Las pintorescas cartas dirigidas en marzo de 2019 por el presidente mexicano López Obrador al rey de España y al papa de Roma, fueron ya suficientemente comentadas. Lo mismo en cuanto a sus entretelas políticas: el mandatario quiso enmascarar con unos eventos de hace quinientos años las matanzas actuales que se dan entre compatriotas. Hace dos siglos que México es independiente y la responsabilidad por la situación de sus indígenas está en manos locales. Desde luego, siempre es tentador tratarse de igual a igual con reyes y papas, majestades y santidades, pero ese es el aspecto personal del asunto y ajeno a estas líneas.
Hay en esta pequeña historia cierta filosofía de la Gran Historia. Siempre es útil, al respecto, la figura que Plumb propone para conceptuar a esta última: la muerte del pasado. No tenemos historia hasta que percibimos el pasado como algo muerto, es decir ajeno al tiempo –que siempre es tiempo vivo, presente- porque, justamente, ha pasado. Si juzgamos a personajes y acontecimientos de fechas muertas como si ocurrieran y transcurrieran ahora mismo, haremos poesía pero no historia, según dice Benedetto Croce. Sólo así cobra sentido pedir a reyes y a papas de hoy que a su vez soliciten ser perdonados por crímenes que no han cometido. En el caso de España, porque su actual monarca es Borbón y los hechos en juego sucedieron en tiempos de los Habsburgo. Y en cuanto al papa, siendo argentino, corresponde a un país que en tiempos de Hernán Cortés todavía no existía.
Otra cosa es que ese pasado pasado sea el antecedente de nuestro presente presente. Es cierto que provenimos de él y somos resultado y emergencia de él, tan cierto como que no lo tendremos como tal pasado sin ejecutarlo en el tiempo. De lo contrario, si lo consideramos vivo y presente, si podemos increpar a Hernán Cortés por lo que está haciendo ahora con esos pobres indios, entonces no llegará nunca a ser histórico. Será una insistencia que flota en el tiempo, retorna y se repite: un mito.
Hay, por su parte, un riesgo añadido. Vuelvo al ejemplo de Cortés y su Nueva España. Apenas le echemos en cara sus maldades para con los aborígenes, nos dirá que él es su jefe, que su ejército conquistador está compuesto en su mayoría por tlaxcaltecas y oaxaqueños que se han sublevado contra el imperialismo azteca. Hay que tener cuidado con estos cortantes filos de la Historia porque el día menos pensado Cortés se nos vuelve un líder antiimperialista como Fidel Castro o Hugo Chávez. O como Bolívar y San Martín, que formaron en las filas del ejército español, éste sí, el de los Borbones.
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