes como Benejam o Tínez desarrollan durante los cincuenta se consagran a poner en evidencia el entramado de una sociedad —la pequeña burguesía del franquismo— que intenta desesperadamente proyectar sobre sí misma una imagen de normalidad, descubriendo cuánto hay de apariencia bajo una imagen de engañosa prosperidad defendida como real y definitiva.

Baste recordar en este sentido algunos episodios de La Familia Ulises en los que el fracaso acompaña invariablemente los intentos de demostrar un nivel social y económico muy alejado del verdadero. La sensación de tranquilidad y comedimiento que la sujeción a las normas de etiqueta imponen a este colectivo social, basadas en hipócritas valores a través de los que aspira a reconocerse en una imagen del mundo como lugar de orden, es dinamitada por Tínez con un sarcasmo fiero que muestra el choque de tales pretensiones con la realidad. La derrota a la que sus personajes están condenados ante los objetivos más modestos se impone una y otra vez, evidenciando la imposibilidad de acceder a una normalidad que constituye su más alta aspiración. Es el retrato de una sociedad que todo lo fía a las formas, como si tal actitud fuese suficiente para que de una modo casi mágico se pudiese cambiar el fondo de las cosas; sociedad, pues, sustentada en el miedo y el prejuicio.

Un personaje como Melitón Pérez, que este último dibujante desarrolla en gags de tres o cuatro viñetas, basa su comicidad semana tras semana en la imperturbabilidad con que acoge las adversidades que le dejan en ridículo, como si el no darse por enterado de las mismas fuese bastante para que estas desapareciesen, como si pudiera de algún modo despegarse, de modo absoluto, de sus circunstancias. Un humor pues el de TBO no tan inofensivo como otras veces ha sido conceptuado. Gráficamente, y salvando las naturales distancias entre unos y otros creadores, el dibujo de este colectivo es sencillo, muy expresivo, de fácil lectura y desarrollado con gran economía de trazo y una forma de caricaturizar que rehúye lo grotesco.

Tal como sucede en la larga trayectoria del TBO del periodo anterior a la guerra civil, la publicación apenas sufre variación alguna desde sus inicios en 1952 hasta su transformación en un remozado semanario veinte años más tarde.

La política editorial de Buigas es siempre muy conservadora; si funciona el esquema sobre el que la revista se sustenta —historietas sin protagonista, muy breves, que atiborran las páginas proporcionando horas de lectura a bajo precio—, ¿por qué cambiarlo? Así, la evolución del título deviene paralela a la trayectoria vital de muchos de sus colaboradores, sustituidos las más de las veces solo cuando se produce su fallecimiento. Es el caso de Juan Martínez Buendía, «Tínez», muerto en 1957, artista habitual de la publicación desde sus comienzos, autor de historietas tanto de aventuras durante los años republicanos como de un humor desencantado y feroz desarrollado en la inmediata posguerra. O el de Ricard Opisso, quien deja de existir en 1967, extraordinario ilustrador cuyo trazo retrata fielmente toda una época, responsable de cubiertas y páginas diversas desde los años veinte…

Varios números extraordinarios recuerdan a ambos autores; una fórmula que con el tiempo el semanario amplía y adopta, dedicando ejemplares monográficos a los más diversos temas, en sintonía con la actualidad del momento: al turismo, al fútbol, a la propia historia de la revista, que celebra así cada aniversario, a muchos de sus habituales dibujantes…

Entre los profesionales cuyos orígenes en el TBO provienen del periodo prebélico sobresale Marino Benejam, autor nacido en Menorca cuyo estilo viene a identificarse con el de la propia publicación. A él se deben los más conocidos entre los escasos personajes fijos que alumbran sus páginas, La familia Ulises (1942), que durante décadas ocupa las contraportadas del semanario efectuando una crónica fiel e inmisericorde de la sufrida clase media de la posguerra española; Melitón Pérez, el hombre perpetuamente indiferente ante un destino adverso, o Eustaquio Morcillón, un cazador africano rechoncho y bonachón que ejemplifica la querencia por lo exótico.

Manuel Urda (1888-1974) es otra de las firmas más experimentadas, presente en sus páginas desde sus mismos inicios en 1917. Su trazo socarrón y detallista suele ponerse al servicio de un humor pausado, de regusto costumbrista, reflejo de una realidad en la que apariencias e intenciones se soslayan.

En fecha tan temprana como 1924 comienza sus trabajos para el editor Buigas Arturo Moreno, un dibujante que incorpora en sus páginas una modernidad y dinamismo gráfico ausentes hasta entonces en la cabecera. Tras emigrar hacia tierras sudamericanas, Moreno reemprende su trabajo en TBO cuando regresa de Venezuela a comienzos de los años sesenta; a él se debe el más célebre largometraje español de dibujos animados, Garbancito de la Mancha (1945), primera cinta europea de este tipo.

Cierra esta nómina de veteranos Salvador Mestres, dueño de una línea clara y precisa, capaz de facturar tanto excelentes historietas de aventuras como portadas e ilustraciones de novelas o historietas de suave comicidad, como las publicadas en las páginas de TBO hasta su muerte en 1975.

