«Donde en otro tiempo se divertían cuatro millones de personas se pasean hoy los lobos, y la salvaje progenie de los leones de nuestros históricos escudos de armas se ve obligada a defenderse de los colmillos de los animales de presa. ¡Quién lo había de decir! Y todo a consecuencia de la Peste Escarlata».
No podemos leer estas líneas de Jack London sin acordarnos del sinnúmero de teleseries, películas y novelas que hoy mismo aprovechan nuestra fascinación por la catástrofe y por el retorno a un mundo premoderno. Obra pionera en el subgénero de la ficción post-apocalíptica, La Peste Escarlata fue editada por vez primera en 1912, en las páginas de la London Magazine. A partir de esa fecha, su influjo no ha dejado de llegar a nuevas generaciones de creadores. Por citar solo tres ejemplos que se orientan con esa brújula, pensemos en películas como Mad Max, en cómics como The Walking Dead o en ficciones literarias como Soy leyenda, de Richard Matheson, o La carretera, de Cormac McCarthy.
La acción se desarrolla en 2073. Han pasado seis décadas desde que una epidemia incontrolable ‒el bacilo de la Peste Escarlata‒ devastó nuestra civilización. El Abuelo, que un día fue el profesor de literatura James Howard Smith, aún recuerda cómo era la sociedad moderna, cuando el adjetivo moderno aún tenía un sentido y un fin.
Smith les cuenta a sus nietos cómo sobrevivió y de qué modo la barbarie se convirtió en el único modo se salir adelante en un territorio salvaje, permanentemente hostil, que por otra parte viene a ser la sublimación de esa naturaleza feroz de nuestra especie, admirablemente descrita por London en otros cuentos y novelas.
Leer La Peste Escarlata en la clásica traducción de Adela Grego (Espuela de Plata) supone, para muchos lectores, recuperar la esencia de este formidable escritor, cuyo dominio de la narrativa sigue resultándonos sorprendente.
Jack London no puede evitar un reflejo del darwinismo social, tan de moda en su tiempo. El ser humano, despojado de estructuras coercitivas y de justificaciones morales, se transforma en una bestia tan primaria como el resto de los grandes primates. Otra lectura interesante guarda relación con la ideología del escritor: la epidemia derriba las diferencias de clase ‒los pobres se alzan sobre los ricos‒, y ello pone en evidencia el modo en que las barreras económicas condicionaban la vida de muchos norteamericanos por aquellas fechas.
London escribió esta obra en 1910. Dos años antes, había publicado otra distopía con un trasfondo ideológico más nítido, que además guarda un aire de familia con el título que nos ocupa. Me refiero a El Talón de Hierro, esa novela que fascinó a León Trotski, en la que el escritor estadounidense anticipa las revoluciones y los alzamientos autoritarios que llenaron de cricatrices el siglo XX.
En La Peste Escarlata la pandemia queda descrita con esa perspectiva pesimista que el propio Jack London ya mostró en Una invasión sin precedentes (1910), el cuento en el que anticipó ‒en clave de ciencia-ficción‒ la guerra bacteriológica. Pero más allá de esta consideración, lo más notable es la amenidad del relato, un rasgo que London supo mantener a lo largo de toda su vida creativa.
Sinopsis
Lo sepan o no, la mayoría de las novelas y películas apocalípticas, hoy tan de moda, en las que una fulminante pandemia casi hace desaparecer a la humanidad, tienen su justificación y su origen en el primer relato de este volumen, La peste escarlata en 2013, (The Scarlet Plague, 1912), en el que un anciano, antiguo profesor de la Universidad de San Francisco, relata a sus medio salvajes nietos del 2073 los sucesos de los que fue testigo sesenta años antes. Le acompañan otros cuatro excelentes cuentos de las tierras de Alaska, donde sus personajes, en condiciones siempre extremas, revelan su lado menos humano. Sin duda, el territorio literario más explorado por Jack London y en el que están ambientadas algunas de sus más personales y felices novelas.
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