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La vida secreta de las palabras: «Campanas al vuelo»

«Celebrar algo a lo grande». De esta forma define la expresión echar las campanas al vuelo Delfín Carbonell Basset en su Diccionario panhispánico de refranes, de autoridades e ideológico, basado en principios históricos que demuestran cuándo se ha utilizado un refrán, cómo se ha empleado y quién lo ha utilizado […] (con prólogo de Alonso Zamora Vicente; Barcelona, Herder, 2002, pág. 117).

Como fuente autorizada, añade Carbonell una frase extraída de La gaviota (1849), obra de Cecilia Böhl de Faber (Fernán Caballero): «Si todos sintieran mi ida como el hijo de mi madre, se habían de echar las campanas al vuelo». Obviamente, en la cita queda de manifiesto el impulso metafórico de dicha fórmula, pues podemos imaginar que los campanarios alcanzan su máxima intensidad de acción en momentos festivos. Por lo tanto, ya se ve que el vaivén sonoro de las campanas identifica tiempos de gozo y esparcimiento.

Hay hablantes que comparan esta frase figurada con otra que, por su significado, revela cierto parentesco semántico. Nos referimos a más sonado que la campana de Huesca, mediante la cual cabe distinguir un suceso de gran resonancia o repercusión.

Con su finura habitual, se encarga de explicar el origen del proverbio don José María Iribarren en El porqué de los dichos. Sentido, origen y anécdota de los dichos, modismos y frases proverbiales de España con otras muchas curiosidades (Pamplona, Gobierno de Navarra, Departamento de Educación y Cultura, 1997, págs. 217-218). Según revela el estudioso, la leyenda de la campana de Huesca ya figura en la Crónica de San Juan de la Peña, obra de autor anónimo de fines del siglo XIV, atribuida al rey Pedro IV el Ceremonioso. El escrito en cuestión explica que Ramiro II, rey de Aragón desde 1134 hasta 1137 y monje en un monasterio de Narbona, fue elegido monarca tras perecer sin sucesor su hermano Alfonso I. «Menospreciado por los magnates aragoneses —añade Iribarren—, que le llamaban el rey Cogulla, o receloso del poder de éstos, acudió en consulta a su antiguo superior Frotardo, abad de San Ponce de Tomeras, en el Languedoc francés».

El tal Frotardo, quien, según nos figuramos, era amante de las alegorías, salió al jardín conventual y empezó a cortar los tallos que más sobresalían en la plantación. Al comprender tan expresivo símbolo, el rey «mandó decapitar a unos quince nobles, cuyas cabezas colocó en una bóveda, colgando a manera de campana, y en el centro, como badajo, la del obispo Ordás, cabeza de la levantisca nobleza; en forma de campana, para que sonase en todo el reino y sirviese de escarmiento a los demás magnates».

Refiriéndose exclusivamente a la expresión echar las campanas al vuelo, Aniceto de Pagés la define así en el Gran diccionario de la lengua castellana, autorizado con ejemplos de buenos escritores antiguos y modernos (t. II, Barcelona, Pedro Ortega, 1904): «Dar publicidad con júbilo a alguna cosa». Para dar consistencia literaria a su definición, añade Pagés una jugosa cita de don José Selgas (1822-1882), escritor y político murciano, redactor del periódico satírico El Padre Cobos y autor de poemarios como La primavera(1850), El estío (1850), Flores y espinas (1882) y Versos póstumos (1883).

Cree Selgás que «eso de hablar como descosidos es ya moneda corriente, y no hay alma de cántaro que no se nos suba a las barbas y escupa por el colmillo, y eche las campanas al vuelo sobre si fue o sobre si vino». Razón no le falta, pero llama la atención la densidad proverbial que tiene su estilo. Por eso, aunque sea en clave pintoresca, la cita resulta idónea como ejemplo del enunciado que motiva estas líneas.

Copyright del artículo © Guzmán Urrero. Esta es una versión expandida de un artículo que escribí, con el seudónimo «Arturo Montenegro», en el Centro Virtual Cervantes, portal en la red creado y mantenido por el Instituto Cervantes para contribuir a la difusión de la lengua española y las culturas hispánicas. Reservados todos los derechos.

Guzmán Urrero

Colaborador de "La Lectura", revista cultural de "El Mundo". Tras una etapa profesional en la Agencia EFE, se convirtió en colaborador habitual de las páginas de cultura del diario ABC y de revistas como "Cuadernos Hispanoamericanos", "Álbum Letras-Artes" y "Scherzo".
Como colaborador honorífico de la Universidad Complutense de Madrid, se ocupó del diseño de recursos educativos, una actividad que también realizó en instituciones como el Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa (Ministerio de Educación, Cultura y Deporte).
Asimismo, accedió al sector tecnológico como autor en las enciclopedias de Micronet y Microsoft, al tiempo que emprendía una larga trayectoria en el Instituto Cervantes, preparando exposiciones digitales y numerosos proyectos de divulgación sobre temas literarios y artísticos. Es autor de trece libros (en papel) sobre arte y cultura audiovisual.