De los numerosos autores que se incorporan a este TBO numerado que se distribuye desde 1952, y que van conformando el carácter e imagen de la revista destacan dos, los catalanes Josep Coll y Josep María Blanco. Esteta de la secuencia y maestro de la línea, Coll es dibujante autodidacta, creador de un universo propio y singular, de un modo de hacer irrepetible que desarrolla a lo largo de casi treinta años de carrera. Sus figuras estilizadas, sus historietas de plano fijo en que personajes y objetos irrumpen sobre un decorado invariable trastocando el orden natural de las cosas, transmiten un sentido poético peculiar que le vale con más derecho que a ninguno la consideración de auténtico artista plástico.

Aunque de trazo más convencional, también Blanco aspira a plasmar el mundo a través de su filtro gráfico mediante un dibujo preciso, casi geométrico, en el que la expresividad no está reñida con una preocupación por conseguir la más estricta economía de línea. Creadores únicos, solo un semanario como TBO, de pretensiones atemporales, pudo acoger sus carreras brillantes y heterodoxas. Logros que desde luego no encuentran traducción en el terreno económico: el mismo Coll regresa tras años de dibujar a su antiguo oficio de albañil por resultarle más rentable…

Bernet Toledano, autor de Altamiro de la Cueva; Ramón Sabatés, que desde los sesenta se consagra a los célebres Inventos del Profesor Franz de Copenhague; Valentí Castanys, humorista director de publicaciones deportivas como El Xut; Joaquín Muntañola, padre gráfico de Josechu el vasco y cronista gráfico de acertada ironía de los llamados años del desarrollo; Antonio Ayné, quien gusta siempre de dirigirse a los más pequeños a través de su dilatada trayectoria profesional; autores de estilo realista como Serra Massana, Alberto Mestre o Batllorí Jofré, que «dibujan en catalán», siguiendo la estela marcada desde comienzos de siglo por Joan G. Junceda… completan una nómina de colaboradores poco dada a variaciones, a la que hay que sumar nombres como el de Juan Rafart «Roldán» o Isabel Bas que se incorporan a la revista a finales de los sesenta, cuando la fórmula tantos años explotada comienza a mostrar los primeros signos de caducidad.

La revista es refundada desde nuevos presupuestos en 1972, intentando con ello una puesta al día que se revela eficaz durante un tiempo, aunque los años de esplendor de la cabecera no hayan de volver más.

Capítulos anteriores

Cap. 1 La historieta española de 1951 a 1970

Cap. 2 Los cuadernos de aventuras en España

Cap. 3 Los cuadernos de aventuras de Bruguera

Cap. 4 Los cuadernos de aventuras de Ediciones Toray y la Editorial Valenciana

Cap. 5 Los cuadernos de aventuras de la editorial Rollán

Cap. 6 La editorial Maga y la evolución de los cuadernos de aventuras

Capítulos siguientes

Cap. 8 Las revistas de historietas: la escuela Bruguera

Cap. 9 Las revistas de historietas: Editora Valenciana

Cap. 10 ‘El Coyote’, ‘El Capitán Trueno Extra’ y otras revistas de aventuras

Cap. 11 La historieta española entre 1966 y 1970. Perplejidades y mutaciones

Copyright del artículo ‘La historieta española de 1951 a 1970’ © Pedro Porcel. Publicado previamente en ‘Arbor’, nº 187, con licencia CC y editado en ‘Cualia’ con permiso del autor. Reservados todos los derechos.

Pedro Porcel

Historiador de mitografías urbanas, lleva más de cuatro décadas navegando por los extensos mares de la cultura de masas. Siempre sin salir de tales aguas, ha dirigido editoriales, colaborado en diversos medios de prensa, impartido conferencias y seminarios universitarios, comisariado exposiciones, ejercido de documentalista en programas televisivos y escrito libros, con el propósito de cartografiar el territorio infinito de la ficción popular.
Ha firmado en solitario libros como ‘Clásicos en Jauja’, premio Romano Calizzi al mejor estudio teórico, ‘Tragados por el abismo’, la historieta de aventuras en España que le valdría el XXXV Premio Diario de Avisos, o ‘Superhombres Ibéricos’. Coautor de 'Karpa' y de 'Historia del tebeo valenciano', sus colaboraciones se extienden a muchos otros títulos, entre ellos ‘Bolsilibro & Cinema Bis’, ‘La bestia en la pantalla: Aleister Crowley y el cine fantástico’, las antologías sobre el cine fantástico español, británico e italiano editadas por la revista 'Quatermass', o los libros publicados por Cinefanía Cine Pulp, Shock TV, Monstruos y Weird Western. Revistas heterodoxas como '2000 maníacos', la argentina 'Cineficción' o 'Mondo Brutto' son otros tantos lugares donde ha encontrado acomodo duradero y confortable. Durante más de seis años su refugio en la red ha sido la página 'El Desván del Abuelito'.
Biografía e imagen © Desfiladero Ediciones.