Cuentan que el productor William Alland coincidió en su juventud con el director de fotografía Gabriel Figueroa durante el rodaje de Ciudadano Kane. Al parecer, fue Figueroa quien, cenando en casa de Orson Welles, les habló con mucha seriedad de una extraña raza de hombres peces que, según «datos reales», se ocultaba en el Amazonas.
A partir de las anotaciones de Alland, Maurice Zimm escribió un borrador de guión en 1952. Tras pasar por las manos de Harry Essex y Arthur Ross, ese borrador se convirtió en el libreto de La mujer y el monstruo (Creature from the Black Lagoon, 1954), uno de los tesoros del cine fantástico de los cincuenta.
Con Jack Arnold en la silla de director y Bud Westmore como maquillador, la película resultante se benefició, en primer lugar, de un excelente equipo técnico, en el que destaca otro maestro de la caracterización, Jack Kevan, y el magnífico trabajo de la diseñadora Millicent Patrick.
¿Cómo describir a la bestia acuática que da título al film? Si los incursores alienígenas de Don Siegel (me refiero a La invasión de los ladrores de cuerpos) se confundían entre los humanos, otras criaturas de la pantalla eran difícilmente catalogables como habitantes de nuestro planeta, aunque lo fueran desde tiempos remotos. En esta línea, Arnold abordó este proyecto, que habría de incorporar un nuevo personaje a la galería de monstruos clásicos: un ser anfibio que resulta, al mismo tiempo, amenazador y fascinante.
No me sorprende que ese monstruo llegase al corazón de Guillermo del Toro, quien descubrió la película con seis años. «Cuando vi a la Criatura ‒dice‒ nadando bajo Julie Adams, pensé en tres cosas. La primera: esto es para morirse. La segunda fue: esta es la cosa más poética que jamás veré. Y la tercera fue: espero que terminen juntos”.
Vean qué magnífico argumento: tras descubrir un extraño fósil en una charca amazónica, un equipo de científicos ‒el Dr. Carl Maia (encarnado por el español Antonio Moreno), el ictiólogo David Reed (Richard Carlson), su patrocinador Mark Williams (Richard Denning) y Edwin Thompson (Whit Bissell)‒ trata de investigar su procedencia.
En el transcurso de la investigación, se encuentran con el llamado Gill-Man, un ser entre humano y reptil (interpretado por Ben Chapman y Ricou Browning), que poco a poco va mostrando su creciente hostilidad.
Tras perseguir a la criatura bajo las aguas, logran apresarla mediante una droga paralizadora. Entre unas cosas y otras, el monstruo consigue huir, llevándose consigo a Kay (Julie Adams), la única mujer de la expedición y novia de David. Al final, aunque el balance de víctimas en la aventura no es pequeño, el monstruo volverá a perderse en lo más profundo de la Amazonía.
¿Una obra maestra? Más bien deberíamos decir que el tiempo la ha impulsado al panteón de los títulos legendarios. «Analizando las constantes de este film –escribe Antonio Camín– observamos que coinciden plenamente con las que asignábamos al cine americano del género y que se refieren en primer lugar a la técnica de realización y, en segundo, a la dosis de erotismo presente en el film, que condiciona el desenlace. En el primer punto reside uno de los grandes defectos de la obra de Arnold ya que, siguiendo la costumbre de utilizar transparencias y diferentes dimensiones en el monstruo, obtiene esa irrealidad a nivel del punto de vista del espectador que, si bien en los años treinta podía aceptar los errores técnicos de King Kong (1933), de Ernest B. Schoedsack y Merian C.Cooper, se siente incómodo al ver utilizar, veinte años después, todavía los mismos efectos. Es éste el punto en que más puede criticarse la labor de un artesano como Arnold y es su estancamiento formal, su inaptitud para la evolución creativa, ya que partiendo de un inicio verdaderamente original, desaprovecha las oportunidades que le permite el tema» (Terror Fantastic, nº 7, abril de 1972).
La turbia relación entre Kay y la criatura ‒una actualización del arquetipo tradicional de La bella y la bestia‒ ha recibido diversas lecturas, en su mayoría centradas en los matices de sexualidad implícitos en la película (y para qué negarlo: en el diseño de la cabeza del monstruo). Esto es algo que se sitúa muy por encima de otros elementos del film, como su temprano ecologismo.
Pero lo más fascinante de La mujer y el monstruo es la figura de ese ser fósil, cuyas raíces se hunden en un terreno de sorprendente posibilidades científicas.
A este respecto cabe abrir una acotación para describir el hallazgo de uno de los hermanos «reales» de la criatura: el celacanto. Cuando el 22 de diciembre de 1938 un pesquero sudafricano atrapó en su red a este especimen marino que a todas luces se consideraba extinto, el mundo científico sufrió una convulsión sólo comparable a la que produciría el hallazgo de restos arqueológicos de la Atlántida. Y es que el pez en cuestión despertaba de un silencio de unos setenta millones de años.
En diciembre de 1952, otro celacanto de una variedad diferente fue capturado en la colonia francesa de las Islas Comoro, junto a Mozambique. Un hallazgo semejante logró algo en apariencia complicado: reavivar la adormecida llama de la criptozoología, esa seudociencia que pretende catalogar en los libros de biología marina al kraken y las sirenas.
La ciencia-ficción aceptó el desafío e inmediatamente se sumergió en los mares de las eras antiguas para rescatar a criaturas que, como el celacanto, burlaran la lógica del evolucionismo y devolvieran al hombre el sabor de la eternidad. Y en esta camada nació la criatura de la Laguna Negra.
Hija tardía de las pesadillas de los criptozoólogos de fin de siglo, esta criatura prolongó su existencia en dos títulos más, muy inferiores, Revenge of the Creature (1955) –también bajo la batuta de Arnold– y The Creature Walks Among Us (1956), con la misma productora, la Universal, pero distinto director, Jack Sherwood.
Los ejecutivos de la Universal planearon el rodaje de una nueva versión de La mujer y el monstruo en 1979. El encargado de dirigir el proyecto era John Landis, pero diversas dificultades malograron la producción y el director marchó finalmente a Inglaterra para filmar Un hombre lobo americano en Londres. Al final, lo más parecido a una secuela es La forma del agua (2017), del ya citado Guillermo del Toro.
Por cierto, comencé hablándoles de la historia que contó Gabriel Figueroa: un relato exótico, ideal para la sobremesa, adornado con ese típico momento en el que los indígenas deben aplacar la furia del monstruo entregándole una doncella en sacrificio. Aunque Alland se lo tomase muy en serio, hoy sabemos, gracias al hijo del operador, Gabriel Figueroa Flores, que su padre no había visitado la Amazonía por aquellas fechas, y que lo más lógico es que relatase ese cuento con el fin (muy comprensible) de sorprender a sus contertulios.
Director: Jack Arnold
Producción: William Alland
Guión: Argumento de Maurice Zimm. Guión de Harry Essex y Arthur A. Ross
Reparto: Richard Carlson, Julia Adams, Richard Denning, Antonio Moreno
Música: Henry Mancini, Hans J. Salter, Herman Stein
Fotografía: William E. Snyder
Montaje: Ted J. Kent
Distribución: Universal Pictures International
Fecha de estreno: 5 de marzo de 1954
Duración: 79 minutos
País productor: Estados Unidos
Idioma: Inglés
Secuela: Revenge of the Creature (1955)
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