Existe algo en los detectives que parece conferirles una sensación de realidad mayor que la de otras criaturas de ficción, algo que los hace más capaces de independizarse de sus creadores y ser considerados menos literarios y más reales.
En No tan elemental: cómo ser Sherlock Holmes, he examinado a Holmes no como un personaje de ficción, sino como un verdadero precursor de muchas ciencias y disciplinas, en pie de igualdad con Robert Hooke, Isaac Newton, Ferdinand de Saussure, Umberto Eco, François Bertillon y Charles Sanders Peirce, entre muchos otros.
Es cierto que cuando quise construir una Enciclopedia Universal de Pensadores para mi propio uso privado, incluí entre esos pensadores a muchos personajes de ficción: el Hamlet, el Próspero, el Macbeth y la Viola de Shakespeare, el Don Quijote, el Sancho y el licenciado Vidriera de Cervantes, el Jacques de Diderot y el Cándido de Voltaire. También es cierto que, cuando llevé a término ese proyecto, lo reduje a esos personajes en mi Enciclopedia de pensadores imaginarios. Pero, a pesar de que podemos mirar a los personajes de ficción como seres reales, pocos son vistos en el imaginario social de manera tan intensamente llena de vida como que vemos a Sherlock Holmes y John Watson.
Por eso, sin duda no es casual que el Auguste Dupin creado por Edgar Allan Poe sea, como Sherlock Holmes, un detective, como también lo es Miss Marple o Poirot, de Agatha Christie; Philip Marlowe, de Raymond Chandler; Sam Spade, de Dashiell Hammett; Maigret, de Simenon y tantos otros personajes, a los que nos es fácil imaginar recorriendo las calles de Londres, Los Ángeles, París o Bruselas.
¿A qué se debe esta extraña cualidad real de los detectives? Lo ignoro, pero lo único seguro es que el Dupin de Poe y el Holmes de Conan Doyle pertenecen a un gremio de personajes de ficción que se caracterizan por lo fácil que les resulta alcanzar la celebridad pública, mientras que en la vida real los detectives raramente alcanzan notoriedad, tal vez porque ello les dificultaría realizar su trabajo. Como dice el propio Holmes en la serie Sherlock cuando es asediado por la prensa: «Lo último que desea un detective es publicidad».
La extraña pero persistente realidad de los detectives puede ser una de las razones por las que se atribuyen a Holmes los méritos que deberían atribuirse a Arthur Conan Doyle, pero existen otras razones que quizá explican mejor esta preferencia.
[Esta entrada ha sido escrita a partir de fragmentos de No tan elemental: cómo ser Sherlock Holmes, que finalmente no incluí en el libro]Imagen superior: «Chandler: Red Tide» (1976), de Jim Steranko.
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