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Stevenson y la música

Ignoro cuánto de música podía saber el escritor Robert Louis Stevenson. Me atrevo a considerarlo, al menos, un inteligente melómano. Así lo he comprobado leyendo Escribir. Ensayos sobre literatura, una utilísima selección de textos críticos hecha por Amelia Pérez del Villar para Páginas de Espuma. En general, cabe considerar a Stevenson como un romántico, censor del realismo por su apego al detalle y defensor de la espontaneidad y la sinceridad por encima de cualquier tecnicismo. Pero lo decisivo, por lo que nos interesa ahora, es el vínculo esencial que acepta entre letra y música.

En efecto, considera a las dos disciplinas como artes efímeras pues construyen el patrón de su sonido sobre el tiempo, al revés de las artes que lo hacen en la inmovilidad de un objeto perenne como la pintura o la arquitectura, esencialmente espaciales. El escritor, como el compositor, se vale del sonido y de su contrafaz necesaria, la pausa del silencio. También, de estructuras cadenciosas tonales (nudo/ suspense/ resolución), paralelas a las musicales (tonalidad/ tensión/ cadencia). Contrastes y combinaciones, por su parte, evocan al contrapunto. La poesía es melódica y la prosa, armónica. El oído agradece el retorno al equilibrio, tanto en una narración como en una partitura.

De todo esto se desprende que el buen lector de prosa –Stevenson lo pone frente a textos de Shakespeare– ha de tener oído musical como un melómano. Más que en la poesía, porque en ésta lo musical es obvio por melódico y en la prosa, suena enmarañado y disimulado por armónico. En cualquier caso, las frases, en las dos artes, se alzan sobre una base sonora. Un escritor oye sus textos antes de verlos redactados y corregidos. Diríamos que antes de afinar su instrumento. Igual que un mal músico, un mal escritor agrede el oído de sus –suponemos que buenos– lectores.

Por fin: hay en el melómano Stevenson algo más que un sabio observador de su oficio y algo más que un esteta de la inspiración, lo dicho: un romántico. Hay un filósofo que resuelve las relaciones entre el arte y la vida. Nada menos, nada más. “La vida se impone con su energía primitiva como un trueno inarticulado. El arte llega al oído entre los demás ruidos, más fuertes, de la experiencia, como un aire compuesto por un músico discreto.”

Copyright del artículo © Blas Matamoro. Publicado previamente en Scherzo y editado en Cualia por cortesía de dicha revista. Reservados todos los derechos.

Blas Matamoro

Ensayista, crítico literario y musical, traductor y novelista. Nació en Buenos Aires y reside en Madrid desde 1976. Ha sido corresponsal de "La Opinión" y "La Razón" (Buenos Aires), "Cuadernos Noventa" (Barcelona) y "Vuelta" (México, bajo la dirección de Octavio Paz). Dirigió la revista "Cuadernos Hispanoamericanos" entre 1996 y 2007, y entre otros muchos libros, es autor de "La ciudad del tango; tango histórico y sociedad" (1969), "Genio y figura de Victoria Ocampo" (1986), "Por el camino de Proust" (1988), "Puesto fronterizo" (2003), Novela familiar: el universo privado del escritor (Premio Málaga de Ensayo, 2010) y Cuerpo y poder. Variaciones sobre las imposturas reales (2012)
En 2010 recibió el Premio ABC Cultural & Ámbito Cultural. En 2018 fue galardonado con el Premio Literario de la Academia Argentina de Letras a la Mejor Obra de Ensayo del trienio 2015-2017, por "Con ritmo de tango. Un diccionario personal de la Argentina". (Fotografía publicada por cortesía de "Scherzo")